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 miércoles, 23 de junio de 2004

Reflexiones
"Si Dios no existe, entonces..."

Carlos Duclos

¿Qué es la aflicción o dolor espiritual o mental? Diríamos que es el síntoma, como sucede en el plano físico cuando se produce un trauma o enfermedad, que indica que algo no está bien. Es decir esa pena o dolor, es la consecuencia, el efecto de algo que afectó a esa parte de nuestra estructura humana llamada espíritu o psiquis. Un algo que la sacó del correcto contexto y funcionamiento, la dejó fuera de armonía. Va de suyo que nos referiremos en la reflexión de este miércoles al dolor de carácter espiritual (o mental) que se produce por la acción equivocada de otro hombre y no por causas naturales. Para comenzar diremos que el dolor, y menos aún este tipo de dolor, no es provocado por Dios, sino por el propio hombre y el dolor del espíritu social, tan frecuente en nuestros días, es fundamentalmente la consecuencia, en última instancia, del pésimo accionar de los líderes sea éste por acción u omisión.

Cuando el hombre sufre, cuando el ser humano está acongojado se pregunta: ¿qué sentido tiene el dolor? y de inmediato ¿qué sentido tiene la vida? Pero jamás se hace esa pregunta cuando siente placer o dicha, porque para el hombre tales sentimientos son algo natural, inherentes a él. Es decir, pareciera que la condición natural del hombre es de sosiego, de paz. Desde este punto de observación o hipótesis, debería sostenerse que cada líder social tiene el compromiso de elaborar conductas tendientes a mantener ese estado de paz interior. Pero esto en realidad no ocurre usualmente en este mundo y menos aún en los países subdesarrollados y sometidos a la colonización financiera (un nuevo tipo de vasallaje) en donde los líderes o son impotentes para lograr una libertad que conlleve a la calma social y en definitiva a la paz interior de cada ser humano o son cómplices o cipayos de los nuevos modelos imperiales.

Pero así como los líderes son responsables de gran parte del dolor de la humanidad, el individuo, el hombre común, es también responsable de provocar dolor: en su hogar, en su trabajo, en la calle cada día. Provoca ese sufrimiento al prójimo cuando es egoísta, cuando es intolerante, cuando es indiferente y no solidario, cuando tiene ira. Es decir, que este hombre de la posmodernidad y sumergido a veces obligatoriamente en una globalización que sólo sirve a un minúsculo sector de la humanidad, provoca sufrimiento porque padece la enfermedad de no amar. Es posible sostener, y debe hacerse, que no es que no ama por perversidad, sino porque el modelo imperante lo ha conducido a la confusión, a la perturbación y le ha hecho perder de vista (sin ninguna duda mediante la implementación de un plan muy bien trazado y premeditado por los agentes del poder concentrado) los verdaderos valores.

A menudo, y en mayor o menor grado, el sufrimiento individual o social viene acompañado de la soledad porque el dolor o aflicción implica desarraigo. El hombre que sufre se siente desarraigado de ese natural estado de sosiego o de paz interior que le corresponde y, peor aún, siente que su prójimo lo ha traicionado. Para un ser muy creyente, la soledad más grande y la más trágica es aquella que sobreviene por suponer que Dios lo ha abandonado. Pero esta soledad de la que hablamos no está subordinada al dolor y tiene vida propia y, como se sabe, es generadora de sufrimiento. Hay mucha gente en el mundo de nuestros días que está en soledad, que no es lo mismo, claro, que estar solo. La soledad es casi siempre también una consecuencia, un efecto del accionar del prójimo: una madre recibe los reproches de su hija por determinadas actitudes y se siente sola; un hijo no comprende qué quiere significar su padre con ciertas lecciones de vida y se siente solo. Una esposa o un esposo descubre infidelidad en el otro y siente no sólo la defraudación, que afecta a su orgullo, sino fundamentalmente la soledad. No hablamos, desde luego no es el caso, de esa soledad ante la muerte -una circunstancia existencial que el ser humano se resiste a aceptar como algo natural-, hablamos de la soledad producida por el accionar de otro ser humano.

La soledad, como se ve, es generadora de dolor y se confunde con éste y, como ya sugerimos, podríamos hablar, al menos en los países subdesarrollados como el nuestro de "una soledad social" de "un dolor del espíritu social". Una soledad social que deviene del abandono que los conductores hicieron de su pueblo.

El argentino de nuestros días se siente solo y posiblemente de allí esa ira cotidiana que se manifiesta en las calles, en el hogar, en su lugar de trabajo. Pero cómo se hace para no sentir esa soledad, esa daga que penetra en las vidas e hiere despacio pero profundamente. Cómo se hace para no tener esa bronca que se manifiesta a cada momento. Por ejemplo: mientras los hombres del gobierno están empeñados en una pelea política o concurren a un congreso piquetero -que es la institucionalización de la pobreza y su reconocimiento- y lo hacen porque tal sector es adicto al gobierno-, la falta de poder adquisitivo y la desocupación siguen siendo un fantasma aterrador. Por otra parte los robos, secuestros y asesinatos cobraron más víctimas de los pudo producir un acto terrorista de magnitud en cualquier parte del mundo.

Las cuestiones poco claras siguen, para quien quiera verlas, en un estado de imperturbable vigencia. Para ser justos y no caer en un favoritismo o en una predilección que sinceramente no tenemos, esto mismo, o peor aún, sucedió en todos los gobiernos de las últimas décadas. En suma, que buena parte del pesar de cada ser humano en esta bendita tierra se debe a la irresponsabilidad de la conducción.

La pregunta de cómo se hace para no sentir esa soledad efecto de este insensato accionar del liderazgo es de difícil respuesta. No se le puede pedir que tenga calma hoy a un pequeño empresario o comerciante que ha quebrado por la voracidad e inescrupulosidad del Estado, a un trabajador que percibe un sueldo indigno que no le alcanza para satisfacer sus necesidades básicas, a un desocupado, a un jubilado argentino, a un docente, a alguien que clama justicia y no la obtiene de un magistrado corrupto. Pero sí se puede pedir a este manojo de sufrientes que no se conviertan en cómplices de esta crueldad sustentando actitudes despojadas de escrúpulos que generarán más sufrimiento en el prójimo. A esta gente se le puede pedir que crea que el dolor social es provocado por el propio hombre y será un hito en la conciencia que permitirá una transformación.

Hemos dicho que la peor de todas las soledades, para un creyente es la convicción del abandono de Dios, último refugio ante la tempestad. Para un agnóstico la soledad más dura será la ratificación de que su existencia como hombre social está perdida porque la virtud del altruismo en el ser humano se extinguió. Terminamos estas palabras con una breve historia de la vida real que seguramente servirá de reflexión para creyentes y no creyentes. "Dios no existe", le dijo abatido el marido a su esposa luego de soportar la pérdida de su trabajo y la terrible enfermedad de su hijo. Ella le respondió: "Si Dios no existe, entonces... será necesario que entre los dos podamos crearlo".

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