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 domingo, 11 de enero de 2004

Entrevista. Un militante radical que fue pieza clave del viejo Senado nacional
Perfil de un hombre que sabe demasiado
"Cuando mentía, transpiraba todo el tiempo. Ahora estoy tranquilo porque digo la verdad", afirma Pontaquarto

La momentos políticos más rutilantes de un país pueden quedar a merced de hombres comunes, discretos, mediocres, grises. No todos los saltos, virajes y rupturas de una época son producto de la acción de los hombres brillantes de la historia. El proceso de profundo deterioro de las instituciones políticas que se acumuló durante muchas décadas en la Argentina, la sospecha generalizada de corrupción, la frase popular que dice "todos los políticos roban", entre otros síntomas inequívocos, encontraron en la inesperada confesión del arrepentido Mario Pontaquarto una comprobación sin precedentes.

Aquello que se venía buscando desde siempre, el dato que probaría con nombres y apellidos, cómo, dónde y quiénes se metieron escandalosamente el dinero de los argentinos en el bolsillo.


Garganta profunda
Pontaquarto lo hizo. Un hombre común, un militante político de relevancia intermedia. Su confesión podría provocar que la causa de las coimas desemboque en condenas concretas. Como mínimo 4 implicados, y como máximo 10. Eso sí, sin cárcel para nadie, porque se trata de penas excarcelables.

Tato Pontaquarto llegó temprano a la cita, abrió una oficina de su actual segundo hogar, el estudio Wortman Jofré, y empezó a hablar. Con naturalidad. Saco azul, cara descansada, mirada tranquila. El hombre ya se jugó, y siente que va ganando la partida.

"¿Cómo está Rosario?", preguntó con afecto y nostalgia. "¿Se acordó de algo?", repreguntó La Capital. "Sí, fui varias veces por reuniones del partido (UCR), era un quilombo. Había que arreglar con un montón de sectores...".

Después relata con amabilidad los hechos. Ya no tiene la pasión del primer día, el de la confesión, pero no escatima detalles. "Hablo sin problemas porque digo la verdad, no hay posibilidades de que me equivoque", aclara. Después confiesa que en su primera declaración en la causa (en el año 2000), cuando negó todo, "transpiraba todo el tiempo, era porque mentía".

Pontaquarto habla y piensa en el futuro: "Algún trabajo digno voy a conseguir, yo siempre trabajé", dice, y se queda pensando. Por supuesto tendrá que ser fuera de la política y fuera del Estado. Si queda procesado, lo más probable, es que no pueda volver a trabajar en el Estado.


La tajada más grande
Ahora sobrevive de unos pesos que le quedaron de un restaurante que vendió. Parece dispuesto a vivir con poco, o con lo que le toque. Eso sí, sueña con que la sociedad lo exculpe por completo y que los condenados sean los que se llevaron la tajada más grande a su casa.

"Yo no diría que la conducta de algunos puede herir de muerte a los partidos políticos de la Argentina. No todos son lo mismo, hay que diferenciar. Conocí extraordinarios legisladores de muchas provincias y también otros que no tienen actitud ni capacidad para legislar", puntualiza el hombre, mientras clava la vista en un punto fijo y le pega la enésima pitada a un cigarrillo rubio que no termina de consumirse.

"Si no hablaba me estaba hundiendo yo sólo, ¿cuál era el negocio?", deja flotando. Mientras espera que lo llamen para nuevos careos (quiere salir a la cancha, está en racha ganadora), los implicados en la causa se maldicen una y otra vez.

"¿Por qué lo habremos dejado solo?", se deben preguntar. Se equivocaron, el hombre menos pensado ya hizo estallar la bomba.

R.M.

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Mario Pontaquarto se dio tiempo para interiorizarse sobre la realidad política rosarina.

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