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 domingo, 06 de julio de 2003

Editorial
Seguridad y control policial

El auge del delito es uno de los problemas que más preocupan a los rosarinos. Sólo situada por debajo del desempleo como dilema básico en la percepción de la sociedad, la inseguridad es motivo de debate cotidiano y de profundas modificaciones en el modo de vida de la gente. Se trata, por cierto, de un enemigo peligroso: el miedo, que apoyado en sólidos fundamentos modifica medularmente los comportamientos sociales y desemboca con frecuencia en respuestas políticas vinculadas con el autoritarismo.

Días atrás el gobierno provincial anunció que Gendarmería Nacional custodiará los accesos a Rosario a partir del próximo mes de agosto. Los patrullajes se desarrollarán en el perímetro urbano, y no incluirán los barrios ni el centro de la ciudad. Fuera de dudas la disposición responde a un reclamo de la ciudadanía, cuya percepción mayoritaria es que la mayor presencia policial constituye uno de los elementos cruciales en la lucha contra el delito. Y si bien resulta innegable su importancia, no son pocos los especialistas que sugieren que el aumento de integrantes de las fuerzas de seguridad recorriendo las calles no mejora necesariamente el estado de las cosas, sino que hasta puede empeorarlo.

Técnicamente, tal cual lo explicó un criminólogo a La Capital, se lo denomina "efecto de desplazamiento": es que nunca se podrán controlar todos los lugares donde el crimen puede producirse, y entonces sólo se consigue un corrimiento. El mismo especialista mencionó también que tras un acuerdo similar celebrado en el 2000 no se registró una disminución del delito.

Ocurre que las tareas de prevención y contralor son por completo insuficientes si no se registra simultáneamente un mejoramiento de las condiciones generales de la sociedad. Días pasados esta misma columna se refería a un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que revelaba los diferentes niveles de criminalidad en el Primer y el Tercer Mundo. En los países desarrollados el número de suicidios supera con largueza al de homicidios, mientras que en Africa y Sudamérica la relación se invierte: los crímenes triplican a las muertes causadas por mano propia. Las cifras resultan lo suficientemente contundentes como para merecer ulteriores explicaciones.

Todas las posiciones absolutas quedan desvirtuadas en este espinoso terreno: la mayor presencia policial contribuirá indudablemente a brindar mayor tranquilidad a una angustiada población, pero hasta que la Nación no salde su pesada deuda "interna" los altos índices de delito constituirán una referencia insoslayable al momento de describir la realidad argentina.

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