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 domingo, 18 de abril de 2004

Lecturas. Parodia y absurdo en una novela sobre el Concilio de Trento
La risa que desarma el dogma

Irina Garbatzky

La conjunción entre historia y literatura, la distorsión genérica y la permanente apelación al humor son algunos de los componentes que hacen de "Trento" uno de esos textos que se inscriben en la franja de aquellos relatos híbridos, inclasificables; el mismo autor lo presenta como una "reescritura literaria que privilegia lo verosímil sobre el dato histórico; lo conmovedor del hecho humano por sobre la fría y gris crónica de los hechos". La palabra reescrita, dislocada, rota: aquella que encuentra sentido en su agitación interna y en la separación de su modelo genérico (su "hábitat" cotidiano), es concebida a lo largo de la obra de Lamborghini como la única capaz de hacer figurar a la Historia lo que ésta posee de caricatura trágica, sangrienta, absurda. "Comprendido lo que de trágico conlleva (la realidad histórico-política) y en trance de expresarla", dice el autor en "El poder de la parodia" (1995), "la lágrima, el quejido, no tienen a mi parecer tanta eficacia como la actitud de asimilar esa distorsión, asumirla y devolverla multiplicada".

Siguiendo esta idea, puede decirse que desde "El saboteador arrepentido", su primer libro, (1955), hasta "Carroña última forma" (2001), pasando por "Al Público" (1957), "Las patas en las fuentes" (1965), "El solicitante descolocado" (1971), "Odiseo confinado" (1992) y "Comedieta" (1995), entre otros, la "palabra dislocada" en Lamborghini es la encargada de enfrentar al dolor para volverlo mueca, "risa desahuciada": crítica feroz que desmonta la realidad conocida y anuncia que no hay ningún sentido establecido para siempre en obra alguna, y mucho menos una lengua pura, dogmática, única.

Lejos de amoldarse a las definiciones canónicas de los géneros conocidos, (novela, ensayo, poesía, teatro) "Trento" los sortea a todos al incluirlos dentro de sí. El teatro, la poesía, el texto de investigación historiográfica, el diario íntimo, el libro de anotaciones y el calendario, se suceden hasta transformar (o develar) al mencionado Concilio de Trento como un magma babélico de lenguas y voces entre las cuales se irá desarrollando la historia de Procopius, "(uno de los más prestigiosos prelados que asistieron a la Sacra Asamblea)" y Gitona, la joven discípula escondida en su sótano; anécdota intermitentemente surcada por las voces de los herejes azotados, de los teólogos y hasta del mismo Papa.

La narración se encuentra ambientada, como su nombre lo indica, en un acontecimiento histórico puntual: el Concilio de Trento, "época poblada de santos y pecadores, de ángeles y demonios, de visionarios, de mártires y apóstatas, de milagros y hechicerías, de falsas doctrinas (herejías) que pusieron en serio peligro la existencia misma de la Iglesia"; aquel encuentro que duró desde 1545 hasta 1563, en el que se fijaron los dogmas incontestables de la Iglesia, y que actuó como frente a la Reforma luterana.

Dicho margen temporal no parece haber sido elegido casualmente: las imágenes abundantes, la densidad de la adjetivación y los giros metonímicos son algunas de las características que ambientan al lector en el barroco; sin embargo, lejos de situarse en una tranquilidad estilística, el relato gira sin cesar por todas las formas del narrar posibles, sobre el pivote demoledor de la risa: "Esa risa por dentro, la peor clase de risa, la más difícil de atrapar. Me alejo y veo oro; me acerco y veo caca. Pinto lo que veo pero no sé muy bien lo que pinto."

El mundo entero tal como lo conoce Procopius queda sometido a esta "Risa del Todo", desde el dolor y por el dolor mismo: mostrando el absurdo de toda persecución y todo dogma ideológico. "Donde hay horror hay risa", dice el protagonista, y se maravilla con la hoguera de la "S. I." (Santa Inquisición): "ese privilegio que gozan sólo los que aúllan como seres humanos" y no los que "gruñen como cerdos, ladran como perros o maúllan como gatos".

En trance de predicar el Dogma católico, Procopius descubrirá que los debates a los que él asiste se suman a la disputa de su propia alma: "El vicio cómico encubre mis verdaderas intenciones. (...) mi vida es una permanente contradicción que se resuelve en una absoluta duplicidad. Yoes: ¡Chist! Perseguido por mis fantasmas mentales".

Surcado por la ironía, la alternancia de "lo bajo" y "lo alto" y la destrucción paródica, el Dogma que Procopius enseña a su joven discípula a cambio de favores sexuales, devela un Dios cuya cara es finalmente la de una vieja prostituta, que "abre al máximo sus piernas, (...) muestra su rapado sexo y señalando el tajo (...) espeta: -¡Esta es la Cara de Dios, acá está toda la Teología y lo demás es todo cuento, mentira, mierda!".

Es así como a lo largo de sus andanzas, asistimos a la verdadera hazaña de este personaje: su trabajo de análisis y recopilación de las escrituras herejes, descubriéndolas como discurso reproductivo, fértil, "lenguaje dislocado" que se vuelve guía para la lectura de toda la obra en sí: "El lector se convierte en un repetidor desorientado (...) No hay sino el lance vuelto posibilidad, la palabra con su seca resonancia, el álbum de los recursos retóricos desflecado, la implícita mudez acariciada como un trofeo anterior. Ese silencio tantas veces invocado en vano, ese silencio es oquedad de significación, bóveda boba de la autojustificación. No hay que tener miedo a manchar la página, ningún miedo de manchar venenosamente el movimiento. No manchan la página quienes construyen con sus criaturas sin espaldas las únicas moradas del delirio".

Lamborghini juega: el uso de elementos fijos y su respectivo trabajo de reacomodamiento ("cortado", "pegado": dislocación); el empleo del espacio visual para la poesía y la reiteración de modelos musicales concretos (como las "cancioncillas" y las "variaciones") hacen entrar en crisis a todos los modelos formales de la narración, modificando permanentemente el sentido global de la "novela".

La oposición que se derrumba es la que enfrenta a las escrituras múltiples con la Santa Escritura; y subyace como escenario en donde delinear el concepto de la propia "palabra dislocada": "Toda belleza es monstruosa", dice Procopius, "trae consigo el disloque de lo nuevo, de la propuesta de un nuevo equilibrio".

Así, merodear las estructuras canónicas del género se transforma en el atajo para sabotearlas, llevarlas a la exageración deformante. En "Trento", la primacía de la "reescritura" -aquella que repite a otra y a sí misma- pone de manifiesto el artificio que es la literatura entera: lava intertextual permanente, en la que el acto mismo de escribir hace la nota diferencial que quiebra el sistema entero y genera, a la vez, su propia resistencia.

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El parodista. Leónidas Lamborghini apunta a una "palabra dislocada".

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