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 domingo, 13 de junio de 2004

Un psicólogo y una dirigente social analizan otro costado de la vida carcelaria
El mundo de los hijos de los presos
Las visitas a sus padres los vinculan con la violencia y la desdicha. Culpables de nada, sufren la estigmatización dela sociedad y los medios que les auguran un futuro delictivo. El agobio de las requisas y, también, de los prejuicios

Paola Irurtia / La Capital

Los chicos de los presos visitan a sus padres en los cuartos enrejados de cárceles y comisarías. Son revisados antes de entrar y ven cómo revisan a sus mamás, papás o abuelos. Crecen relacionados con custodios e instituciones de encierro, señaladas hasta por la Justicia por el hacinamiento y la violencia de las normas internas. Ven y escuchan en los medios de comunicación el modo en que distintos profesionales -abogados, políticos, periodistas- diagnostican que no tendrán una vida diferente a sus mayores. Padecen y admiran el modo en que la sociedad, igual que ellos, se construye de acuerdo a la "ley del más fuerte".

Desde dos experiencias y una formación diferentes, dos especialistas que trabajan con hijos y familiares de detenidos y chicos de la calle coincidieron en cuatro ejes que incidirán en la seguridad pública del futuro. Y que es el futuro de los chicos que la sociedad condena a la exclusión. Esos ejes son la formación de la subjetividad de los chicos, las consecuencias socioeconómicas sobre sus familias y su medio, la interpretación de la ley, y el camino para superar esos obstáculos a partir de la recreación de su propia imagen y los vínculos con sus pares.

Los dos especialistas son Ricardo Arias, un psicoanalista bonaerense que participa del Hogar Juanito, con chicos sin familia derivados de juzgados de menores y con una amplia trayectoria de trabajo en instituciones educativas y villas miseria, y Lilian Echegoy, miembro de la Coordinadora de Trabajo Carcelario (CTC) de Rosario y una de las impulsoras de la revista Angel de Lata, en la que trabajan chicos que sobreviven en la calle y familiarizados con el delito.


Deforme espejo
Como analista, la primera reflexión de Arias sobre los chicos de los presos remite al modo en que una parte de la sociedad, sobre todo las clases media y alta, habla de ellos con impunidad, sin atender las consecuencias. "En voz alta, con micrófonos, con la luz de la cámara prendida, los profesionales aseguran que a estos chicos les va a pasar lo mismo que a sus padres, que los van a repetir y van a ser delincuentes. Los chicos tienen pesadillas, sufren una amenaza permanente porque esas cosas dichas desde el poder los aterrorizan". Para Arias, esas expresiones no tienen en cuenta que eso chicos de los cuales hablan son parte de la audiencia. "Hablamos con impunidad y ellos, que escuchan, no tienen ni manera ni lugar para procesar esos mensajes".

Esos dichos funcionan para los chicos como un espejo donde mirarse. "Los pibes lo cuestionan, a veces. Si no, se lanzan (al delito) como si fuera un destino o una profecía, porque entienden que no se espera otra cosa para ellos".

La proyección de un futuro delictivo que se realiza sobre los chicos humildes, hijos y familiares de detenidos, es para Arias el resultado de una intencionalidad política impulsada por sectores de la sociedad "que son vendedores de armas, de conciencias, de cuerpos". Y otros sectores que se constituyen también en una de las causas de la marginación y la exclusión de estos chicos.

Desde una formación y una tarea diferentes, Lilian Echegoy contó que los chicos "llevan muy arraigados en los lazos de filiación que construyen" y por eso "se apropian de la calle para construir una identidad desdibujada por la desestructuración familiar".

Arias trabaja en lo que normalmente se denomina prevención (no cree en las posibilidades de una real prevención sin cambiar la realidad económica, cultural y subjetiva). Considera que para cambiar lo que parece el destino para esos chicos "es necesario producir líneas de creatividad, líneas de fuga, de libertad".

Busca esas posibilidades a través de juegos, representaciones, ejercicios en para que los chicos puedan recuperar vínculos. "Eso es la subjetividad, un entre, poder mirarse en la mirada de otro, ver cómo se ve ese que soy yo, que surge a partir de la escucha de otro, de la mirada, de la palabra -explicó-. En los juegos van cambiando roles. Ocurre un acontecimiento cuando descubro que el otro me está viendo de una manera diferente".

En los juegos surge la posibilidad de "encontrar en otro alguien con quien compartir, con quien conversar, no a quien devorar". Para Arias, esa chance de cambiar les permite recuperar su propio cuerpo y la suma de posibilidades "construye inteligencia". Dentro de esos cambios cuestionan esa consigna que los chicos escuchan tantas veces, que por ser hijos de detenidos van a repetir las acciones de sus padres.

"Estos chicos están como muy marcados. Y no son marginales, sino marginados" -señaló Arias-, por eso la importancia de que "no se los mire como delincuentes". Junto a su grupo de trabajo, Arias intenta incorporar otras escenas a ese particular universo, para que esos chicos puedan crear para ellos una realidad distinta.


Un salto sin red
Los dos especialistas relacionan la desestructuración que comienza en la familia y sigue en los chicos con las precarias condiciones económicas agudizadas durante los 90. "La falta de trabajo, la retirada del Estado de la escena social, llevaron a la supresión de los lazos sociales que constituyeron una red protectora y de contención - señaló Echegoy-. Miles de familias quedaron imposibilitadas de estructurarse a partir del trabajo como proyecto común y libradas a su propia suerte".

En ese marco, los chicos elaboran reglas que funcionan como leyes, donde "el acto prevalece sobre la palabra y la acción sobre el pensamiento". Y en esas condiciones se graba en ellos el valor de la ley. "De la ley sólo registran el lado autoritario, sin recuperar su costado estructurante".

Arias coincide en que "con un modelo socioeconómico que rige desde hace más de 20 años los chicos mamaron que lo importante es ser el más fuerte. Han visto funcionar ese dispositivo dentro del gobierno, en las empresas que echan a sus obreros sin pagar indemnización. Y copiamos lo que vemos: Eso es lo que hemos sembrado y ahora cosechamos. La única forma que conocen de hacerse más fuertes son la patota o el arma: «si las tengo, no sufro más». Por eso dicen «soy chorro o me hago cana», que son las dos formas que conocen de hacer valer la ley del más fuerte".


La ley del más fuerte
Una de las tareas de los talleres es desentrañar que no rige la ley del más fuerte sino la ley. Con esa meta, se incorpora lo político para defender los propios derechos desde el desacuerdo o las diferencias. "Lo político es lo que nos permite crear los dispositivos para elaborar el desacuerdo y defender los valores de todos". Frente a los chicos -como surge de las explicaciones que da en primera persona- rechaza ocupar el lugar un médico, con la autoridad de quien establece tratamientos. Encuentra en esas denominaciones los trazos de un poder que "minoriza" a los chicos, "los hace menores, y no sujetos de derecho". Y está convencido de que a la "ley del más fuerte hay que atacarla allí donde se hace".

"El 70 por ciento de las causas que ingresan a los juzgados de menores son por causas asistenciales, chicos que quedan bajo la tutela de un juez porque fueron abandonados o víctimas de violencia física y psicológica -explicó Echegoy- Esos chicos, la segunda vez que entran a un juzgado es por delitos, lo cual demuestra que las necesidades asistenciales no fueron resueltas a tiempo por las instituciones del estado".

Lejos de quienes piden un endurecimiento de las penas a los chicos, Echegoy reclama una política de minoridad más profunda. Basada en la experiencia de la revista El Angel de Lata, asegura que la experiencia "reveló la importancia de trabajar en el fortalecimiento de los lazos afectivos y la confianza con herramientas que brinda la educación no formal. El camino para superar la marginación lo encontramos en la progresiva desjudicialización del trabajo con niños".

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Esperando la rutina de requisas en el portón de un penal policial, un día de visitas.

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