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 domingo, 02 de mayo de 2004

Educación: Cómo compartir el saber

A pesar de las nuevas lecturas, aún hoy es posible ver en algunas escuelas docentes que miran a sus alumnos como meros espectadores; donde todo sigue girando alrededor de un profesor que monopoliza y acapara el espectáculo mediante lecciones magistrales, cargadas de datos e información. En ese panorama, los alumnos se limitan a escuchar callados durante horas, tratar de no aburrirse, memorizar lo necesario para aprobar y continuar avanzando.

En otros casos, se les solicitan "trabajos grupales" consistentes en resumir un texto aún no explicado. Pensar que esta labor del profesor es enseñar y esta actividad de alumno es aprender, es una ilusión.

Seguramente, al cabo de pocos meses, los alumnos habrán olvidado casi todo lo "aprendido" y sobre lo poco que recuerden serán incapaces de encontrarle aplicación práctica. Quién no recuerda en su historia personal largas lecciones de historia sobre Napoleón o El Concilio de Trento sin poder interrelacionarlas con un antes y un después.

Contrariamente, el aprendizaje es un proceso activo, de construcción de conocimiento, nunca un proceso pasivo de acumulación de información. Por eso un alumno, con un buen proyecto educativo mediante, jamás podría desempeñarse como espectador sino como protagonista.

Hace ya tiempo que es muy común escuchar que también se puede aprender interactivamente, a distancia. En un primer momento aparece como la solución perfecta para muchos problemas del mundo de hoy: no podemos negar que Internet es el primer medio que permite que todos se comuniquen con todos con un nivel de interactividad e inmediatez desconocido. La educación viene a nosotros.

Ahora bien, la computadora, el e-mail, la televisión no son ni buenos ni malos en sí mismos. Lo grave es que el problema continúa siendo el mismo. La versión on line se limita a virtualizar lo presencial. El alumno sigue siendo el mismo espectador que era antes y además ahora está solo, con un artefacto tecnológico por medio. Sucede que añadir tecnología a un modelo deficiente no sólo no lo mejora sino que lo empeora.

Así se siguen perpetuando los mismos vicios. En todo caso, tenemos que lograr que el aprendizaje sea un proceso del alumno: se aprende haciendo, cometiendo errores, reflexionando y rectificando casi siempre con ayuda de alguien más experto.

Muchos autores, como Paulo Freire, coinciden en no mirar a la educación como un asunto donde sólo se narra y escucha, de transferencia de educación sino más bien como actos de cognición. En esta idea, el profesor deja de ser quien enseña para ser él mismo enseñado en el diálogo con los alumnos, haciéndoles comprender que el verdadero aprendizaje está no sólo en la aplicación del saber, sino también en la producción del mismo.

Es verdad que este proceso activo de construcción es un principio tan aceptado en la teoría como violado en la práctica. Por tanto, es imprescindible plantear en la escuela proyectos reales y basados en los intereses de los chicos, apoyados en la idea que no hay respuestas universales: lo que me sirve a mí en esta escuela, puede no serle útil a otro docente en otra. Que esto ocurra en un aula o en la virtualidad no tiene especial relevancia.

Carina Cabo de Donnet

Cientista de la educación y profesora en filosofía

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