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 domingo, 04 de abril de 2004

Editorial
Peligra el Congreso de la Lengua

El concepto amerita reiteraciones, porque de su adecuada comprensión e implementación depende la imagen de los rosarinos ante el país y el mundo: si el Congreso de la Lengua Española -que de acuerdo con los planes debería desarrollarse entre el 17 y el 20 de noviembre próximo- no se convierte en realidad con la eficiencia que merece, con razón o sin ella la ciudad será blanco de todas las críticas. La severa advertencia que efectuó anteayer el intendente Miguel Lifschitz volvió a encender una luz de alerta en torno de las severas demoras que a esta altura se registran en aspectos fundamentales de la organización del evento. Es hora de actuar.

El jefe de la ciudad salió la antevíspera a replicar conceptos emitidos por el cónsul español en Rosario, quien había acusado a la Nación, la provincia y el municipio de estar "un poquito dormidos en los laureles". Lifschitz fue preciso a la hora de discriminar responsabilidades e imputó al Estado nacional de frenar el desarrollo lógico de los acontecimientos. Acompañado por el representante del municipio en el Comité Organizador del Congreso, Marcelo Romeu, y por la secretaria de Cultura, Marina Naranjo, el intendente aseguró que el único avance producido en estos últimos dos meses es "el logo" y disparó: "Todavía no están las invitaciones, las reservas de los pasajes, los centros de prensa, de comunicación y la logística. Todo eso está a cargo de la Nación".

Nada existe, aún, que haga presumir que tal como es costumbre entre los argentinos y de acuerdo con las predicciones del propio Lifschitz todo no "se termine de armar cinco minutos antes" y sea exitoso, pero tampoco conviene demorar el aviso: los tiempos se han terminado. No resulta verosímil, aunque es lamentablemente real, que todavía no se haya abierto la cuenta bancaria para administrar el dinero que se destinará al encuentro. Mientras tanto, se sigue confiando en que el costo de la realización -estimado en seis millones de pesos- sea cubierto prácticamente en su totalidad por los aportes que efectuarían poderosas empresas de capital español, pero nada garantiza que tanta confianza tenga basamento en los hechos.

¿Será posible que estas cosas sucedan porque, tal como asegura el dicho, "Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires?". Sea como fuere, y más allá de cualquier elemental suspicacia, la realidad se expresa por sí misma con la suficiente contundencia. La Capital, embanderada con los intereses de la ciudad cuyo desarrollo acompaña casi desde siempre, cumple con el deber de advertir y se solidariza con la voz de sus representantes políticos, que en este caso se identifica en plenitud con la de la gente.

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