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 sábado, 29 de septiembre de 2007  
Educación de adultos. Radiografía del sistema santafesino
Adolescentes de Las Flores cursan la primaria en las aulas de la noche
En la Escuela Nocturna Nº 65 se integran niños, jóvenes y adultos en un espacio común

Micaela Pereyra / La Capital

“A la mañana no me quieren más, por las peleas y porque me portaba mal, eran muchos chicos y se me hacían los malos, me provocaban, acá estoy más tranquilo”, cuenta Manuel Ayala, que con tan sólo 13 años advierte que no tiene espacio en la escuela diurna y transita su escolaridad en la educación nocturna para adultos. Un lugar donde afirma se siente más contenido y la enseñanza le resulta más personalizada. El testimonio de Manuel es una de las problemáticas que atañen a la educación de adultos en la provincia de Santa Fe, una modalidad en la que conviven y hasta se superponen diversos programas entre sí para nombrar en algunos casos lo mismo y en otros, poner en evidencia la superposición de espacios, tiempos y cargos.

   “No tiren, que acá hay chicos comiendo”, dice la leyenda en la pared de la escuela del barrio Las Flores donde asiste Manuel. Aquí fue asesinado Pocho Lepratti el 19 de diciembre 2001. Toda la escuela de Caña de Ambar 1635 está envuelta del recuerdo de su figura: la emblemática hormiga, la bicicleta y el “Pocho vive” se multiplican en cada rincón.

   A partir de las 19, en este establecimiento funciona la Escuela Nocturna Nº 65, que tiene además tres aulas radiales. Una funciona en el Centro Crecer de España y Caña de Ambar donde asisten gran cantidad de mamás; otra en Caña de Ambar al 1900 con mayoría de varones que por las noches trabajan recolectando cartones y cirujeando con los carros y la tercera, en un centro de jubilados, donde los abuelos solicitaron el servicio ya que recibían algunas cajas de alimentos y querían entender lo que firmaban.

  

Matrícula variada



 Con una matrícula alta, la Nocturna Nº 65 tiene una población de alumnos de distintas edades que asisten motivados por diferentes razones. En esta variedad están los que llegan impulsados por los distintos credos religiosos. “Mucha gente grande se acerca para poder leer la Biblia y conocer la palabra de Dios”, cuenta Edith Acebal, la maestra de lengua y sociales.

   El aula los contiene, es un lugar de consulta permanente donde se comparten las experiencias diarias y las conveniencias laborales de cada uno. “Es muy pesada la vida que tienen, hay que acompañarlos. El trabajo está bastante ausente y cuando consiguen changas es muy festejado por todos y aparecen los consejos. La combinación del adulto y el adolescente favorece porque a veces la experiencia del adulto guía a los más chicos que, en general, carecen de imagen paterna”, explica María Rucci, la directora de la nocturna de la zona sur. Y relata historias de sus alumnos que se repiten en distintas zonas de la ciudad donde los hogares “son matriarcados: madres, tías, abuelas que crían a sus nietos como hijos”.

   Con 50 años, Elba Ferrari está por cumplir un sueño de la infancia que no pudo concretar porque vivía en la isla donde las inundaciones y las distancias complicaron su paso por la escuela. “Estoy esperando el cumpleaños de mi papá para llevarle la libreta y que me la firme, voy a sacar una foto cuando se la entregue y vea que estoy por terminar 5º año”, relata orgullosa escoltada por su marido que le “hace pata” para ir a la escuela. Es herrero y va por segundo año consecutivo a 7º para acompañar a su esposa .

   Con asistencia perfecta, Catalina concurre con dos de sus cinco hijos. “Oscarcito tiene 14 años pero es muy rebelde y no lo aceptaban más en ninguna escuela, entonces hablé con la directora de la noche para acompañarlo a él y a la nena”, explica. Dice que a los 35 años descubrió que puede entender muchas cosas que no sabía: “Fui a pedir explicaciones por cuestiones de trabajo, pude reclamar y comprender lo que me decían”.

   “A las matemáticas la manejan bien, se las enseña la vida diaria y la ejercitan para sobrevivir, lo que les cuesta mucho es la lectoescritura, expresarse y usar las palabras”, indica la directora al tiempo que recuerda que estas son tareas en las que hacen especial hincapié.

   Roxana, otra de las mujeres de la clase, reconoce su historia tanto en los más chicos como en los adultos. “Tengo 26 años y voy a terminar la primaria, pero cuando era chica lo hice renegar mucho a mi papá”, dice y resalta que “ahora entiende las palabras”.

   Esfuerzo y continuidad es lo que más les cuesta sostener en esta enseñanza. “Si hay feriados largos o una seguidilla de días lluviosos, ahí sabemos que hay que salir a buscarlos, ir a las casas, porque les da pereza y dicen que perdieron el ritmo”, apunta la directora Rucci y realza la tarea comprometida de los docentes para sostener a sus alumnos.


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Menores y adultos estudian juntos en la escuela donde fue asesinado Pocho Lepratti.

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