Año CXXXVI Nº 48174
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Turismo
Mujer
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Educación 11/10
Campo 11/10
Salud 08/10
Autos 08/10


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 12 de octubre de 2003

Pocos se opusieron al exterminio
Las etnias originarias fueron salvajemente presionadas para abandonar sus dominios ancestrales

A los conquistadores españoles y a la Campaña al Desierto suelen achacárseles en exclusiva los males sufridos por nuestros indígenas; pero el exterminio prosiguió durante el siglo XX por parte de mercaderes y estancieros -algunos argentinos- ante los que sólo se alzó el temple de los misioneros salesianos en procura de frenar tanta barbarie.

"A tal punto llegó en el invasor el desprecio y el odio contra los indígenas, que para librarse para siempre de ellos -pues eran un obstáculo para la multiplicación de sus rebaños- ofreció una libra esterlina por cada par de orejas o por cada calavera humana que se le presentase", denunció monseñor Alberto de Agostini en su libro "Mis viajes a la Tierra del Fuego".

Las víctimas eran los alacalufes, los yaganes y los onas, habitantes de aquellas regiones del extremo sur de Argentina y Chile, con quienes de Agostini convivió como misionero y a quienes fotografió como nadie, a sabiendas de que su obra quedaría como testimonio de una existencia condenada al exterminio.

"El koliot (forastero), llegado de remotos países, sediento de riquezas y dueño de armas mortíferas, habrá acabado muy pronto su nefasta obra, destruyendo para siempre la secular felicidad de esta raza primitiva, que vivía solitaria e inofensiva en la más singular región del globo", preanunciaba hacia 1923.

Ese salesiano, a quien la Argentina le debe la cartografía más precisa que se haya hecho de la zona cordillerana sur, que recorrió entre 1910 y 1958, y también la traza, en 1936, del parque nacional Los Glaciares, no se equivocó: hace cuatro años murió la última ona pura que quedaba, Virginia Choquintel, quien había nacido en la misión de Río Grande y no dejó descendencia.


Estancieros y soldados
"Exploradores, estancieros y soldados no tuvieron escrúpulo en descargar su máuser contra los infelices indios, como si se tratase de fieras o de piezas de caza, ni de arrancar del lado de sus maridos y de sus padres a las mujeres y a las niñas para exponerlas a todos los vituperios", describía De Agostini.

Los primeros que sufrieron el pernicioso influjo de los "civilizados" fueron los yaganes y alacalufes, que vivían en los canales donde era frecuente el paso de naves con hombres blancos.

En tanto, los onas fueron perseguidos por los estancieros, que mandaban a sus peones ovejeros a matarlos a tiro de Winchester y a envenenarlos con estricnina, para quedar como dueños de los campos antes ocupados por los indios.

Tanto de Agostini como el misionero anglicano Tomás Bridges desmitificaron el juicio desfavorable de Carlos Darwin sobre los indios del sur, a quienes el científico acusó de "bestias" y "caníbales": ambos aseguraron que eso no era cierto.

Más aun, Bridges compuso una gramática y un diccionario con más de treinta mil voces yagánicas, lo que testimonia que poseían una lengua riquísima.

Al cumplirse este domingo un nuevo aniversario del Día de la Raza, no vendría mal hacer un mea culpa y repetir con de Agostini: "Más que del desprecio con que los trataron siempre los civilizados, eran dignos estos indios de conmiseración y de auxilio". (Télam)

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Notas Relacionadas
Aborígenes avivan la controversia del Descubrimiento con viejas demandas


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados