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 sábado, 15 de septiembre de 2007  
Perpetua para un joven por el crimen de un sargento

A pesar de las contradicciones entre los policías que presenciaron el crimen de su colega Orlando Martínez, ocurrido en febrero de 2005 en barrio Ludueña, y de las irregularidades detectadas en la pesquisa, la muerte del sargento finalmente fue adjudicada a los dos jóvenes que los agentes presentaron como sospechosos del asesinato. Pablo Américo Figueroa, un analfabeto de 23 años, fue condenado a prisión perpetua como partícipe primario del ataque acusado de haberle pasado el arma a otro chico, que disparó cuando intentaron identificarlos. Para la Justicia ese muchacho fue Heraldo Vera, hoy de 19 años, al que otro fallo declaró responsable del disparo.

   Las dos resoluciones fueron emitidas por distintos jueces, aunque se dieron prácticamente en simultáneo. El jueves, el juez de Menores Juan Leandro Artigas resolvió la situación de Heraldo (ver aparte). Ayer, el juez de Sentencia Ernesto Genesio condenó a prisión perpetua a Figueroa al considerar que brindó una ayuda indispensable para que ocurriera el crimen. Lo acusan de homicidio calificado por la condición de policía de la víctima.



Pruebas y hechos. El juez Genesio consideró dos pruebas para su sentencia: los dichos de los policías que presenciaron el crimen y los reconocimientos que realizaron del muchacho en ruedas judiciales. La madre del joven cuestionó la decisión porque asegura que los efectivos contaban con una foto de su hijo antes de ir a reconocerlo, pero ese argumento no fue considerado por el magistrado.

   La sentencia fue apelada por la defensa de Figueroa ante la Sala II de la Cámara Penal con el planteo de que el chico es inocente y no existe certeza para imputarle el delito.

   El suboficial fue asesinado el 4 de febrero de 2005 cuando manejaba un auto de la Patrulla Urbana acompañado por el agente Néstor Quiroz. Recorrían el barrio Ludueña junto a un móvil en el que iban Darío Cervasio y Adrián Hernández. Los policías sostuvieron que intentaron identificar a dos chicos que iban en bicicleta por Barra y Felipe Moré. Según esos relatos, que no fueron coincidentes, el joven que iba adelante le pasó un arma a su acompañante, quien se bajó de la bici y efectuó el disparo mortal a la axila izquierda del sargento. Dijeron que luego efectuó otros disparos y que Cervasio tiró al piso para repelerlos.

   Diez minutos después, Cervasio detuvo a Heraldo a siete cuadras del lugar. El chico tenía ss16 años y le adjudicaron el disparo, aunque él siempre afirmó que manejaba la bicicleta y que el chico que lo acompañaba fue quien tiró. El arma homicida nunca se secuestró.



Sobrenombre. La pista que condujo al joven ahora condenado fue su sobrenombre. Distintos anónimos plantearon que “un tal Pachi” había participado del episodio y la policía empezó a buscar a Figueroa, quien cirujeaba y cuidaba autos en el parque Alem. Como sabía que lo buscaban, el joven se entregó en Tribunales. Dijo que ese día había salido en el carro a trabajar, regresó a su casa a las 11.30 y descansó media hora para luego salir a cuidar autos.

   Heraldo, si bien admitió que quien iba en el portaequipaje era un tal “Pachi”, no reconoció a Figueroa como quien lo acompañaba. “Yo a este pibe no lo vi nunca”, precisó ante el juez.

   Pero los tres efectivos sí reconocieron a Figueroa en ruedas judiciales. Y esa fue la prueba que dio pie a la condena: lo señalaron como “el que manejaba la bicicleta y que le pasó el arma” al que iba atrás. Por el contrario, un vecino que vio escapar a los jóvenes no lo reconoció.

   “Obviamente que (los policías) no van a querer perjudicarlo si supieran que fuera inocente, porque lo único que lograrían sería perjudicar a un inocente y evitar que el verdadero autor fuera condenado, seguramente que no es la intención de sus compañeros que ello suceda”, consideró el juez.

   Aunque el relato policial haya sido avalado por las dos decisiones judiciales, durante la instrucción estuvo en la mira, al punto que se abrió una causa por falsedad de instrumento público e incumplimiento de los deberes. Es que los uniformados no coincidieron en puntos esenciales como la ubicación de los móviles, la mecánica de la agresión y el lugar por donde los jóvenes huyeron.

   También se detectaron gruesas irregularidades en las actas policiales y testigos que negaron haber visto lo que se les atribuía. “La policía me dijo que no me iban a llamar del tribunal. Repito que nunca vi nada, ni al chico ni la detención ni lo secuestrado, ni leí lo que firmé”, contó uno de ellos ante el juez.


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La reconstrucción del crimen no aportó claridad a la investigación.

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