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sábado,
17 de
noviembre de
2007 |
"Sólo se trata de ser más sensibles"
Marcela Isaías / La Capital
Rosa Chávez nació en Chimaltenango, Guatemala. Como poeta, animadora sociocultural y artesana integra la Asociación Caja Lúdica, un espacio dedicado a facilitar el proceso de sensibilización y formación artística cultural comunitaria de niños y jóvenes de su país. Pasó por Rosario, invitada por la Asociación Chicos, Aire Libre y La Grieta, donde dedicó su breve estadía a un taller de escritura creativa y a compartir los secretos de este colectivo cultural.
Asegura que Caja Lúdica es una experiencia que pretende ser multiplicadora, porque está basada en la cultura de paz y en una visión intercultural de su pueblo. No es casual. En Guatemala conviven con el castellano, 23 lenguas indígenas que están vivas. “Nuestro linaje es de los mayas de quienes heredamos mucho acercamiento con la madre tierra, con nuestras costumbres y tradiciones”, agrega.
Expresa que su pueblo ha enfrentado “al colonialismo, al conflicto armado y ahora al neocolonialismo”. Una de las formas de resistencia que encuentran ahora es la educación bilingüe, la investigación y promoción de la cultura maya que encaran muchas organizaciones y también a través de la iniciativa Caja Lúdica (www.cajaludica.org).
—¿Qué es la Caja Lúdica?
—Somos un colectivo, una asociación civil lúdica, creativa, de diversidad cultural y cultura de paz. Trabajamos con una metodología basada en la sensibilización artística y cultural, de participación-acción-transformación. La idea no es formar artistas sino mejores seres humanos. El conflicto armado que duró 36 años en Guatemala dejó un país dividido, con niños y jóvenes cerrados psicológica y físicamente. Cuando visitamos las comunidades nos encontramos que no quieren hablar, que no miran a los ojos y la participación es muy difícil. Nos proponemos entonces empezar por ahí: que puedan mirarnos, tener un contacto que no sea la violencia y decir lo que sienten sin miedos.
—¿Qué tiempo les lleva ese trabajo de comunicación?
—Estamos todo un primer año de sensibilización. El primer paso es un taller de relajación, luego de expresión corporal, seguimos con otro de danzas, para luego llegar a la de elaboración de vestuarios, máscaras, juguetes, arte circense y música. Así es como luego se arma una comparsa que llega a la comunidad. Y en un pueblo donde nunca pasa nada, porque no hay acceso a la recreación, que está silenciada, este grupo de niños da una proyección distinta de sí mismos y para que otros puedan sonreír.
—¿Cómo se pasa a la escritura creativa?
—Todo se realiza por medios lúdicos, en talleres de formación, donde se trabaja la recuperación de la memoria histórica, el arte y la escritura. Es decir, a la par de los talleres se va escribiendo para que todos se puedan expresar.
—¿Cómo lo hacen?
—Invitando a ahondar en la pregunta “¿quién soy yo?”. Pueden escribir narraciones, o poemas y decir “cómo me siento” o “cómo es mi comunidad”. Nadie escribe a la fuerza, pero todo se comparte, y cada quien arma una historia con las palabras que les gusten de los otros; de ahí se arman nuevas historias. Es cuando se descubren puntos en común y te das cuenta de muchos factores que antes no sabías cómo encarar.
—Eso exige un gran respeto hacia la palabra de los otros ¿Cómo se logra?
—Una de las reglas del juego es no burlarse de lo que escriben los demás. Guardar respeto a lo que exige el otro. Para eso el taller de escritura está acompañado del de sensibilización, eso hace más fácil poder guardar el respeto a lo que escribe el otro. Un ejercicio muy lindo es hacer un diccionario con los términos que definen los niños, que dan cuenta cómo ven la vida, cómo la piensan y reconstruyen a partir de sus vivencias. Es un ejercicio filosófico, donde los niños dejan ver las cosas de manera poética.
—Es algo más que técnica de escritura, ¿de qué depende describir de esa manera?
—De ser más sensibles nosotros. A veces nos falta apreciar una sonrisa o una mirada. Podemos hacer miles de proyectos políticos, pero todo tiene que empezar con nosotros mismos. Si somos más sensibles podemos percibir todo lo que a primera vista no nos damos cuenta, por el estrés, el tiempo de trabajo; sin embargo ahí hay algo a flor de piel para decir. Muchas veces los niñitos que aún no escriben nos dicen cosas maravillosas.
—¿Por ejemplo, qué recordás de tus recorridos?
—Estábamos en un taller de escritura en una comunidad donde no hay luz ni agua potable y que se recupera de los conflictos armados. Se me acercó un niño de unos 7 años y me dijo: “Quiero ver sus manos”. Se las muestro, las toma y me responde: “Sus manos son tan suaves como su vida y las mías son tan duras como es mi vida”. Los niños son muy concientes de esa realidad que les toca vivir, aunque no lo escriban.
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