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 lunes, 12 de noviembre de 2007  
La historia de un ex cónsul podría ser una película como “La lista de Schindler”

La historia de Enrico Calamai, el cónsul de Italia en Buenos Aires que en 1976 salvó la vida de unos 300 perseguidos políticos ayudándolos a huir del país, podría ser la base de un filme en la zaga de “Casablanca” o “La lista de Schindler”.

   Para cumplir con su decisión no sólo desatendió sus instrucciones diplomáticas, sino que alojó personalmente a algunos, les consiguió pasajes y llevó a Ezeiza en su auto oficial y hasta entregó algún pasaporte trucho para que pudieran embarcar, amén de impulsar los hábeas corpus ante la Justicia.

   “Hice lo que había que hacer, pero no fue suficiente”, dice con sonrisa afable este diplomático jubilado que llegó al país para presentar un libro de memorias —“Razón de Estado”—, donde repasa esa historia en clave política.

   Quien busque en su páginas los detalles prácticos de la operación de salvataje no los encontrará, salvo alguna referencia vaga al ocultamiento en un convento de algunos perseguidos de origen italiano y de su trípode de cobertura con el periodista Giancarlo Foa, el sindicalista Filippo Di Benedetto y el abogado Atilio Librandi.

   “Enrico firmaba los pasaporte, pero quizás no todos estuvieran en regla porque me consta que a una familia que acompañó a Brasil para que viajaran a Italia, les pidió que los rompieran apenas pasaran migraciones en Fiumiccino”, canto cómplice Angela Boitano, de los Familiares de Detenidos y Desaparecidos por causas políticas.

   “El objetivo con este libro no es envanecerme, sino llamar la atención sobre el proceder de los Estados que hablan mucho sobre derechos humanos, pero al momento de actuar y defenderlos, sólo defienden los intereses económicos y estratégicos”, explicó días atrás Calamai ante un auditorio de lo reivindicaba.

   No solamente lo escucharon el staff completo de la Secretaría de Derechos Humanos, funcionarios de la Cancillería y varios que dieron crédito personal de su actitud, sino también el embajador de Italia, Stefano Ronco. y la cónsul, Alessandra Toñonnato, que ostenta hoy el cargo que Calamai tenia hace tres décadas.

   “Italia tiene una deuda, la de no haber abierto las puertas de su embajada a los que estaban en peligro cuando todavía se podía salvarlos, y eso es gravísimo”, repitió sin dar demasiado detalle de sus propios actos a los que se empeña en minimizar.

   En la foja de servicios de este ex diplomático poco común figura haber manejado a fines de 1974 la evacuación de la embajada de su país en Santiago de Chile, donde luego del golpe de Pinochet habían buscado refugio casi medio millar de perseguidos.

   “De allí yo llegué a Buenos Aires con una gran experiencia y la sensibilidad ante las atrocidades que lleva consigo un golpe para imponerse. Sabiendo también que había posibilidades de ayuda humanitaria”, dijo Calami.

   Para concretarla, Calamai debió desatender la instrucciones de su cancillería que, tras la experiencia chilena, había establecido que no aceptaría refugiados.

   “Esto para no generar tensiones con los militares y tampoco poner en riesgo las relaciones de negocios, ya que la lectura que hacía el gobierno italiano era que en Argentina no había violencia ni peligro pero yo demostraba a diario que si”, confió el ex diplomático. l
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