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 domingo, 05 de agosto de 2007  
Colombia
Las islas de las fantasias
San Andrés, Providencia y Santa Catalina complementan una oferta turística singular en el Caribe

Rodolfo Bella / La Capital

La isla de Providencia se ofrece como un espacio para dejar libre la imaginación y soñar por un rato que somos el pirata Morgan. O al menos parte de su tripulación. O simplemente el lugar invita a dejarse caer debajo de las palmeras y mirar el Mar de los Siete Colores hasta que el cuerpo pida un poco de acción. Entonces será el turno de regresar a San Andrés, capital del archipiélago colombiano donde los bares, restaurantes, hoteles all inclusive, shows, y claro, también las playas, hacen que, esta vez, se imponga un poco de descanso.

Providencia, junto a Santa Catalina, con sólo 17 kilómetros cuadrados, está separada de San Andrés por un vuelo de veinte minutos. El efecto reparador de ese pequeño territorio se hace evidente antes de aterrizar. Desde el aire, la inquieta línea blanca que forma la barrera coralina, serpentea en el agua entre azules, turquesas y verdes, mientras la espuma delimita las playas blancas y el verde corona las colinas.



Area protegida

Sobre el conjunto, que la Unesco declaró en 2000 como núcleo de la Reserva de Biosfera y, en 2005, Area Marina Protegida, se impone una identidad que los habitantes se niegan a perder. Los grandes proyectos hoteleros no resultan muy seductores por esta zona. Algunos habitantes, como Jennifer Archbold, directora de la Asociación Ecológica y Turística de la Vieja Providencia (Ecoastur), son partidarios de la preservación y el desarrollo sustentable que diferencian a Providencia. Una identidad que intenta construirse a partir del tratamiento casi artesanal que recibe todo lo que crece y se edifica.

Y es comprensible. Basta llegar al aeropuerto que seduce y sorprende con su nombre extraño y su aspecto familiar. El Embrujo se llama la estación aérea, y se trata de una construcción a escala del sitio donde está implantada, que respeta el estilo isleño, amplios con espacios abiertos, barandas multicolores y personal correcto y amable. A pocos minutos de dejar atrás ese lugar, por rutas entre palmeras y retazos de mar, el entorno hace comprensible el significado del embrujo. Palabras irritantes como polución, bocinazos y contaminación se desvanecen y pierden su sentido.



Simpleza y confort

En esta isla todo está cerca y cualquiera puede sentirse un habitante más. La hotelería apunta a subrayar ese aspecto, con pequeños hoteles boutique, que sin infraestructura cinco estrellas, tienen lo necesario para disfrutar confortablemente de una privilegiada simplicidad que incluye vistas francas al mar, hamacas en los balcones, un adecuado equipamiento de servicios y la atención cálida y eficiente de las personas a cargo de los huéspedes. Hay televisión, pero ¿a quién se le ocurriría usarla?

En este territorio que fue ocupado desde el siglo XVII por ingleses y españoles, la lengua es una singularidad de la cultura. Si bien se habla español e inglés, de la fusión de las distintas etapas de colonización surgió el inglés criollo con el que se comunican los habitantes.

Este resulta prácticamente inaccesible para el forastero. Aquí también se manifiesta el respeto por el visitante: pocas veces lo hablan en presencia de alguien que no lo entiende.

   La piratería, según se dice, hizo pie en la isla y allí está la Cabeza de Morgan, por el legendario Henry Morgan, que evoca ese pasado representado por una curiosa formación rocosa tallada por el agua.

   Es muy fácil recorrer la isla. Una opción accesible es hacerlo en moto, por la ruta que la recorre en casi todo su perímetro. El tour autogestionado demanda aproximadamente dos horas de marcha. Claro que habrá motivos de sobra para detenerse y el tiempo se extenderá. Cada callecita que se desvía hacia el interior de la isla es una tentación difícil de resistir. Y es mejor no resistirse. ¿El premio? Encontrarse al final del recorrido con una playa donde sólo hay que compartir el paisaje con un perro que duerme la siesta.



Festival de colores

Durante el recorrido, mientras el aire cálido acaricia el cuerpo, donde el verde de las palmeras se mezcla con los rojos incendiados de los Flame Tree y los amarillos intensos de otro árbol llamado Golden Chain o Lluvia de Oro, también es recomendable detenerse por un buen rato en algunos de los pintorescos restaurantes sobre la playa y probar platos típicos como el rondón, una especialidad de las islas con salsa de coco, pescado, caracol, y el delicioso patacón elaborado con plátano verde frito.

Unida por el Puente de los Enamorados se encuentra Santa Catalina, la hermana menor de Providencia. Está conectada por un puente móvil peatonal que atraviesa un canal en una extensión de unos 200 metros y que también es una reserva natural. Muy cerca está Cayo Cangrejo, frente a la costa noreste de la isla.



Respeto por la naturaleza

Es un pequeño islote que forma parte de una reserva natural que se puede visitar y recorrer por coloridos senderos. Un guía asegura que allí también se impone la preservación y el respeto por la naturaleza. Desde la cima muestra y recuerda el destino de los cercanos cayos Tres Hermanos, antes abiertos al turismo y hoy convertidos en reserva natural.

Es una obligación practicar snorkelling alrededor del cayo, donde se mima con cuidado a la fauna y la flora marina. La recomendación firme y recurrente de los guías es evitar dañar la vida que se desarrolla bajo las silenciosas, transparentes y cálidas aguas de esa parte del Caribe. Al finalizar, nada mejor que tomar un jugo de coco verde mientras se toma sol sobre el deck de madera.

Si se viaja en mayo a Providencia, el espectáculo de las calles a partir de la caída del sol es fascinante y sorprendente. En esa época los cangrejos negros reciben tratamiento de reyes. Miles de hembras bajan de las montañas cargadas de huevos e invaden calles y jardines obedeciendo a su instinto de desovar en el mar.

Con la ayuda de una linterna se puede ver la costa con el agua gris por los millones de huevos que ya comenzaron su ciclo vital. La sorpresa la dan los intrépidos calamares: aprovechando la ocasión y respondiendo a la preservación del equilibrio de la población de crustáceos se dan un banquete nocturno consistente en varios millones de huevos.



Ayuda extra

A determinadas horas, personal de seguridad de la isla controla que no circulen vehículos para ayudar a esos bichitos nada agresivos y bastante temerosos que se lanzan a buscar el agua con su preciosa carga para preservar su especie. Conservados racionalmente, los cangrejos se transformaron también en una parte importante de la alimentación y la economía de la isla.

Por la tarde, y también por la noche, la actividad se extiende a algunos bares, además de los restaurantes donde prevalecen los menues de pescado y platos típicos del lugar. En la bahía de Manzanillo, el pintoresco bar de Rolando invita a escuchar reggae, tomar exquisitos tragos, charlar alrededor de mesas hechas de viejas canoas, o hacer nada sobre las hamacas que cuelgan de las palmeras.

Es el momento, entonces, del regreso a San Andrés. Allí además de las playas y el buceo, para quien guste y se anime, y tal como ocurre en Providencia, la vida retoma en parte su ritmo habitual, sobre todo de noche, donde existe una oferta variada de bares y pubs. Como se trata de un puerto libre, es recomendable recorrer los innumerables negocios que pueblan las calles céntricas y ofrecen desde los últimos perfumes de diseñadores internacionales, ropa de marcas reconocidas y obviamente tiendas de joyas donde reinan, por supuesto, las esmeraldas.

Una muy recomendable opción fuera de la ciudad es visitar la reserva natural de Johnny Kay, a la cual se llega por mar. Es un lugar pequeño, de playas blancas donde también recomiendan no dañar nada. Ni llevarse ningún recuerdo, “ni caracoles, ni coral ni arena”, explica uno de los guías. Y es mejor así.

En Johnny Kay, que funciona de 9 a 16.30, el plan es de relax, disfrutar del mar o una caminata alrededor de la isla. Para complementarlo, Raúl, uno de los encargados del lugar, recomienda un trago emblemático y poderoso, digno de la rudeza que se supone debió tener un pirata, el Coco Loco: ron, brandy, vodka, ginebra, whisky, suavizado con agua de coco y jugo de cereza.



Para todos los gustos

Para los menos resistentes, una Piña Colada: jugo de piña, crema de leche, canela, vainilla, leche condensada y agua de coco. Para acompañar los tragos un cóctel de camarones, caracol y pulpo; si además se le pone cebolla, también estará presente una salsa rosada compuesta por mayonesa, ketchup, salsa de tomate y limón.

El Acuario, a veinte minutos de lancha, es otra experiencia interesante donde también se puede practicar snorkelling, caminar o descansar sobre pequeños bancos de arena que parecen flotar sobre el agua y soñar, aun los más escépticos, con que el paraíso existe.   
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