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| lunes,
27 de
agosto de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Para usted, Inocencio, que alguna vez intentó comprender lo incomprensible.
—¿Una poesía?
—De ningún modo. Palabras que escribí en una de estas madrugadas de insomnio.
—Quiero acompañarlo, pronunciemos juntos las palabras:
—“En el silencio de la madrugada, en la misma soledad en la misma nada, mi recuerdo contempla a aquel mar que alguna vez abarcó mi mirada.
—Mar entonces impetuoso y hasta bravío, —que hoy es un pálido reflejo de aquel que surcaran colosales navíos.
—Ni el viento tempestuoso, ni la ráfaga violenta, ni voces de lamento.
—Más se parece ese mar que en silencio miro, al mar muerto entre todos los muertos.
—En el silencio de la madrugada, en la misma soledad en la misma nada, mi recuerdo contempla a aquellas aguas sacudidas por aluviones de vientos.
—Hoy, pareciese que poco faltara para que en ellas se hunda el último lamento.
—Ni brisa, ni azul cielo, ni velas desplegadas, —ni olas enhiestas ni aquellas mesuradas.
—Cristal apagado, espejo que no refleja el firmamento.
—Te ha hecho suya la noche de todos los tiempos.
—Y a lo lejos, una luz que parece acercarse.
—Tus entrañas levemente palpitan y algo en vos supone despertarse.
—Una canoa, un hombre y del otro lado uno envuelto en la postrer esperanza.
—Ese soy yo, mar, ese soy yo, antes de la última danza.
—Subido en la barcaza te recorro, y me siento feliz de haberte dado vida, —aunque la mía termine al tocar la otra orilla
—Mar ayer bravío, vital, que reflejaba el cielo; —hoy por tus aguas llevan al caído sueño, al mortal anhelo.
—Y mientras me deslizo por tu cristal, resucitado para servir al viaje, —me acuerdo de otros días, mar, en que éramos sueño y éramos coraje.
—Al dejar estas letras, perlas saladas, sobre el agua oscura, —voy llegando a la otra orilla y se pierde mi figura. —Mar, mar, aun siento un último lamento, —un último e indescriptible sentimiento.
—Mar, por un instante los dos vivimos, —pero ya ves, ahora los dos morimos
—Más vos podrás resucitar en el último viaje de otro ser; —yo..., yo fui condenado, para siempre, a perecer.
Candi II |
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