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 sábado, 01 de septiembre de 2007  
“Las obras públicas deben ser demostraciones de afecto”

Aníbal Fucaraccio / La Capital

“Hay derechos olvidados que deben convertirse en expresiones arquitectónicas. Y nuestra profesión tiene que hacerse cargo de eso”. Esa frase contundente pertenece a Claudio Vekstein, un destacado arquitecto argentino, de 42 años, que está participando del programa de Cátedra Libre que lleva adelante la Facultad de Arquitectura de Rosario y que trabaja en la Universidad de Arizona. Asistido por esa entidad académica de Estados Unidos, hace cinco años que profundiza e investiga sobre la problemática de lo público dentro del quehacer disciplinar. Agudo, reflexivo, rebelde con causa. Vekstein asume posturas comprometidas con la función social de la arquitectura y desde allí ensaya sus investigaciones.

“La arquitectura brinda un marco de exploraciones muy interesantes para el terreno de lo público. No son generalizables al resto de las experiencias arquitectónicas y posee patrones propios que fui detectando a lo largo de mi carrera y de las obras que pude hacer, que por fortuna fueron todas públicas. Para mí las obras públicas deben significar protestas y reclamos. Y deben ser entendidas como manifestaciones de afecto”, apuntó el autor del Instituto de Rehabilitación para Discapacitados de Vicente López, su obra más emblemática.

— ¿Cuáles son los patrones que posee?

— Lo que descubrí como fuente de esos patrones es la definición de cuál es verdaderamente el interés público. Esto lo descubro por contradicción respecto de lo que no sucede en EEUU. A través de eventos arquitectónicos y situaciones cotidianas de estudio sobre el hecho urbano analicé cómo reaccionan la sociedad y el Estado ante determinados problemas.

— ¿Cómo reaccionan allá?

— En apariencia todo cuenta con un nivel de apoyo institucional, todo luce más consolidado y aparentemente desarrollado. Pero los estadounidenses tienen objetivos diferentes a los que podemos concebir nosotros. Allá la opinión pública juega un rol cada vez más importante y las encuestas guían todo tipo de decisiones.

— ¿Con qué cosas se relaciona el interés sobre lo público?

— Lo público tiene que ver con el bienestar común, pero no necesariamente tiene que ver con lo público en general. Descubrí que el interés público tiene que ver con intereses particulares, lo que no quiere decir individuales ni privados. Son particulares, de ciertos grupos que levantan determinados reclamos que pasan a ser tenidos en cuenta en una instancia por alguna circunstancia. Pero lo importante es que esos intereses particulares pueden guiar las operaciones necesarias para elevar y consolidar una situación de marginalidad o de constreñimiento urbano, donde las relaciones de tensión todavía no encontraron una forma de equilibrio. Además, estos intereses pueden encontrar una expresión en la ciudad. Y la arquitectura debe hacerse cargo de eso.

— ¿Cómo debe ser esa expresión?

— Lo que intento llevar adelante como bandera o militancia es “la manifestación pública de la arquitectura”. Eso cuenta con dos sentidos, tiene que ver con cómo lo público-particular se manifiesta en lo público-general y se hace expresión de toda la gente. Pero además apunta a una manifestación como protesta, como reclamo y como forma de acceso a lo público.

— ¿Qué conceptos se encierran en la cuestión de lo público?

— Lo público en definitiva es una expresión del Estado, de los derechos de la gente y eso se representa en el espacio público del mismo modo que los derechos civiles. Los espacios públicos son una especie de dramatización del Estado de lo civil y lo social. Entonces la arquitectura puede hacerse eco de eso de un modo contrario a lo que se imagina como la obra pública siendo bajada por el Estado. Evidentemente forma parte de la obligación del gobierno pero el contenido debe estar ligado a “eso que crece desde el pie” —como decía Zitarrosa—, y que tiene que ver con esos reclamos.

— ¿Debe existir una marcada intención de protesta?

— Pienso la obra pública como reclamo, como estandarte de una cierta militancia que no es sólo política sino que tiene que ver con derechos olvidados que se convierten en expresiones arquitectónicas. Y de ese modo se transforman en expresión de lo público. Y no tiene que ver con lo que todo el mundo quiere porque entonces nunca nadie se pondría de acuerdo, como sucede en EEUU. El consenso absoluto generaliza completamente las decisiones.

— ¿No es necesario el consenso?

— Lo público se debe hacer cargo de los intereses particulares de los sectores de la comunidad que están reclamando sus derechos. El caso más paradigmático de esto y que siento más cercano es el del Instituto de Rehabilitación de Discapacitados que pude hacer en Vicente López.

— ¿Qué representa esa obra?

— La obra se convirtió en una expresión bastante acabada de los temas de este sector muy particular de la sociedad que estaba muy lejano a compartir el escenario de lo público. El esfuerzo fue revertir esa situación y celebrar el acto de generosidad verdadera de la comunidad en su relación con los discapacitados. El sacrificio de este grupo por formar parte de lo público en general es tratado de elevar en la obra a través exclusivamente de lo particular. De ese modo se hace eco y bandera de tantos otros grupos que están buscando su expresión en lo público.

— ¿Los profesionales deben atreverse a adoptar posturas que esquiven las soluciones demagógicas?

— Exacto. Es todo lo contrario. Hay una frase que se utiliza mucho en EEUU que significa “manifestaciones públicas de afecto”. En los países anglosajones en general las manifestaciones públicas de afecto, que es cuando una pareja se besa en público, son consideradas actos que hasta pueden ser castigados por la ley. Hay una desconsideración de lo público porque se lo considera un acto privado.

— Así se deteriora la calidad de esos espacios.

— Sí. Van perdiendo virtudes y se van convirtiendo en espacios homogeneizados. Para mí el espacio público es heterogéneo y entonces las expresiones particulares deben ganar lugar y se tendrían que convertir en la esencia del espacio público. Por eso decidí elevar el concepto de las manifestaciones públicas de afecto de la ciudad a la gente y de la gente a la ciudad.

— ¿Dónde se advierte este tipo de política de acercamiento?

— Eso se palpa en Barcelona. Apenas uno tiene contacto con esa ciudad se advierte la sensación de que la gente la quiere y que la ciudad trata muy bien a la gente. Le da los espacios que necesita pero no demagógicamente, sino siempre atendiendo a las situaciones particulares.

— Desde esa mirada, ¿cómo ves que trata Rosario a los espacios públicos?

— Rosario ha dedicado mucha energía en este sentido. Tiene la virtud de tener un plan con continuidad en el tiempo y de seguir profundizándolo en ciertos aspectos. No acusa una problemática abierta e incierta como el patético caso de Buenos Aires, que no logra de ninguna manera encaminar esa situación. Allí se verifica que no hay un sentido de la comprensión del espacio público. Mucho menos de la intervención sobre eso. Queda claro que Rosario hizo mucho con una interesante inserción del problema en lo político y en lo institucional, como la descentralización. Creo que se atienden los problemas particulares sin demagogia. Además se elevan las situaciones emergentes a la condición de problemas urbanos y problemas públicos en general. Creo que esta ciudad está perfectamente encaminada. Esperemos que logre seguir consolidando esa tendencia.
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Vekstein participa del programa Cátedra Libre, en la Facultad de Arquitectura de Rosario.

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