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 domingo, 29 de febrero de 2004

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En la sección Cultura del diario La Nación del miércoles 14 de enero del corriente año, en el reportaje titulado "El terrorismo no podrá ser eliminado" que Juana Libedinsky le realiza al pensador y escritor Alvin Toffler, éste manifestó: "Me encanta vivir en un país más o menos democrático, pero hay un serio error de concepción que promueven los medios norteamericanos respecto de que un país puede llamarse democrático si tiene elecciones y hay más de un partido político. Para mí, esa es una definición insuficiente. Hacen falta otras condiciones fundamentales, como la garantía de un trato digno a sus mujeres o un sistema judicial que no se asemeje al de la Argentina ni a los de tantas otras partes del mundo, sin corrupción, en el cual la gente sienta que va a recibir un tratamiento honesto a sus demandas". Toffler vive en California y supongo no ha pisado y quizás no pisará nunca un juzgado argentino, pero parece que está informado de que el Poder Judicial en nuestro país funciona mal, muy mal. En democracia, dicen los libros, cuando alguien pisotea nuestros derechos, los ciudadanos tenemos la posibilidad de solicitar protección a los encargados de hacer cumplir las leyes, esto es, que podemos acudir a esas personas llamadas jueces. Formalmente, es así. Pero la realidad, la que no se puede tapar por mucho tiempo porque un día aflora, nos demuestra que la gran mayoría de las veces no es así. Realmente no es así. Para que existan los corruptos y delincuentes, entre los ciudadanos en particular o en las instituciones del Estado, primero se necesita el permiso de los corruptos que están en la Justicia. Nada se hace sin permiso. Nada. Si el subalterno es un corrupto, es porque el superior le dio permiso. El permiso puede ser explícito o tácito, en este último caso el superior está distraído, mira para otro lado, no se da cuenta. Sin permiso del superior el subalterno tendría miedo de ir preso. Si en el cuerpo social la cabeza está corrupta, el resto también lo estará. La corrupción en la Justicia no es nueva, quizás provenga desde el inicio de nuestra historia. El juez amigo usado como palenque donde rascarse data del siglo XIX y ese consejo tiene sustento en años de experiencia. Si alguna vez se tienen deseos de combatir un poco la corrupción de la Justicia en nuestro territorio, no sólo se deberán cambiar miembros de la Corte, sino a muchos jueces, camaristas, funcionarios, esos que no pasarían el mismo examen que le hicieron al doctor Eugenio Zaffaroni o el que le están haciendo a la doctora Carmen Argibay. Para que exista realmente la democracia es necesario que funcionen los tres poderes del Estado y fundamentalmente que los jueces entiendan que son el Poder Judicial y actuar con la jerarquía del cargo que detentan y como tales investigar los hechos delictivos hasta "las últimas consecuencias". Pero si siguen funcionando como simples "administradores de justicia", pese a la rimbombancia del título y sus buenos sueldos, sólo serán empleados jerárquicos de Tribunales y con sus investigaciones no llegarán, como no llegan desde hace tiempo, ni a "las primeras consecuencias".

Juan Carlos Vennera



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