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 domingo, 15 de febrero de 2004

Una mirada personal
Fiesta patagónica

Pedro Squillaci / La Capital

Ir a Las Grutas tiene lo suyo. A decir verdad, y mirándolo desde un costado objetivo, tiene sus pro y sus contra. Quien suscribe llegó una tarde-noche (allá oscurece casi a las 22 lo que es positivo para los amantes de la playa y negativo para los que gustan de cenar temprano) y me topé con que la casa alquilada no era tal cual se había ultrapromocionado telefónicamente. Algo que todavía no manejan los caseros de las tierras del sur, que con el afán de captar la avalancha turística venden lo que no es. Esto puede espantar turistas, más si se recorrió los 1.186 kilómetros de un sólo tirón en 15 horas como fue el caso nuestro, junto a mi mujer Sandra, Julián y Gina. Encima había que seguir al pie del cañón al tipo (un amigazo) que manejaba rutas y mapas a la perfección. Me refiero al Turco (Chino) Adme, quien iba a toda velocidad en su Peugeot verde con su esposa Graciela (Greis), Bruno (Toki Toki) y Ramiro (The king of reglament). Pero llegamos a destino y la terminamos pasando bomba.

En principio, el temor a los tan mentados vientos patagónicos son todo un invento. Nosotros comimos excelentes corderos y carne vacuna asadas por mí (bueno, una mentirita la dice cualquiera) y nos quedamos hasta la una de la matina en cueros. Claro que, tampoco la pavada, hubo tardes que se recurrió a la camperita de rigor para protegerse de algún vientecillo, que nunca fue tan insoportable como el de la costa bonaerense.


Ni tan frías ni tan tibias
"Visite Las Grutas, la única playa con aguas cálidas del sur" insisten los carteles de la oficina de turismo. La gran verdad es que las aguas son menos frías que las de Mar del Plata, pero no tan tibias como en el Caribe. Temperaturas correctas conservan la amistad, así que a no creerse cualquier verdura.

El paisaje es maravilloso, aunque haya poco verde. Atrapan las playas, con sus médanos, sus piletones y el mar transparente, y también la arquitectura mediterránea del casco urbano, especialmente en la zona de la costa.

El clima es un arma de doble filo. Por momentos es tan seco que uno se da cuenta que vivir en Rosario es una húmeda tortura, y por momentos el sol te mata, y hay que ir a la playa a las 6 de la tarde o te insolás. En realidad siempre hay un gil que se enferma en vacaciones. A mí me subió la temperatura a 38º5, después me bajó la presión, y tras el susto generalizado (Sandra pensó que me perdía, lo que le produjo una sensación bastante ambigua de tristeza y felicidad) me quedé un día mirando películas y tomando remedios hasta recuperarme.

Lo fantástico de Las Grutas, sobre todo en enero, es el componente femenino. En la bajada cuatro, donde íbamos siempre, concurre un target mitad Punta del Este y mitad Villa Gesell, en el que las curvas de las jovencitas atraen la mirada de algún que otro cuarentón. Lo más cómico es que nosotros parecíamos "Los Roldán". A los ocho que ya nombré se sumó en distintas semanas Norberto, Marizza, Angeles y Candela (familia 1); Sergio, Silvia y Ludmila (familia 2), Edgar y Grisi (familia 3) y hasta mi prima Silvina que un día se cayó con el Pato y dos de sus hijitos (familia 4).

Cuando pegamos la vuelta, me di cuenta que, después de todo, la pleamar y la bajamar no me molestaban tanto, que las algas no eran tan pegajosas, que las conchas marinas no me destrozaban tanto los pies y que me encantaba cuando un vendedor me despertaba de la siesta playera a la voz de "¡Lloren chicos, llegó el heladero!" Y también comprendí que habría que vivir de febrero a diciembre con el mismo espíritu festivo de nuestro veraneo en Las Grutas.

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En las playas hay diversión para todos. Salsa para los más grandes y juegos para los chicos.

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