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domingo,
05 de
agosto de
2007 |
[Memoria]
Un ensayo de solución final
El exterminio de enfermos mentales es uno de los aspectos menos conocidos del genocidio nazi. Un libro reciente descubre esa historia
Rubén Chababo
En 1945, sobre las ruinas del nacional-socialismo se daba inicio a un lento proceso por medio del cual la sociedad alemana y el mundo comenzaban a tomar conciencia acerca de la verdadera dimensión destructiva que había tenido el imperio del Tercer Reich. Junto con la toma de conciencia de la existencia ominosa de los campos de concentración y el altísimo número de personas que habían sido allí deportadas, comenzó a conocerse un costado acaso más secreto de los alcances a los que había llegado la práctica genocida: el de la eliminación sistemática de los enfermos mentales.
Vistos como desechos humanos, carga onerosa para las arcas del Estado alemán, los débiles mentales se transformaron, en los primeros años del régimen nazi, en el centro de una política de exclusión que no reconoció en absoluto la pertenencia nacional o religiosa como forma de eludir la muerte en esos envíos o traslados que tenían por finalidad limpiar las instituciones psiquiátricas y hospitalarias. En el centro de este proceso aniquilador estuvo el concepto de eutanasia, detrás del cual, y para justificar su práctica, se ampararon médicos y directores de instituciones psiquiátricas, como también algunos familiares para quienes el padecimiento de enfermedades psicológicas por parte de parientes cercanos debía tener un coto, y ese coto era la llamada muerte piadosa.
Esta historia es el tema de “Exterminio de enfermos mentales en la Alemania nazi”, libro que acaba de aparecer bajo el sello editorial Nueva Visión. Fue escrito en 1948 por Alice Platen-Hallermud, psiquiatra miembro de la Comisión médica que actuó en el juicio del tribunal de Nüremberg contra veintitrés médicos acusados de crímenes de lesa humanidad.
Los profesionales implicados en el “Programa de Eutanasia”, destinado a enfermos mentales, eran en su mayoría médicos del Estado. Por las declaraciones de los testigos se sabe de una reunión de cincuenta a sesenta psiquiatras y directores de manicomios, mayormente miembros confiables del Partido a los que se les presentó el Programa y que —con una única excepción— no formularon protestas; tal vez lo entendamos mejor si tenemos claro que estos médicos estaban acostumbrados, en tanto peritos, a tomar decisiones importantes sobre sus pacientes por orden del Estado y bajo la responsabilidad del mismo. “Probablemente por eso no les pareció tan absurdo que el Estado exigiera esta vez una decisión aun más seria: la decisión sobre la vida y la muerte de sus internos. Al parecer, tras despejar algunas dudas de carácter jurídico, no dudaron del derecho del Estado a la eutanasia”, relata Platen.
Un concepto difuso
Para lograr hacer efectivo este proceso depurativo, el régimen nazi creó la “Comisión del Reich de educación sanitaria del pueblo”, la cual repartió sus tareas en dos áreas: ciencia y propaganda. Esta comisión era la encargada de la distribución del material didáctico para las escuelas, las oficinas del Partido y las dependencias estatales. El mandato era explicar al pueblo que los gastos ocasionados por los deficientes mentales eran insostenibles y perjudicaban la vida del pueblo sano. Tal como lo destaca Platen-Hallermud, el difuso concepto de deficientes incluía a los débiles mentales, los inválidos, los asociales y los enfermos en general, y tenía la ventaja de que se lo podía emplear a discreción porque no constituía un parámetro absoluto.
Fue ese altísimo grado de amplitud del concepto de deficiencia el que ofició de puerta de ingreso a la muerte para decenas de miles de personas que en absoluto hubieran siquiera entrado en el encuadramiento de lo que comúnmente se llama enfermo psiquiátrico. El ensayo de Platen-Hallermud se detiene, para demostrar esto, en los niños enviados a instituciones correccionales a quienes el solo hecho de cometer actos menores de insumisión les sirvió de pasaporte a las salas de exterminio.
La autora cita el caso del pupilo Rettig como un caso testigo presentado en el juicio de Nüremberg: “la señora Elisabeth Rettig, declaró en el juicio: «Mi hijo vivía conmigo ». Le dije: «Cuando yo vuelva, tiene que estar encendido el fuego, si no...». Se escapó por miedo, se llevó el dinero que tenía ahorrado y anduvo dando vueltas por Frankfurt. Allí lo pescó la policía. Poco después lo llevaron a Mühlheim para tenerlo en observación. Cuatro semanas estuvo allí, entonces me informaron que lo habían llevado a Idstein para seguir observando su estado mental. Ahí dije: «Pero si no está loco». Después de unas tres o cuatro semanas el chico se escapó y volvió a casa. Dos semanas después se lo llevaron otra vez a observación a Mühlhein y ocho días después a Idstein. Una semana más tarde recibí un telegrama diciendo que mi hijo había muerto el 11 de diciembre a las 4:30 de la tarde. Después fui a ver al doctor W., que me dijo: «Su hijo estaba enfermo». Yo le dije: «No, no estaba enfermo». Él: «Sí, estaba enfermo»”.
Un dato que describe con claridad la planificación burocrática de la muerte sobre la que estaba sostenido este proyecto es la existencia de un plantel de secretarias dedicadas a escribir cartas de condolencias a los familiares de los enfermos deportados desde los establecimientos psiquiátricos, cartas en las que se disfrazaba el crimen con frases que hablaban de enfermedades repentinas que habían aquejado al paciente.
El Programa de exterminio de carácter sanitarista comenzó en el otoño de 1939 y se extendió hasta 1941. Su finalización tiene que ver con la fuerte resistencia que opusieron muchos médicos, y también algunas figuras de las iglesias evangélicas y católicas. “Son innumerables los médicos generales de la ciudad y el campo que no enviaron a sus pacientes a los establecimientos o los protegían de algún otro modo. (...) No era poco peligroso rebelarse contra las tendencias vigentes o saber demasiado sobre la eutanasia mantenida tan en secreto. Quien haya vivido esa época como médico general recordará todavía que tenía las manos atadas y que en realidad, sólo era posible ayudar en casos aislados. Justamente estos numerosos casos aislados de resistencia en toda Alemania, el haber informado a los familiares incautos, el haber disimulado cuadros clínicos, preservaron a muchos enfermos mentales de los establecimientos y de la muerte”, relata Platen-Hallermund.
El informe de Alice Platen-Hallermund permaneció olvidado, al igual que la labor de denuncia de su autora, durante décadas. Recién en 1993 el texto fue reeditado en Alemania y es ésta su primera traducción al español. Una oportunidad de acceder, con la fuerza que proporciona el registro documental, a un costado escasamente divulgado de la práctica genocida, amparada, esta vez, en justificaciones terapéuticas y sanitarias.
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