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 domingo, 13 de junio de 2004

Editorial
El drama del abuso infantil

El planeta atraviesa desde un largo tiempo a esta parte una etapa oscura, signada por guerras, terrorismo, intolerancia y desigualdades materiales que se agigantan en vez de empequeñecerse. En ese marco, sostener el optimismo en relación con el futuro de la especie humana es una tarea ímproba, sobre todo cuando se comprueba que los caminos hacia el diálogo se cierran progresivamente como consecuencia de la soberbia o el fundamentalismo. La denuncia de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) de que cerca de dos millones de chicos son sometidos a tareas de servidumbre en domicilios privados, expuestos a opresión, malos tratos y potenciales abusos de toda índole, acentúa la preocupación que genera el estado de desprotección en que se encuentra la infancia en las naciones subdesarrolladas.

"A muchos chicos se les priva de derechos reconocidos internacionalmente al obligarlos a limpiar, cocinar, cuidar a los hijos de su empleador o realizar pesadas tareas en casa de sus patrones", dice textualmente el severo informe de la OIT, donde a continuación aparece una lista de los principales derechos vulnerados: jugar, visitar a su familia y amigos, a un alojamiento decente y la protección contra el abuso sexual o los abusos físicos y psicológicos.

Las cifras resultan estremecedoras: 246 millones de niños en todo el planeta se ven obligados a trabajar, de los cuales 73 millones tienen menos de diez años y 127, menos de catorce.

En la Argentina un millón y medio de chicos desarrollan actividades laborales, fundamentalmente en las atrasadas zonas rurales. Jorge Rivera Pizarro, de Unicef, explicó con precisión el trasfondo del drama: "La mitad de estos chicos está afuera de la escuela y el gran problema es que no puedan ser capacitados para cuando les llegue el momento de incorporarse como es debido de manera productiva".

Lo más grave es que el flagelo no sólo se ha acentuado, sino que se oculta. Y en este caso, sin dudas, la principal cuota de responsabilidad les cabe a los Estados más poderosos del globo, que invierten millones en armamento o frivolidad mientras al sur de su prosperidad el panorama se vuelve, año tras año, más desolador y angustiante.

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