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 domingo, 13 de junio de 2004

Reportaje
Silvia Bleichmar: "Este país es capaz de vender el alma por la seguridad"
La psicoanalista sostiene que los intelectuales han resignado sus posiciones críticas ante las grandes corporaciones

Marcos Cicchirillo / La Capital

El camino intelectual que está recorriendo actualmente Silvia Bleichmar, psicoanalista y autora, entre otros, de "Dolor país", puede intuirse en sus últimas huellas que dejó antes de pasar por Rosario. También de los libros que reconoce que están sobre su mesita de luz (Imre Kertesz, Zygmunt Baumann, de física). Volvió a la Argentina, después de haber estado en las tierras de Richard Sennett (Chicago), para presentar en Buenos Aires el libro de Elisabeth Roudinesco y Jacques Derrida ("Y mañana qué...").

Un recorrido que culminará en la primavera con el florecimiento de un nuevo libro que hablará, según adelantó a lo largo de la entrevista con Señales y pareció testear algunos de los conceptos después en una conferencia, frente a una nutrida tribuna psicoanalítica local. Bleichmar llegó a Rosario invitada por el Ateneo de Estudios Psicoanalíticos.

-Hasta su libro "Dolor país", usted no solía escribir sobre cuestiones más bien "sociológicas". A leerlo da la impresión que lo vomitó.

-Totalmente.Lo escribí desde las vísceras. Antes escribía más para adentro, pero estalló todo. Sigo escribiendo sobre psicoanálisis, pero de repente escribo estas cosas.

-¿Cómo ve en perspectiva aquellos acontecimientos?

-Fue explosivo, de recuperación de la política en el país. Como de reconocimiento de algo que venía como adormilado durante mucho tiempo y de repente estalló. Creo que fue el primer momento en la Argentina de la derrota de los años de la dictadura. Después se aquietó, hay como una inercia de lo cotidiano en la Argentina, donde el país quedó claramente pasivo a pesar de que sigue habiendo más del 40% de personas por debajo del índice de miseria. Hay una rutinización y un acostumbramiento a condiciones indignas de vida. Lo que pasó en 2001 no fue un movimiento que tuviera claro sus metas. Fue una confluencia muy compleja de sectores, en que se mostró muy rápidamente el deterioro. Por ejemplo, fue el hecho de que los ahorristas le pidieran a Julio Nazareno (ex presidente de la Corte Suprema de Justicia) que se quedara porque les convenía.

-Dos años después la plaza del Congreso se llenó por el caso Blumberg. La lectura que dejó ese fenómeno fue muy distinta.

-Lo de Blumberg es un ejemplo muy claro que tiene que ver con lo que le decía de los ahorristas. Este es un país que oscila entre el concepto de justicia y el de seguridad. A veces es capaz de venderle el alma al diablo por la seguridad, como lo hizo en la dictadura. Y ahora puede volver a venderla.

-¿Qué piensa cuando escucha que piden bajar la edad de imputabilidad de los menores?

-Hay un problema que está detrás de todo esto: la deconstrucción del concepto de infancia. La humanidad está en un momento en el cual el tiempo que aparece por delante no aparece como un tiempo de futuro y de progreso. Porque la gran paradoja de la globalización es que se habla de la inclusión de las minorías, pero las excluidas son las mayorías. Hay que luchar contra todos los sistemas de exclusión, pero hoy es mucho mejor ser un gay en Massachussets que un niño pobre en Villa Domínico. Entonces bajar la edad de imputabilidad es un nivel de perversión terrible.

-Además de la deconstrucción del concepto de infancia, usted también habla sobre el de juventud.

-Uno de los problemas de la juventud es la ausencia de una representación clara de futuro. Los jóvenes se quedaron con tiempo por delante pero sin futuro por delante. Un sector, con poder adquisitivo, lo ha recompuesto en este período, pero es engañoso, porque la propuesta para los jóvenes que hoy se incorporan a la producción, desde los sectores que han atravesado académicamente la universidad, es la de asalariados.

-La proletarización de las profesiones liberales.

-Es escandalosa. La profesión liberal se acabó. Estamos sometidos a una situación donde está cercenada la posibilidad de construcción de metas. La preocupación de la generación que tiene hijos es que nadie espera que vivan mejor que ellos, sino que no vivan peor que sus abuelos. La gran preocupación de los padres es que los hijos no caigan de la cadena productiva. Hay toda una ideología adaptativa, donde se le plantea a los chicos que lo que tienen que hacer es sobrevivir.

-¿Un emergente de esa falta de perspectiva son los ataques de pánico en los jóvenes?

-La pregunta es muy acertada. ¿Qué es el ataque de pánico sino una sensación como de pérdida de toda referencia en la autopreservación? El ataque de pánico es un momento donde el sujeto tiene la sensación de ser invadido por una angustia de muerte intensa y de no tener recursos psíquicos para enfrentarlo. Esto está muy vinculado a la pérdida de un sistema de referencia. Por ejemplo, mientras los europeos tienen mayor nivel depresivo, nosotros tenemos mayor nivel de ataques de pánico. ¿Por qué? Porque tenemos una sociedad que garantiza mucho menos la estabilidad. No es lo mismo estar deprimido pensando que nunca va a tener más de lo tiene, a pensar que en cualquier momento pierde todo. El ataque de pánico está muy relacionado, no con la pérdida real de posibilidades, sino con la sensación de que todo el mundo en que vivimos es precariedad.


EL ROL DE LOS INTELECTUALES
-Usted ha planteado que los intelectuales no cumplieron ningún papel en la sociedad. ¿Ve algún cambio?

-(Se enoja) Los intelectuales no han cumplido ningún papel en estos años. Han sido fagocitados por las corporaciones y el establishment político. No existe una intelectualidad que haya podido pensar en serio las condiciones actuales del país y creo que es una intelectualidad que todavía padece la derrota del 70, que no se rearmó. La caída de la utopía produjo un desmantelamiento intelectual brutal. Nuestro error fue poner la utopía en el centro y no en el horizonte. Pero no se puede abdicar de la utopía.

-¿Y en esto, qué lugar ocupa el psicoanálisis?

-Creo que es la única teoría sobre la subjetividad que sigue pensando la cuestión del sufrimiento humano. Una de las grandes dudas es que el psicoanálisis fue pensado para un hombre moral. Freud escribe pensando en el eje de la culpa como un eje constitutivo de la subjetividad humana. Y de repente hay como una deconstrucción. Creo que si los seres humanos no rearticulan pactos no existe posibilidad de avanzar. La pauperización del país llevó a un mayor nivel de compromiso sectores importantes del psicoanálisis. Los analistas dieron un paso, como estamento, muy diferente al que tuvieron en la época de la dictadura que fue de un repliegue, de abstinencia.

-¿Pero en el campo de la producción psicoanalítica?

-En el campo de la producción teórica... creció un poco como la maleza, como las tierras incultivadas de la oligarquía: se llenó de vizcacheras. Se fue reiterando la teoría y el psicoanálisis fue perdiendo lugar en el campo intelectual. Porque en general sus respuestas están agotadas. Hay una cierta cortedad para pensar. Hoy la gran pregunta es: ¿qué puede aportar el psicoanálisis al sufrimiento del hombre del siglo XXI?

-¿Y qué se responde?

-Que el psicoanálisis es un reducto de subjetividad en un mundo que tiende a la deconstrucción subjetiva. Si uno mira todo el proceso del neoliberalismo, los seres humanos quedan convertidos, como nunca en la historia de la humanidad, en objetos. Pensados parcialmente. Incluidos a partir de rasgos parciales y donde no hay una concepción del otro en tanto sujeto. También que es un reducto frente a la neurociencia o la psiquiatría, que lo que buscan son formas rápidas de adaptabilidad, más allá del sujeto en cuestión. El psicoanálisis en ese sentido ocupa un lugar de resguardo de la subjetividad y del concepto humanitario del siglo XX.

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Bleichmar cree que la globalización excluye a las mayorías.

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