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 sábado, 11 de agosto de 2007  
Yanina

Por Jorge Salum / La Capital
El hombre hace un esfuerzo para controlarse, pero se quiebra. En el llavero del Mercedes Benz 1114 modelo 73 con el que trabaja de camionero lleva la foto de su hija Yanina. En la cabeza guarda los recuerdos que reunió durante 18 años, antes de perderla para siempre. En el corazón los sentimientos se le confunden: ama a la chica y su ausencia le duele, pero también siente desprecio por los dos criminales que la violaron y asesinaron hace 8 años y medio.

No consigue asimilarlo. “No podré hasta que me muera”, dice y blanquea algo que en estos días multiplicó su angustia y la de su familia: “A uno de ellos lo dejan salir una vez por semana de Coronda”, cuenta entre sollozos y hay que darle tiempo para que se reponga.

A Yanina, la hija de Juan Carlos Cámpora, la mataron el 12 de diciembre de 1998. Fueron dos sujetos que no vivían lejos de su casa, en el barrio de Nuevo Alberdi. La interceptaron cuando volvía a su hogar. La violaron y después la asesinaron. No querían que los delatara. Para los asesinos el segundo crimen fue más sencillo que el primero: aturdida como estaba la chica, la golpearon en la cabeza con dos bloques de concreto. Los forenses dirían después que murió en el acto. Tenía 18 años.

“Fue una conducta impropia de seres humanos”, dijo el juez de la Cámara Penal Otto Crippa García cuando le tocó juzgarlos. Agregó que ni los animales podrían cometer un crimen “tan bárbaro”. Crippa es uno de los magistrados más antigüos de los Tribunales locales, un hombre que según sus pares ya ha visto todo en materia de delitos. Un juez curtido que sin embargo quedó impactado por el caso.

Unos pocos detalles alcanzan para corroborar el comentario del camarista. Después de llevar a Yanina por la fuerza a un descampado, los dos sujetos la vejaron. Lo prueban un testigo que los vio hacerlo y cierta inequívoca evidencia material, como las huellas dejadas por los propios criminales: en el cadáver de la chica había semen de ambos y bajo sus uñas quedaron restos de los cabellos y la sangre de sus agresores. Consumada la violación, la mataron.

Juan Carlos Cámpora revive aquel drama todos los días de su existencia. También su esposa Angela y los tres hermanos de Yanina que la sobreviven.

“Me contaron que uno de ellos viene una vez por semana al barrio”, cuenta. “Uno de ellos” es uno de los asesinos condenados, aunque Cámpora no sabe cuál: si es al que apodaban Rata (Sergio Daniel R.) o si es al que llamaban Paraguayo (Ariel Adrián D). Los vecinos le contaron que llega con custodia, que visita a sus padres por algunas horas y que luego lo regresan a Coronda.

Al Rata le habían dado reclusión perpetua porque antes de violar y matar a Yanina ya tenía un antecedente por abuso sexual. Al Paraguayo le dieron prisión perpetua porque carecía de prontuario. Con reclusión no se puede abandonar la cárcel hasta cumplir 25 años de pena. Con prisión es posible hacerlo al llegar a los dos tercios de los 25 años, siempre y cuando el condenado tenga buena conducta y se muestre “rehabilitado”, aunque esta condición resulte poco menos que indefinible. Pero en julio de 2007 ninguno de los dos llegó todavía a cumplir el mínimo de pena establecido por las figuras de reclusión y prisión perpetua para poder salir de la cárcel.

Nada de eso le importa a Cámpora, que no entiende de códigos ni procedimientos judiciales sino de ausencia, de vacío, de dolor y de desolación. Tiene bronca, aunque intenta contenerla. "Dicen que al violador y asesino de mi hija lo traen custodiado. ¿Quién paga esa custodia? Usted, yo y todos los contribuyentes". Si ya fue demasiado que esos dos sujetos le arrebataran a la hija, que uno de ellos goce ahora de algún régimen de salidas le resulta insoportable.

Confiesa que no quiere dar una vuelta por el sitio donde se supone que el reo visita a sus padres, vigilado por agentes del Servicio Penitenciario o de la policía, quién sabe.

—Por las dudas, ¿vió? No sé qué haría si lo tuviera cerca—, se sincera.

Sería ocioso tratar de explicarle que aun los convictos tienen derechos. No lo entendería, del mismo modo que no consigue entender por qué Yanina ya no está más que en sus recuerdos y en la foto del llavero del camión con el que se gana la vida.
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