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lunes,
12 de
noviembre de
2007 |
Un protagonismo que aprovecha la inacción de la mayoría
Juan Garff
Santiago. — El violento cruce entre José Luis Rodríguez Zapatero y Hugo Chávez, el sábado en el cierre de la Cumbre Iberoamericana, puso en escena, de modo un tanto sórdido, el debate sobre el posicionamiento de América latina en el mundo actual.
La Cumbre transcurría con un consenso fuerte por revitalizar el Estado como promotor de políticas sociales activas para lograr una mayor cohesión y equidad social en Latinoamérica, la región que registra la mayor brecha de ingresos en el mundo entre ricos y pobres. La voz de Chávez emergió sin embargo desde un comienzo planteando sus dudas sobre el modelo en debate. “También puede estar cohesionado el camino al infierno”, dijo apenas arribado a Santiago. Y su colega Evo Morales se pronunció por una estatización generalizada de los servicios públicos. El presidente nicaragüense Daniel Ortega invitó a sus colegas a abandonar la OEA.
Pero la multiplicación de gobiernos de centroizquierda cada vez más pragmáticos en la región parece desplazar lentamente al presidente venezolano hacia los márgenes de la corriente principal. Evo Morales se muestra fluctuante en sus posiciones y el jefe de Estado ecuatoriano, Rafael Correa, se mantiene muy cauteloso en sus relaciones con los demás países.
En ese contexto, Chávez, aliado de Ortega y exhibiendo su sociedad política con Fidel Castro, volvió a poner en juego su sorprendente capacidad de protagonismo. Obligando a Zapatero a enfrentarlo para frenar sus acusaciones de “fascista” y “golpista” contra su predecesor Aznar y a Juan Carlos I a salirse de sus casillas reales con el “¿por qué no te callas?” que recorrió el mundo, llevó a las primeras planas su disenso, a pesar de suscribir, casi en al mismo tiempo, la Declaración de Santiago sobre la necesidad de avanzar hacia una mayor cohesión social.
Sin estrategia. El amplio bloque de gobiernos que intenta renegociar el lugar de la región en el mundo, ya sea por vía propia, como Brasil, o aceptando una alianza estratégica con España, como Argentina, Chile, Colombia y México, evidenció no tener aún un discurso político cohesionado capaz de hacer frente a los desplantes de Chávez. El mandatario venezolano logra así un efecto amplificado de su acción de bloqueo de esta alianza y favorece el despliegue de su consigna de un desarrollo autónomo latinoamericano.
España, que busca potenciar su propio papel en el mundo y en la UE como articulador de América latina hacia Europa tiene múltiples puentes tendidos por la gestión de Zapatero. Pero está exponiéndose a pagar un peaje caro en el plano político.
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