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domingo,
05 de
agosto de
2007 |
[Lecturas]
Un modelo para armar
Lisy Smiles / La Capital
La perfecta otra cosa, de Fernanda García Lao. El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2007, 128 páginas, $28.
La perfecta otra cosa que motiva el libro de Fernanda García Lao se asemeja en mucho a un dios o a su contracara, aunque vale aclarar que ese opuesto no necesariamente remite a un diablo. Todos los silencios escondidos, las palabras calladas, los gritos negados, la libido sublimada o los secretos mal guardados pueden ser habitantes de esa cosa.
El libro puede considerarse una nouvelle. Sí, es corto, pero denso. No tiene una sola trama, menos aún un solo registro o tono. Puede ser tomado como un rompecabezas. Las piezas que lo componen tienen siempre costados punzantes, hirientes, provocadores, que sólo se disipan cuando aparece una válvula que permite un respiro, muchas veces momentáneo. Pero, ¿cuál es la historia que merece ser contada por cada uno de los puntos de vista de sus protagonistas? Ese es el misterio, quizá la trama única. “La perfecta otra cosa” tiene mucho de mística.
Escrita como a borbotones, sus personajes no tienen paz. Y pareciera que tras cada monólogo, un desafiante ¿y qué? apareciera como colofón indeleble.
García Lao se mete con la familia, esa tan típica, pero en donde los personajes hablan, sin filtro alguno, en primera persona. La autora ha repetido en más de un reportaje que detesta los confesionarios, sean religiosos o psicoanalíticos, pero a sus personajes los somete a una confesión que por momentos parece abusiva, y eso molesta y a la vez atrapa al lector.
Un típico padre de familia (Adolfo), una carnosa madre (Rosalin), un par de mellizos al borde de lo psicótico (Eva y Adonis), una irreverente tía (Jessica) junto a un travestido abuelo (Isidro) y a un delirante pariente (Tancredo) componen este fresco donde pareciera que nadie tiene la última palabra, aunque cada uno se viste de autor.
Cada personaje se adueña de un capítulo y cuenta su historia, y así refiere al resto, donde obviamente nada ni nadie es lo que parece. No es un texto coral, o en todo caso si lo es no privan ni la armonía ni la melodía clásica, más bien el relato se vuelve desafinado, y ahí encuentra su marca. Cierta oralidad y el manejo del absurdo aportan pinceladas que dan brillo a rincones, a veces, un tanto oscuros.
Seguramente aquel que logre armar este rompecabezas conseguirá descubrir la perfecta otra cosa, que acecha sin piedad sobre cada integrante de esta familia tan normal y sin comillas. Esa es la propuesta, y para que no queden dudas, García Lao advierte en el principio del libro: “«La perfecta otra cosa» es una narración polifónica, con tendencia al onanismo. Cada personaje altera, completa o contradice al resto. Hay sobredosis de autoindulgencia. Lector, no sea ingenuo”.
Así como el humor, el disloque o el absurdo aparecen en los momentos justos y operan como válvulas en la densidad de los textos, esa irrupción torna fragmentario cualquier atisbo de verdad. Sólo hay verosimilitud asegurada de la mano de la primera persona con la que cada personaje se narra a sí mismo.
Al avanzar en los capítulos, y por ende en los personajes, recién es posible sospechar la clave de esta pequeña novela. Y al continuar, la sospecha se ahonda y hasta invita a una lectura cómplice. El final es de cada personaje, como el inicio, y en eso el lector tendrá su propio rol. ¿Acaso alguien no se sintió tentado alguna vez de armar y desarmar el mismo rompecabezas como una forma de desafiarse a sí mismo? Y ese es el juego al que invita Fernanda García Lao.
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