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 domingo, 06 de julio de 2003

La marcha de un soldado
Friedrich Rasenack es el sobreviviente de mayor jerarquia del Graf Spee. Vive en La Falda y guarda una memoria minuciosa

Luis Emilio Blanco / La Capital

El hombre sirvió té, señaló una bandeja repleta de masas y alfajores regionales, preparada sobre una mesa cercana a un ventanal que ofrecía la mejor vista de la ciudad. Luego se sentó dispuesto a recordar los años de la Segunda Guerra Mundial, aquellos que lo tuvieron como protagonista a bordo del acorazado Admiral Graf Spee.

El capitán de corbeta retirado Friedrich Wilhelm Rasenack es actualmente el sobreviviente de mayor jerarquía del navío alemán. Vive en La Falda desde que se jubiló en la empresa Orbis, hace 23 años.

Los 89 años no hacen mella en su memoria. "El 1º de enero de 1936 -dice- me embarqué en el acorazado de bolsillo Graf Spee como teniente primero, técnico en artillería. Cuando Alemania atacó a Polonia iniciando la segunda guerra el 1º de septiembre de 1939, nos dirigimos desde el Caribe al Atlántico Sur, con la orden de hundir barcos ingleses y franceses".

La vida sobre el acorazado fue registrada por Rasenack en dos diarios de a bordo escritos en alemán con letra gótica e ilustrados con magistrales acuarelas. Estos cuadernos verdes, que el capitán aún atesora entre sus recuerdos más queridos, fueron los originales del libro "La batalla del Río de la Plata", donde contó minuciosamente la lucha, los éxitos y el posterior hundimiento del Graf Spee.

"Luego de causar importantes averías a la marina mercante aliada y de hundir ocho de sus barcos, el Spee había emprendido su regreso a Alemania porque se necesitaba una reparación de nuestros motores diesel, que estuvieron en marcha durante cuatro meses seguidos -relató Rasenack en su libro-. En el camino hundimos un navío mercante inglés y nos enteramos de la existencia de otros en el Río de la Plata y hacia allí fuimos".

Ese fue el comienzo de la batalla final del acorazado. El 13 de diciembre el Spee se enfrentó con tres barcos de la marina inglesa y recibió alrededor de 20 impactos de artillería pesada. "El capitán Langsdorff decidió hundir el barco y llevar a la tripulación a la Argentina para evitar un combate fatal y el riesgo de que tanto el navío como sus hombres cayeran en manos del enemigo", recuerda Rasenack y señala que ese fue el día más triste de su vida.

Tal como lo contó en el libro, don Federico -así lo llaman sus allegados-, relata los preparativos, que estuvieron a su cargo, para volar a distancia al Graf Spee. "Con granadas de mano volamos todas las direcciones de tiro, con martillos rompimos los tableros y los gobiernos a distancia y así instalación tras instalación, para evitar que los secretos de la Marina alemana llegaran a manos enemigas".

"Llevé mi sable al camarote para que no cayera en manos de un coleccionista. Dejé muchas cosas. Todos los recuerdos que durante años habían ordenado mi compartimiento. Mis efectos y afectos personales, inclusive mis uniformes y mi vestimenta civil. Les di un último vistazo. ¡Para qué llorar si así es la guerra!", exclama con tristeza.

A las 17.30 del 17 de diciembre de 1939, en un día claro y soleado, el Spee levó sus anclas por última vez. Todo Montevideo asistió al espectáculo. Los muelles estaban cubiertos de gente que vieron zarpar el barco hacia una aparente batalla. Desde los Estados Unidos llegaron aviones para filmar el combate desde las alturas. Pero aproximadamente a 7 kilómetros de la costa uruguaya, el Spee se convirtió en un volcán.

Las explosiones hicieron que el acorazado, que pesaba 12 mil toneladas y medía 185 metros de largo y 22 de ancho, se partiera en dos a la altura de la torreta de popa. El casco se inclinó 50 grados a la derecha, recostándose sobre el río. La popa se separó y el resto quedó a unos 7 metros y se hundió. Toda la tripulación del buque fue transportada en remolcadores y barcos hacia la Argentina, donde unos días más tarde el capitán Langsdorff se quitó la vida con un revólver prestado.

"A pesar de la hospitalidad de la gente, mis pensamientos y mis añoranzas estaban en Alemania -dice Rasenack-. No podía aceptar una vida tranquila, cuando sabía que mis hermanos seguían luchando. La tripulación fue distribuida en distintas provincias argentinas y cuando se decidió la internación de los suboficiales y oficiales en la isla Martín García, ya no quedaban obligaciones para mí".

Junto a otros diez oficiales, Rasenack eludió la severa guardia del Arsenal de Marina y emprendió su regreso a Alemania. "Como ingeniero checoslovaco llegué hasta Chile, desde allí proseguí mi viaje como comerciante de vinos de nacionalidad búlgara. Sobre un barco italiano fui internado, junto con un camarada, en la zona del Canal de Panamá por la policía secreta norteamericana. Gracias a uno de sus jefes, conseguimos transbordar a un vapor japonés y llegamos hasta México y Estados Unidos. Desde allí cruzamos el Pacífico hasta Japón y tras recorrer Corea, Manchuria, Siberia y Rusia como comerciantes alemanes, llegamos el 1º de septiembre de 1940 a Alemania. Mi nuevo destino fue el buque destructor Tirpitz, gemelo del Bismarck".

Rasenack aún conserva los pasaportes falsos que lo ayudaron en su inquietante retorno a su patria, donde sobrevivió a uno de los peores bombardeos que sufrió Berlín de parte de los aliados, la madrugada del 23 de noviembre de 1943.

Don Federico también guarda con orgullo un cubo de acero de casi cinco kilogramos perteneciente a la coraza del Graf Spee, que exhibe junto a una réplica en miniatura del barco. Junto a libros de historia, fotos familiares y obras plásticas de una de sus hijas, adornan el living de su casa.

Rasenack vive en la Argentina desde el final de la Segunda Guerra. "La mayor parte de mi vida la pasé en este país que tanto quiero", remarca. Aquí tuvo a tres hijos con su esposa Ingeborg, fallecida hace ocho años. Al cuidado de María Rosa, su ama de llaves, pasa sus horas entre caminatas por el parque del antiguo Hotel Edén, la lectura de diarios y libros de historia, su pasión por la filatelia y el teclado de su computadora, que le sirve para comunicarse por e-mail con amigos y familiares que residen en Buenos Aires y Alemania.



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