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 domingo, 02 de septiembre de 2007  
El insólito ocultamiento policial de un robo al poliducto de Repsol-YPF

Hernán Lascano / La Capital

Los dos oficiales de Bustinza acababan de pescar a tres hombres que en la oscuridad del campo llenaban un camión cisterna con combustible chupado de un conducto concesionado por Repsol-YPF. Hicieron disparos intimidatorios y tres siluetas corrieron hasta que las tragó la madrugada. Uno de los vigilantes consiguió frenar a uno de ellos. Al sujetarlo boca abajo para esposarlo, con la rodilla en la espalda, lo oyó chillar: “Paren, no se metan en problemas, estamos arreglados con sus jefes”.

   Los otros dos ladrones fueron localizados y allí los dos policías solicitaron refuerzos a la Jefatura de Cañada de Gómez. Al esperar quizá se hayan ilusionado con un ascenso o, al menos, la felicitación por el deber cumplido. Miraban el medidor de presión del poliducto: la abrasadera enroscada al caño en un extremo, la manguera en el medio, el camión al final. Un robo hecho por expertos.

   Llegaron dos camionetas del Comando Radioeléctrico con cinco policías, tres de ellos jefes. Cada patrulla retuvo a un detenido para que no hablaran entre sí. Al rato arribó un Fiat Duna azul sin patente de la Agrupación Unidades Especiales (AUE) de la Jefatura. Eran las 2 de la mañana del domingo 8 de julio.



Mensajes delatores. Uno de los oficiales se entretuvo fisgoneando el celular de uno de los detenidos: Jorge Santillán, Canguro, conocido en la zona por el espesor de su prontuario. El oficial examinó los mensajes y advirtió un contacto identificado como Jefe. Leyó el último intercambio y el dueño del móvil decía: “Voy a comer. ¿Hay gente afuera?”. Jefe contestaba: “Comé tranquilo”. Pasada la 1.30 había otro texto destinado a Jefe. “Vienen dos luces. ¿Son ustedes?”.

   Evidentemente no. Los focos eran del Duna de los policías de la subcomisaría 2ª de Bustinza que un momento más tarde descubrirían el robo. Un funcionario de auditorías de Repsol YPF les avisaba desde un par de horas antes que detectaban una baja de presión en su zona, en el kilómetro 1450 del ducto, inequívoca señal de una sustracción de combustible.

   El último vehículo en llegar al lugar fue una Ranger gris sin patente. De allí se apeó un oficial de la cúpula de la Unidad Regional X. Buscaba al jefe de Bustinza, oficial principal Jorge Alberto Díaz. “¿Qué pasa acá?”, le preguntó.

   —Contestámelo vos. Me acabo de jugar la vida en un procedimiento. Y los cacos están arreglados con ustedes.

   —Eso dirán ellos.

   —Claro que lo dicen. Pero además lo dicen los mensajitos que les mandaste por celular.

   El contacto que Canguro identificaba como Jefe tenía un número conocido para los oficiales de Bustinza. En ese teléfono los atendía Javier Kamlofsky. Que ya no es más jefe de AUE de Cañada de Gómez.



Borrar con el codo. Esta historia, que existió en la realidad, no existe oficialmente. No porque no haya ocurrido, sino porque los responsables de que se supiera ordenaron que no se asentara. Había un motivo: hacerlo era documentar la evidencia de un delito que llega hasta niveles insospechados. Por eso no se hizo. En todos los escalafones de la Jefatura de Unidad Regional X, en la comisaría de Bustinza, negarán que esto pasó. Pero todos saben que pasó.

   Dos días después de este hecho un apoderado de la empresa Repsol-YPF denunció el robo de 16.500 litros de nafta virgen a partir de la perforación del poliducto que transporta combustible de San Lorenzo a la localidad cordobesa de Monte Cristo, a la altura de Bustinza. El sitio del sabotaje está a 70 kilómetros de Rosario, cerca del cruce a la altura del kilómetro 371 de la ruta 9.

   La denuncia se hizo en la Justicia federal y finalmente recaló en la jueza de instrucción cañadense Ana María Bardone. Los hombres de Repsol saben que policías de la subcomisaría de Bustinza sorprendieron in fraganti y detuvieron a tres individuos, a la vez que secuestraron un cisterna que estaban llenando con la nafta el domingo 8 de julio. Pero que cuando estos empleados pidieron refuerzos llegó al lugar personal superior que ordenó paralizar el operativo, liberar a los protagonistas de la presunta acción ilícita y restituirles el vehículo.



La reunión. En el lugar del hecho hubo 13 personas: los tres detenidos, los dos oficiales de Bustinza, cinco que llegaron en dos camionetas del Comando Radioeléctrico, un secretario de AUE que llegó en el Duna Azul con un chofer y un oficial principal de la cúpula de la regional. La mayoría se enteró allí que éste último ordenó interrumpir el operativo con una razón que luego circularía en un anónimo en los medios cañadenses: “Acá no pasó nada. Esto está arreglado hasta provincia”.

   Las secuelas de este hecho formalmente inexistente siguieron hasta la Jefatura cañadense que conduce el comisario mayor Sergio Aguilar. Allí fue trasladado el camión cisterna usado para el robo. E incluso los tres detenidos. Cuando llegó la directiva de “acá no pasó nada” una joven policía de la guardia quedó desconcertada y dijo que declararía lo que había visto. “No podes sostenerlo: no hay actas”, le replicaron. “Ni en el libro de guardia, ni en la subcomisaría de Bustinza. Y en AUE menos”.

   Ninguna directiva policial puede anular lo que los funcionarios de Repsol-YPF ya sabían. Estos fueron directamente a Bustinza el 4 de julio. Hablaron con el jefe, le dijeron que tenían detectado un delito reiterado en su jurisdicción y le propusieron que actuara. El oficial Díaz encontró a los ladrones cuatro días después de esa charla. Y durante ese operativo mantuvo contactos por celular con un responsable de Repsol. Que, por eso, estaba al tanto de todo.

   No hay vestigio escrito de lo ocurrido. Pero en esa intensa madrugada hubo decenas de llamadas que pueden rastrearse sin dificultad. Los policías suelen tener teléfonos que no registran a su nombre. Los números que usaban son conocidos en muchos casos por personas ajenas a la policía. Y por ello fácilmente accesibles con voluntad investigativa. l
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