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 domingo, 13 de junio de 2004

Interiores: La vida de los personajes

Jorge Besso

Si de algo está llena esta vida es de personajes, entendiendo por tal a un sujeto de distinción, calidad o representación en la vida pública, según las precisiones de los académicos de la lengua. Como se sabe, la calidad puede ser buena o mala, de manera que se puede alcanzar el rango de personaje, es decir lograr las notas de la distinción y de la representación por la vía de la excelencia, o por el contrario, por los caminos de la calamidad.

El personaje es un ser que en términos generales es amado, o al menos admirado, que no siempre es lo mismo, muchas veces también es odiado y por sobre todas las cosas muy conocido. La presencia del personaje es convocante en el sentido más amplio de la expresión, ya que hay personajes de carne y hueso, y también los hay de ficción como los muchos e inolvidables personajes de la literatura.

Además de los personajes de los medios, es decir personajes de las telenovelas, cabría agregar los personajes del deporte, de la política, y los distintos visitantes de los sitios mediáticos, más la gente de los propios medios, todo lo cual conforma una ensalada donde ya no es tan fácil, ni tan posible, discriminar entre los de ficción y los de carne y hueso.

En general tenemos la convicción o la certeza de que los personajes se dan la gran vida, ya que de alguna manera los suponemos buenos para todo, es decir que saben trabajar, hablar, comer, dormir y amar, que vendrían a ser los verbos fundamentales de la existencia y que los personajes conjugan a la perfección, ya que para ellos, como dicen los españoles, todo es "cocer y cantar".

La expresión de los españoles es más que interesante ya que se refiere a alguien que en su despliegue desarrolla con destreza y facilidad dos tareas al mismo tiempo, de cierta sutileza y precisión. Lo contrario de esa expresión que se refiere a un sujeto atribulado que no puede al mismo tiempo mascar un chicle y bajar la escalera, tareas ambas que, sin embargo, no requieren de demasiada destreza o precisión.

Lo cierto es que lo más probable es que la vida no sea cocer y cantar para nadie, del mismo modo que por lo general podemos mascar un chicle y bajar una escalera al mismo tiempo, y hasta en nuestros mejores días podemos realizar la operación agregándole un paquete en la mano, momentos de una gran plenitud en los que pensamos que la TV está a punto de descubrirnos.

Volviendo a los personajes, de todas maneras podemos pensar que viven bien y que al menos bastantes veces se deben dar la gran vida, pero así y todo no debe ser nada sencillo, en tanto y en cuanto, una de las cuestiones más difíciles radica en el hecho de que los personajes tienen vida por sí mismos. Esto se nota muchas veces en los de ficción, en los que la imagen crece en forma desmesurada.

Hace años, por caso, Quino comenzó a advertir esa desmesura en su personaje Mafalda, al punto que la niñita sabia se había transformado en un personaje inolvidable, de forma que todo el mundo sabía quién era Mafalda, pero no todos quién era Quino. Y tal vez por eso dejó de dibujarla. Pero ya estaba dibujada, es decir, ya le había dado forma, ya había sido creada y las cosas que creamos (y que criamos) en algún punto se nos van de las manos, en cierto sentido, como debe ser.

Pero esto que sucede con los personajes de ficción, también puede suceder con los personajes de carne y hueso, ya que ahí la dualidad, si bien menos visible, puede ser hasta más pesada aún. Es que las relaciones entre el que es de carne y hueso, y el personaje que representa para millones de personas, suponen un vínculo complejo y sutil, de no fácil manejo para la persona que habita en el personaje que es la que pone el cuerpo y el alma en la cuestión.

Razón por la cual los personajes, especialmente los muy personajes tienen sus representantes. Se entiende que estos otros "personajes" están para el manejo de los asuntos del personaje mayor, pero la más de las veces además de sus propios intereses, representan al personaje, más que a la persona de cuerpo y alma que le dio vida y que, en los casos más extremos, no lo maneja más.

Todo lo cual prueba, por si hacía falta, lo lejos que está el humano de lo simple. Al menos el humano en su versión urbana. Pero hoy por hoy, casi toda la humanidad, vía la televisión, está más o menos urbanizada al punto que salvo alguna aldea del Tibet camino al Everest y algún lugar más, todo el mundo termina soñando con lo que la televisión le vende, fantaseando con tocar a los personajes y tal vez si se da la oportunidad, acaso llegar a serlo, después de todo están los reality show, con lo que de la noche a la mañana se puede pasar de gris a brillante.

Cada día al levantarnos y cada noche al acostarnos, y entre ambos extremos de la jornada, todos somos portadores de un personaje, portador sano y portador enfermo según sea el personaje que nos representa, y que en el fondo maneja nuestras cosas. Y no son pocas las veces que hacemos lo que no tenemos ganas de hacer, al igual que más de una vez estamos en lugares que no quisiéramos estar, donde ya sabemos lo que vamos a decir y lo que vamos a escuchar.

También hay ocasiones en que nos excedemos en nuestras actuaciones llevados por el personaje que representamos, además del hecho de que la superabundancia de personajes ha hecho del protagonismo una enfermedad contemporánea, ya sea en el trabajo o en la casa, de una u otra manera. Frente a tantos predicadores de la autoestima y religiones similares, cada tanto no estaría mal "reunirnos" con nuestro personaje, con un sentido crítico y reflexivo, ya que los personajes en definitiva no reflexionan. Al igual que los oráculos que se dedican a decir, y más de una vez terminan por devorarse a la persona de carne, hueso y alma que le dio vida.

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