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 domingo, 02 de septiembre de 2007  
[Nota de tapa] - de lesa humanidad
El derecho que otorga la victoria
El ensayista italiano Danilo Zolo analiza en "La justicia de los vencedores" los procesos en que fueron investigados los crímenes de guerra desde 1945. Un orden jurídico definido por los países más poderosos

Rubén Chababo

La fotografía ya pertenece al patrimonio visual de la Humanidad: en la ciudad de Nüremberg, un grupo de jerarcas nazis escucha el dictamen del Tribunal que los juzga por los crímenes aberrantes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. El rostro de los genocidas permanece impasible mientras el mundo asiste a una de las escenas jurídicas más significativas de la historia del siglo XX. Lo mismo sucede de manera casi contemporánea en Tokio, donde los países vencedores llevan a juicio a los principales dirigentes de esa nación derrotada en una instancia judicial poco conocida pero no menos emblemática.

Pero en esas mismas salas no hubo, entre los acusados, ningún general o político que perteneciera a los países vencedores. Como si los fines justificaran los métodos, el final de la Segunda Guerra Mundial eximió de responsabilidad criminal a centenares de artífices y ejecutores de prácticas genocidas, por el solo hecho de pertenecer a naciones vencedoras. El esquema se repetirá años más tarde en las salas del Tribunal de La Haya cuando las denuncias por crímenes de lesa humanidad cometidas por las fuerzas de la Otan sobre la población civil de Serbia, Vojvodina y Kosovo fueron archivadas y en Bagdad, en un juicio más parecido a un acto de venganza contra el dictador Saddam Hussein que a una búsqueda de verdad y justicia.

Danilo Zolo, profesor de Filosofía y Sociología del Derecho de la Universidad de Florencia, Princeton, Harvard y Cambridge analiza y reflexiona acerca de esta aberración ética y jurídica que adquiere las formas de complicidad, en “La justicia de los vencedores” (Edhasa), un ensayo que analiza el derrotero de la llamada justicia internacional desde 1945 hasta nuestros días. “Existe una justicia a medida de las grandes potencias y sus autoridades políticas y militares. Ellos gozan de impunidad tanto por los crímenes de guerra como por las guerras de agresión que desarrollan, enmascarándolas como guerras humanitarias para la protección de los derechos humanos o como guerras preventivas contra el terrorismo global”, dice.

—Durante años, el juicio de Nüremberg fue visto como un referente en la lucha contra la impunidad. Sin embargo usted plantea que se trató más bien de una continuación de las hostilidades.

—Numerosos autores han expresado críticas severas a los fundamentos jurídicos, la corrección procesal y la eficacia preventiva del proceso de Nüremberg. Entre otros, Hanna Arendt consideró como demasiado débiles las motivaciones adoptadas por los países vencedores para justificar el poder juridiccional que se le había concedido al Tribunal de Nüremberg. Bert Röling, que era miembro del Tribunal de Tokio, sostuvo que la finalidad de los procesos no había sido hacer justicia, sino que habían sido utilizados intencionalmente por los vencedores con fines propagandistas y para ocultar sus propios crímenes. Hans Kelsen dijo que la sanción de los criminales de guerra debía haber sido un acto de justicia y no la prosecusión de la hostilidad en forma aparentemente judicial, inspirada en un deseo de venganza. También los estados victoriosos debían haber aceptado que sus propios ciudadanos, responsables de crímenes de guerra, fueran procesados por una Corte Internacional, cosa que no sucedió. Coincido con estas críticas, y las considero importantes porque desmantelan el mito del proceso de Nüremberg como el paso decisivo hacia la justicia penal internacional.

—A partir de este hecho usted habla de un “síndrome de Nüremberg”.

—He usado esa expresión para designar una serie de características del Proceso que fueron heredadas por el tribunal de Tokio de 1946 y que es aplicable al Tribunal Penal Internacional, en particular al de la ex Yugoslavia con sede en La Haya. También el proceso contra Saddam Hussein, concluido con la brutal ejecución del condenado, puede ser incluido dentro del síndrome de Nüremberg. Porque se trató, desde el punto de vista formal, de un proceso interno a un Estado, proceso organizado y financiado por la potencia extranjera que había invadido y ocupado por la fuerza el territorio de Irak.

—¿Qué esperanza existe de que los Tribunales Internacionales impulsados por las Naciones Unidas impongan justicia frente a las masacres contemporáneas?

—No soy demasiado optimista. Las Naciones Unidas se han inspirado en un modelo centralizado y jerárquico que está reñido con el estado de derecho. La carta de las Naciones Unidas no es reformable porque está subordinada a la voluntad de las grandes potencias. A mi juicio es impensable que una jurisdicción penal internacional logre desarrollar funciones de pacificación, de tutela imparcial del derecho y de equilibro en las relaciones internacionales. El hecho de que el procurador general del Tribunal de la Haya, Carla del Ponte, haya archivado todas las denuncias presentadas contra la Otan por los crímenes cometidos a lo largo de 78 días de bombardeo de la ex Yugoslavia en 1999, por ejemplo, son una prueba escandalosa de la ausencia de autonomía de ese tribunal. Otro tanto puede decirse de la Corte Penal Internacional. Su procurador general, (Luis) Moreno Ocampo, rechazó 240 denuncias formales contra Gran Bretaña por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos durante la ocupación de Irak. El argumento usado para justificar este rechazo es risible: la ausencia de intención dolosa por parte de las milicias anglo-americanas al momento de conquistar ese país.

—Una de las respuestas de los pueblos colonizados a la presencia colonial ha sido la apelación a estrategias terroristas. Usted se niega a calificarlas como meramente nihilistas o irracionales y llama a entender sus causas.

—En la cultura política occidental se ha afirmado la idea de que el “terrorismo global” expresa la voluntad de los países no occidentales —en particular del mundo islámico— de aniquilar a la civilización occidental, junto con sus valores fundamentales. Y se sostiene que el terrorismo expresa la voluntad irracional de obtener este resultado del modo más despiadado, destructivo y violento. La figura del terrorista suicida, afirmada particularmente en Palestina, sería la expresión emblemática de la irracionalidad y el fanatismo. En el fondo del terrorismo palestino e islámico estaría el odio teológico contra Occidente, difundido en las escuelas coránicas fundamentalistas. Según este punto de vista, no existiría otra causa originaria del fenómeno, y sería errado buscar razones políticas, económicas y sociales del terrorismo. A mi parecer se trata de tesis infundadas y colmadas de riesgos. El terrorismo es un fenómeno bastante menos irracional de lo que se piensa o quiere hacerse creer. Haría falta, ante todo, tener presente que encontró un impulso determinante en el trauma global que la guerra del Golfo de 1991 provocó en el mundo no occidental, sobre todo en el islámico, vapuleado en el corazón de sus lugares sagrados, de su civilización y de su fe. La guerra impulsada por George Bush padre fue una de las más grandes expediciones militares de la historia y provocó no menos de trescientas mil víctimas, no solo iraquíes, sino también palestinas, jordanas, sudanesas y egipcias. Pero volviendo al tema de los ataques terroristas, existe un gran desconocimiento que lleva a poner todo dentro de una misma bolsa y a explicarlo de manera llana. A partir de 1980, de un total de trescientos quince ataques, trescientos fueron el resultado de campañas conducidas por organizaciones no religiosas. Esto demuestra la naturaleza política y preponderantemente secular de la lucha terrorista, tal como lo confirman ulteriormente las declaraciones de los líderes de los grupos terroristas, incluyendo a los religiosos. El carácter racional de recurrir al terrorismo suicida se explica con el argumento de que los costos humanos que éste requiere son más limitados respecto de la guerrilla convencional y su eficacia es acentuadamente superior. Se trataría del último recurso de los actores débiles que actúan en condiciones de total asimetría respecto de las fuerzas en juego, o bien de una “opción realista”, tal como en 1995 la definió al-Shaqaqi, secretario general del Jihad islámico.

—¿Cómo evitar que estas acciones, que llenan de dolor a las poblaciones civiles, se perpetúen como estrategia?

—La única forma posible de detener estas acciones sería liberando al mundo del dominio político, económico y militar de los Estados Unidos y sus aliados europeos más cercanos. En efecto, la fuente principal del terrorismo internacional es el poder avasallador de los nuevos, muy civilizados caníbales: blancos, cristianos, occidentales.


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Definición. "Existe una justicia a medida de las grandes potencias y sus autoridades políticas y militares", dice Zolo.

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