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 domingo, 16 de mayo de 2004

[Nota de tapa] Infierno grande
Historia de un pueblo al que le pusieron bandera de remate
Más de la mitad de los habitentes de Los Amores, en el norte provincial, corren el riesgo de perder sus propiedades. Una intrincada trama que comienza en tiempos de La Forestal

Leonardo Graciarena / La Capital

La mitad de un pueblo del norte santafesino, incluyendo su cementerio, sufre el riesgo concreto de ser rematado. Los pobladores de Los Amores, un pequeño caserío en el medio de la cuña boscosa del departamento Vera, conviven con esta pesadilla desde hace quince años. Una compleja red de irregularidades inmobiliarias coloca al pueblo de 1.500 habitantes, descendientes de los antiguos hacheros y obradores de la compañía La Forestal, en el mapa de la crisis argentina. A muchos les vendieron sus terrenos más de una vez, pero al no haber escriturado sus bienes y a pesar de tener sus impuestos al día se ven comprometidos por una serie de embargos y juicios sobre los campos que el dueño legal de la tierra colocó como garantía al contraer obligaciones que nunca pagó.

"Hoy por hoy podemos decir que los remates están suspendidos, pero la solución final sería que los jueces dictaminen en las causas que la gente es poseedora de esos terrenos. La solución pasa porque la Justicia le reconozca la posesión a esta gente y que se inscriba en el Registro de la Propiedad como debió haberse hecho en su momento y como debe ser ahora", dice el abogado Horacio Capurro.

Capurro es la cara visible de la Fundación Servicio Jurídico Solidario de Reconquista, una ONG que se dedica a la atención de personas carenciadas y es la única de este tipo en Latinoamérica. Para él, el posible remate de medio pueblo de Los Amores es una historia difícil de explicar y muy dura de digerir. Don Horacio, como le dice la gente que vive en la localidad, "es quien nos para los remates".

Una particularidad del proceso es que la mitad "rematable" del pueblo, incluido el cementerio y el polideportivo comunal, aparece como campos baldíos, sin gente viviendo en las tierras. Algo que contrasta con la realidad.

Por lo menos cuatro causas judiciales amenazan al pueblo. "Una está en el Juzgado del circuito de Vera, otra en el Juzgado Civil y Comercial también de Vera, la tercera en el Juzgado del circuito de Villa Ocampo y una cuarta en el Juzgado Federal de Reconquista. Hay un quinta causa, pero aparentemente ha caducado porque no ejercieron las acciones correspondientes, en un juzgado civil y comercial de la ciudad de Santa Fe", enumera el abogado Capurro. Nadie quiere hablar de dinero ya que es difícil precisar la deuda que puede desembocar en el remate. Uno de los juicios es de la Afip-DGI por 200.000 pesos, deuda que fue contraída antes de la devaluación de enero de 2002.


CALLES SIN NOMBRE
Los Amores se levanta a diez kilómetros del paralelo 28, que demarca el límite con la provincia del Chaco. Para llegar hasta el pueblo hay que transitar desde la localidad de Vera cerca de 150 kilómetros por la tierra de la abandonada ruta provincial número 3, que se interna en el corazón de la cuña boscosa santafesina. Existen muy pocas alternativas para evaluar. La más atractiva es viajar desde Reconquista tomando la ruta 40 S, que tiene 30 kilómetros de pavimento, hasta empalmar con la ruta 3 y doblar "hacia donde se pone el sol", como dicen los lugareños. De ahí hay que recorrer unos 130 kilómetros de camino de tierra. Siguiendo la huella, flanqueado en gran parte de la ruta por campos de Gabriel Batistuta, se llega a Los Amores.

Los medios de transporte ofrecen pocas opciones. Hay un colectivo diario que une Los Amores con Vera, cuando no llueve y el camino está en buen estado. Para recorrer cerca de 150 kilómetros demora hasta cinco horas y media. Otra opción es un coche motor de ferrocarril que, desde marzo pasado, une Los Amores con un pequeño parador cercano a Resistencia. El coche de la empresa Servicios Ferroviarios del Chaco (Se.Fe.Cha.) demora seis horas para recorrer 160 kilómetros. Este tren debería terminar su recorrido en Cañada Ombú, pero la falta de obras se lo impide.

Visto desde la ruta 3, el pueblo no parece nada del otro mundo. Un cartel de madera da la bienvenida al caserío, de 15 cuadras por 24 que se despliegan entre las vías del ex ferrocarril Belgrano y la ruta 3. Para más datos, es uno de los 70 pueblos con menos de 2.000 habitantes que tiene Santa Fe. Los Amores está enclavado en los bajos submeridionales, que ocupan casi un 42 por ciento de la provincia de Santa Fe y contiene a los departamentos de 9 de Julio, General Obligado, Vera y San Javier.

Las casas de madera (de palmeras) conviven con las de material, cercadas celosamente por calles de tierra. Como para mantenerse a tono con un pueblo perdido en el olvido del tiempo, las calles carecen de nombre, al menos a la vista. Está la calle del comedor infantil, la de la capilla, la de la casa comunal o la del cementerio. También existen un par de canchas de fútbol con arcos de madera, pero los más pibes prefieren despuntar el vicio de jugar a las bolitas.

Los Amores tiene sus contradicciones. Hay luz eléctrica y televisión por cable, pero se carece de agua potable. Los vecinos toman agua de lluvia o de pozo, cuando el índice de salinidad lo permite. Pero nadie puede asegurar que las napas no están contaminadas, porque nunca se realizó un estudio serio. En el pueblo, donde viven más hombres que mujeres -según el último censo hay 743 varones y 676 mujeres-, sólo hay quince teléfonos, que cuando llueve casi no funcionan. Y por descarte es evidente que no existe un servidor de internet. El pueblo cuenta con una escuela primaria y secundaria. Y la salud es un lujo porque los hospitales más cercanos son el de Reconquista (a 170 kilómetros) y el de Villa Ocampo (a unos 80 kilómetros).


EL ENGAÑO
La historia de Los Amores bien podría ser contada en una novela de Gabriel García Márquez. Y estaría bien, pero en este pueblo el "realismo mágico" estalla ante los ojos y el relato de los damnificados transmite impotencia. Si en ese estilo de narrar la realidad se mezcla con elementos fantásticos, mágicos y fabulosos, muchos de los relatos de los habitantes de este pueblo resultan propios de Macondo.

La crónica de los sucesivos engaños que hoy ponen al pueblo de cara a una realidad que parece irreversible comenzó, aunque suene absurdo, con un regalo. Los Amores fue fundado en la década de 1890. En ese momento, La Forestal comenzaba a devorarse millones de hectáreas de quebracho colorado de la cuña boscosa y también la vida de muchos de sus hacheros.

La compañía monstruo trabajó arduamente en la zona hasta la década del 30 y luego comenzó un lento retiro que finalizó en los años 60. Al marcharse, la empresa dejó a los pobladores sin sus fuentes de trabajo, pero tuvo un gesto: entregó a los encargados (mayordomos o capataces) escrituras para que transfirieran las tierras a sus trabajadores. El lineamiento era claro: las tierras eran para los trabajadores.

En Los Amores el capataz de La Forestal era Román Rojas. Los damnificados cuentan que, haciendo gala de la viveza criolla, vio un negocio redondo y no respetó aquel mandato. Rojas prometió a los obreros que les tramitaría las escrituras, por las que les cobró importantes sumas, y por otro lado vendió los campos a un particular: Carlos Sosa. Los más viejos lo sienten como una venta encubierta, pero sólo tienen el recuerdo como herramienta de prueba. El engaño se vio favorecido porque cuando esto sucedió, hace más de 40 años, la palabra era más valiosa que una papel, así fuera éste el de una escritura.

Sosa compró en 1984 las tierras que representan el 50 por ciento del pueblo, incluidos el cementerio y el polideportivo comunal (un terreno cercado por cuatro paredes). Con un boleto de compraventa mal confeccionado, Sosa vendió terrenos a algunos de los pobladores que residían en el pueblo desde tiempo inmemorial. Y otra vez, con la palabra como aval, nadie en Los Amores se preocupó por escriturar. Tenían la palabra de Sosa: "Vos quedate tranquilo que estás en lo tuyo".

Con el paso del tiempo, Sosa contrajo diferentes obligaciones y puso como garantía esos campos. La falta de cancelación derivó en un torrente de juicios, embargos e inhibiciones que hoy jaquean a por lo menos la mitad del pueblo.

Sosa no es un extraño. Vive en Los Amores, camina entre los vecinos cotidianamente; incluso muchos de ellos trabajaron bajo sus órdenes alguna vez. Hijo de un ex presidente comunal, "Carlitos", como lo llaman afectivamente las doñas, se pasea con su todoterreno gris por las polvorientas calles del pueblo. "Yo no voy a permitir que se remate", es una de sus frases de cabecera a la hora de enfrentar a los vecinos.

A Sosa también lo sedujo la idea de emular a su padre y, bajo la bandera de la Alianza, se presentó como candidato en las elecciones de 1999 para presidente comunal de Los Amores. Perdió "por poco" con Sandra Reschia, quien fuera jefa de la comuna hasta 2001 y luego de tres períodos emigrara a la ciudad de Santa Fe para ser diputada provincial.

Don Merardo Ojeda es uno de los símbolos del reclamo. Junto con tres compañeros, dos ya fallecidos, sacaron la protesta de Los Amores. "El asunto es hacer el corajudo y ponerle el pecho, nomás", cuenta con acento norteño bien marcado cuando se le pregunta como hace a sus casi ochenta años para digerir el posible remate de su tierra. "Discúlpeme porque oigo poco, hace tiempo tuve un problema de ataque de presión y me quedé medio sordo", dice al presentarse. Don Ojeda llegó a Los Amores desde Golondrina, a unos 50 kilómetros por ruta 3, donde trabajó diez años para La Forestal. Se acuerda como si fuera hoy de esa fecha: fue "el 14 de octubre de 1965", dice. La Compañía Pilagá, una empresa que trabajaba con La Forestal, le regaló un lote de tierra cuando abandonó la zona. El hombre cuenta que trabajó junto al capataz Román Rojas, quien le revendió esas tierras y, como nunca escrituró, se las compró nuevamente a Sosa hace 20 años.

"En el momento en que compré, el señor Carlitos Sosa me llevó a una escribanía en Vera. Nos entregaban las tierras que Sosa le había comprado al capataz Rojas. Sosa le entregó los papeles al escribano Traversa y yo pagué al contado 200 australes. Después tuve que pagar otros 120 australes para sacar el título. Y me dijo, bueno el mes que viene vas a tener el título... ¿Y que pasó? Viajaba, no estaba y estuve corriéndolo dos años", recuerda Ojeda, e intenta esconder la emoción detrás de sus ojos grises.

El vecino de Los Amores continúa su relato: "Después, pasó que Carlitos había sacado plata del banco, no la pudo devolver o qué sé yo, y puso por el banco todos los terrenos. Entonces hablé con él. Le pedí una audiencia y hablé personalmente con él porque somos conocidos. El también fue mi patrón, yo trabajaba por día con él. Le dije: «¿En qué quedamos con lo que pagué por el sitio?». Y él me contestó: «Vos quedate tranquilo que estás en lo tuyo». Y quedó ahí. Yo, confiado. Y un buen día los terrenos de Carlitos Sosa están todos embargados, están hipotecados y se van a rematar. Entonces todavía tenía a mi compañera, hablé con ella porque no sabíamos lo que iba a pasar, y esperamos".

En Los Amores todos la llaman Nico, pero su nombre es Nicolasa Ortiz. Es una morocha de ojos grandes y gorrita que decidió pelearla para no perder lo poco que tiene: su casa. "Este es un pueblo que vive en el aire. Sacando la comuna, la escuela primaria y la comisaría, después hay ocho escrituras, y los demás, nadie tiene", cuenta con peligrosa tranquilidad.

"Hace casi 15 años que estamos en esto, siempre con esa firme esperanza, como decían las doñas, de llegar a esa deseada escritura para sentir que tenemos ese papel. Nosotros a la tierra la sentimos porque acá nacieron mis cinco hijos. Desde que nos juntamos, jamás nos quedamos como grupo. Donde tenemos que ir, vamos. Golpeamos puertas, andamos y aunque a veces lleguemos dos o tres, porque viajar cuesta mucho, siempre estamos", resalta Nicolasa Ortiz.

Después de tanto tiempo, en Los Amores reconocen que hasta ahora nadie escuchó los reclamos. Los vecinos destacan la ayuda del senador provincial Hugo Puchetta, quien el 16 de abril les gestionó una reunión con el defensor del pueblo Carlos Bermúdez en Vera y la presencia del actual jefe comunal, Omar Walker, "que sí nos ayuda y sabe de los problemas que tenemos". Intuyen que difícilmente encuentren una solución inmediata en la Defensoría del Pueblo, "pero por lo menos hay alguien que nos escucha", comenta por lo bajo María Peralta.

Angélica, otra vecina, se acerca abrazando su monedero como si temiera que alguien se lo arrebate. Cuenta que tiene 66 años y que todos sus antepasados vivieron y murieron en Los Amores. Tuvo una docena de hijos, "algunos se fueron a trabajar a Córdoba y otros andan por acá". Y con las lágrimas atragantadas dice: "Le pedimos a Dios que nos ayude para que no pase lo que dicen va a pasar con Los Amores. Son muchos años de vivir y hacer cosas en esta tierra. Vivimos en una casita de palma que está toda deteriorada".

Y desde su humildad resalta que "el actual intendente es muy bueno y ayuda muchísimo. Antes teníamos la intendenta ( Sandra Reschia), pero cuando había una reunión jamás estaba. Así que ahora contamos con él, que se preocupa por el pueblo. Lo que no quiero es que venga ese maldito remate. Porque jamás en Los Amores se había hablado de eso. Somos gente pobre y cuando se empezó a hablar del remate nos agarró miedo".

El remate de propiedades se transformó en uno de los síntomas más palpables de la crisis después de la devaluación de enero de 2002. El gobierno nacional calcula que ocho millones de personas están acosadas por este fantasma. En Santa Fe se estima que 150.000 familias, según la Asociación de Defensa de la Vivienda Unica (Adevu), podrían perder sus propiedades. Pero el caso de Los Amores es difícil de enmarcar.

El antecedente más cercano es el remate de la localidad Los Catutos, en la provincia de Neuquén, que en agosto de 2000 fue vendida por 5.000 pesos a un abogado rosarino -Daniel Impallari- que accionó legalmente contra una fábrica de cal por cobro de haberes y se terminó quedando con el pueblo: 49 hectáreas, seis casas y una comisaría. Por tres metros no se quedó con la iglesia.

Fuera del país, el fenómeno no es extraño. En diciembre de 2002, mediante una subasta electrónica de la casa de remates Ebay y por 1,7 millón de dólares, un comprador anónimo se quedó con el pueblo de Bridgeville (en California): 33 hectáreas, una decena de casas y 3 cabañas.

Pero no sólo Los Amores está jaqueada por las irregularidades inmobiliarias en el norte santafesino. "La situación está dada por tierras que figuran como de empresas o particulares que ya no existen. Pero ninguna es tan grave como en Los Amores", cuenta el abogado Capurro. Por ejemplo, Cañada Ombú, el pueblo de unos 1.000 habitantes que está a 20 kilómetros de Los Amores, figura como propiedad de la Compañía de Seguros La Previsora, oriunda de Buenos Aires. En la localidad de La Gallareta, 270 kilómetros al norte de Santa Fe -donde está proyectada la construcción de una cárcel-, el 20 por ciento del ejido urbano figura como parte de La Forestal. Algo similar ocurre con Tartagal, pero en un porcentaje inferior. Inclusive se comenta que la localidad de Villa Guillermina, que fue el corazón de La Forestal en el norte santafesino, carece de registro en catastros y sigue apareciendo como parte de la antigua empresa británica.

En la ONG de Reconquista no quieren ni pensar en revivir el fallido remate que los sorprendió en 1995. "Ese año, cuando nosotros todavía éramos el servicio jurídico de la Cáritas Diocesana, que fue fundado por monseñor Juan José Iriarte, la cosa llegó a mayores. Nosotros veníamos con el proceso y de golpe y porrazo nos llaman por teléfono y nos avisan que se había presentado un martillero para hacer una constatación judicial previa a un remate. Estaba muy avanzado el proceso: después de eso se pide fecha y se remata. Y el martillero era uno que había sido sorteado en un juicio del antiguo Banco de Santa Fe. En ese momento no recuerdo si era Sapen o Banco Provincial. Era el Estado el que quería rematar. Tuvimos que hacer gestiones y finalmente el señor Sosa, a través de la venta de un campo canceló la deuda con el banco", cuenta Capurro.

Todo hace pensar que la única salida para el pueblo Los Amores es política. Como dice el abogado defensor de esta gente, "esto se soluciona de dos maneras: por una voluntad política explícita, a nivel provincial o nacional, que modifique vía el Congreso las leyes en lo que respecta al derecho de dominio; o iniciando acciones judiciales de usurpación, que es la prescripción adquisitiva del dominio por el término de 20 años o más".

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El cementerio de Los Amores también podría subastarse.

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