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 domingo, 18 de abril de 2004

Rosario desconocida
Ilusión a pedal

José Mario Bonacci (*)

La ciudad es una verdadera confederación de barrios. Ellos ponen sus colores y acentos particulares y así la urbanidad exhibe distintos tonos, se expresa en facetas diferentes y acumula recuerdos en su devenir por los tiempos. En este proceso, conforman un escenario representado por la arquitectura que alimenta cada manzana como si fuera una verdadera escena y en las cuales se expresan y mueven incesantemente quienes pueblan los rincones urbanos, cumpliendo el papel de verdaderos actores de la vida diaria.

En las escenas caben todas las expresiones, enriqueciendo el anecdotario urbano-popular, donde algunos elegidos toman categoría de personajes que llegan a calar hondo entre quienes comparten la existencia en el lugar. Ellos se convierten en objeto de simple y desinteresado orgullo colectivo y alimentan los recuerdos sabiéndose queridos dentro del territorio común y también trascienden hacia todo el continente físico que en su humanidad la ciudad genera.

Uno de estos casos es el de Francisco Bonadío, "propio figlio di calabrese" y lo que sigue es recuerdo de su marcha hacia un sueño que intentó alcanzar en 1954, en territorio del barrio general San Martín, antigua seccional 18ª, hoy 16ª.

La bicicleta, pareciera haber sido inventada para él. Le venía como anillo al dedo, y lo demostró cuando en 1953 logró unir en 14 horas y tres etapas Rosario con Buenos Aires. Pero esto no sería más que una especie de entrenamiento, respecto de lo que se propuso al año siguiente: batir el récord mundial de permanencia en bicicleta, que hasta ese momento totalizaba 120 horas, entusiasmado por un grupo de amigos y vecinos barriales, en el clima de un café-bar de barrio, ubicado en bulevar Seguí y Laprida, llamado "Los Muchachos", verdadero sitio de reunión y confraternidad juvenil, con alguien dispuesto para alcanzar la meta y escribir un capítulo que se incorpore a la memoria del barrio.


La hora de la hazaña
Bonadío en persona, hoy con 70 años, cuenta que su amor por el ciclismo lo llevó a intentar la hazaña, para superar lo realizado por un muchacho de Saladillo de apellido Colletto. El viernes 26 de marzo de 1954, a las 7 de la mañana comenzó a rodar alrededor del cantero central de bulevar Seguí entre Laprida y Maipú, con el apoyo de amigos, Víctor, Luis, Rafael, Pedro, Roque, a quien volveremos a citar y muchos otros, más el apoyo médico del doctor Klass y el masajista Rodolfo Sap, con un energizante muy especial como lo fue el constante aliento del barrio entero. En el centro del cantero se instaló una carpa y cada cuatro horas paraba 5 minutos y era revisado en su equilibrio clínico general.

"Los Muchachos", cuyo local tiene hoy otro destino, funcionaba también como sitio estratégico de quienes deseaban verlo llegar a su objetivo. El primer día transcurrió con tranquilidad, y a mitad de la tarde ya se instalaba un tablado en donde artistas del barrio y de otras zonas comenzaron a demostrar sus habilidades: músicos, cantores, folcloristas, zapateadores...

Al segundo día la noticia había corrido por la ciudad y llegaba gente de otros puntos, que sumada a los propios vecinos del lugar conformaron una verdadera multitud en todo el perímetro con expresiones de aliento, aplausos y deseos de verlo llegar al final y no es exagerado afirmar que muchos tenían un brillo extraño en los ojos.

Bonadío piensa unos segundos y con satisfacción afirma que siempre la gente le recuerda el esfuerzo, lo reconocen en las calles y charlan con él y lo retrotraen a sus veinte años con los cuales realizó su intento. Le gustaría que los jóvenes de hoy conocieran todo esto, que probaran cosas similares teniendo un punto de referencia. Pero de pronto se detiene y recuerda que alguna gente no quería verlo terminar con felicidad... Eran rivalidades entre barrios, y cuando después del tercer día el esfuerzo y el cansancio se hacían sentir, también aparecieron tachuelas en la calle y entonces los amigos caminaban junto a él apartando posibles elementos dañinos, o lo protegían del sol con sombrillas.


Meta inalcanzable
Bonadío no pudo llegar a su meta, cuando al cumplir 110 horas y 30 minutos de rodar, sonó el cansancio, su físico aflojó, y siempre quedará la duda de si una barra del sur mezclada con quienes trotaban a su lado, no aprovechó un descuido para darle a tomar un vaso de agua helada con los consiguientes calambres estomacales.

Y a pesar de todo, cuenta con una sonrisa en sus labios que lo hizo sin ningún interés económico, lo que no fue obstáculo para que la gente, espontáneamente, iniciara una colecta. El buen recuerdo, no le impide contar su dolor de cuando en el año 1982 le robaron la bicicleta con la que realizó su intento y que guardaba con devoción. También relata que el esfuerzo le arrebató seis kilos de peso, y el doctor Klass le indicó seis días de internación que cumplió en el viejo sanatorio Americano de la calle Rioja. Su regreso al barrio se celebró con una fraternal reunión callejera entre música, alegría y momentos de gran emoción en donde no faltaron placeres de brindis en su honor.

Por aquellos años, vivíamos nuestros ilusionados quince años y porque fuimos protagonistas directos de esta historia ocurrida a sólo cien metros de nuestro hogar, podemos afirmar que Francisco Bonadío no ha hecho más que traer al presente, lo efectivamente acontecido en el territorio de la vieja seccional 18ª.


Merecido homenaje
El 26 de marzo último, se cumplió medio siglo de aquella historia y el barrio le volvió a demostrar su afecto y orgullo homenajeándolo con una cena concurrida y bullanguera en el club Ciclón de Saavedra al 600. Quizás él sepa íntimamente que en ciertos momentos su frágil bicicleta se pareció mucho a un extraño cometa de enorme cola formada por los pibes del barrio, que acompañándolo, hacían lo suyo para ayudarlo a conseguir su ilusión. También puede ser que lo tenga grabado en la memoria y lo calle intencionadamente como guardando dentro de sí un tesoro muy querido.

No sería imposible asegurar que el alma de la ciudad, inagotable en su capacidad de sorprender, realice algún día el milagro de que alguna vez Francisco Bonadío -el flaco, como lo llaman sus amigos- asomado a la perspectiva de bulevar Seguí y mirando hacia el crepúsculo, vea avanzar desde el fondo de los años una bicicleta fosforescente que marcha a reencontrarse con su dueño. ¿Por qué no? En el universo de los deseos, todo puede suceder.

(*) Arquitecto

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En 1954 Francisco Bonadío se propuso batir el récord mundial de permanencia en bicicleta.

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