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 sábado, 12 de junio de 2004

Editorial
Comisarías: atroz hacinamiento

No por ser bien conocidas y resistidas por la sociedad, ciertas aberrantes realidades que constituyen parte del día a día en la provincia de Santa Fe son modificadas con la celeridad que corresponde. La situación de las comisarías que funcionan como centros de detención no merece otro adjetivo que insostenible. Anteayer, en Villa Gobernador Gálvez, un intento de fuga masiva en la seccional 26ª desembocó en un motín y en cierto momento se tuvieron justificados temores de que se desencadenara un drama parecido al de la seccional 25ª de esa misma ciudad, donde el 15 de noviembre de 2000 se produjo la peor tragedia carcelaria en la historia argentina.

Aquel día trece reclusos encontraron horrible muerte -perecieron calcinados, consecuencia de la quema de colchones- en un alzamiento que se extendió durante interminables horas. La antevíspera el incendio de colchones se repitió después de que los guardias abortaran una fuga masiva, aunque no pudieron impedir que dos presos concretaran su objetivo de huir.

Pero lo ocurrido, ciertamente grave, pierde gravedad si se evalúan las condiciones de vida que padecen los detenidos. Específicamente, en la 26ª había anteayer 42 detenidos alojados en una habitación mísera de sólo 42 metros cuadrados. En síntesis, menos de un metro cuadrado por persona, con la consecuente falta de espacio para dormir. Al insufrible hacinamiento deberán sumársele otras barbaridades como la existencia de un solo baño (familiares de los reclusos contaban que se ven obligados a orinar en botellas o tarritos), la humedad que chorrea por las paredes, la absoluta carencia de luz natural y la tremenda falta de higiene (auténticas colonias de cucarachas habitan el lugar). En verdad, un detallado retrato del infierno.

A los detenidos -debe recordárselo- corresponde privarlos solamente de su libertad. Brindarles condiciones dignas de alojamiento es el mínimo, desde el punto de vista humano, que merecen. A ello, claro, habría que agregarle la necesaria reeducación que permitirá reincorporarlos -ya libres- de manera constructiva a la sociedad. Sin embargo, en el país de hoy esto lamentablemente suena a utopía.

La anunciada construcción de alcaidías en la ciudad debe ser acelerada. A pesar de que, dado el estado de las cosas, ese sea sólo el primer paso en un largo y sinuoso camino.

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