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 domingo, 05 de agosto de 2007  
[Aventuras] - ascenso al volcán Llullaillaco
Por el camino de los incas
Una expedición integrada por dos rosarinos llegó a la cumbre del antiguo santuario, a casi siete mil metros de altura. Un viaje en el tiempo y en el espacio

Marcelo Castaños / La Capital

Un año les llevaba llegar desde el Cuzco, capital del Imperio, hasta el Llullaillaco. Y aunque sus dominios se habían extendido más al sur, este volcán salteño era considerado por los incas un lugar sagrado, santuario de las divinidades y por eso morada final de los niños que decidieron sacrificar. Iban en grupos y llevaban consigo a estos hijos elegidos, el oro y la plata que tenían para los dioses. Llegaban hasta los 4.900 metros sobre el nivel del mar y desde allí atacaban la cumbre, para depositar sus ofrendas.

Tres de estos niños fueron descubiertos hace ocho años por arqueólogos argentinos, con ayuda de la National Geographic, en el que fue uno de los hallazgos arqueológicos más trascendentes de la Argentina. Estaban intactos, momificados. Era un viaje a casi 7 mil metros de altura y a más de 500 años de historia.

Este año, dos rosarinos iniciaron una travesía para llegar a aquellas moradas, obtener un registro antropológico de la experiencia y volcar la expedición por lo menos en un video documental. La idea, planteada así, trascendía el hecho de alcanzar la cima del volcán, un objetivo de por sí ambicioso si se tiene en cuenta que es sólo 220 metros menor que el Aconcagua.

En una charla con Señales los andinistas contaron la experiencia, ofrecieron datos, pero sobre todo dieron una impresión (siempre inacabada, según ellos mismos lo admiten) de lo que puede dejar emotivamente semejante trayecto por el espacio y el tiempo.

Jorge Vaglietti vive en Rosario desde hace dos décadas, tiene 40 años y es guía de montaña. Dominique Zelus, de 38, es doctora en biología, nació en Francia y hace siete años que vive en la ciudad, de la que se siente parte. Ambos, junto al montañista mendocino Damián Redmond (jefe de la expedición argentina que hizo cumbre en el Himalaya, en 2004), Christian Vitry, un arqueólogo que participó en el hallazgo de los niños; el suboficial del Ejército Pedro Lamas y el licenciado en biología Juan Laborde, participaron en esta aventura.

“El Llullaillaco está en plena cordillera y es compartido con Chile. Y, si bien tiene varios accesos, la llamada ruta arqueológica está en Argentina y recorre el camino principal del Inca”, explica Vaglietti.

El proyecto comenzó en la ciudad de Salta y siguió con el traslado a San Antonio de los Cobres, a 3.700 metros sobre el nivel del mar. Luego vino Tolar Grande, pueblo ubicado en el corazón de la Puna salteña y fundado alrededor de la estación del Ferrocarril Belgrano, cuando la actividad minera estaba en pleno desarrollo. La región posee sitios de interés naturales, geológicos, culturales y arqueológicos conservados en las montañas de Macón, Aracar y Llullaillaco. Siguiendo el camino hacia el límite con Chile se encuentra el campamento minero La Casualidad, que en su época de funcionamiento albergaba a más de 3 mil personas que trabajaban en el procesamiento de azufre de la mina La Julia. Desde allí se accede al campamento base del Llullaillaco. La ruta elegida para el ascenso fue la noreste, donde se pasa por sitios arqueológicos a los 4.900 metros.

“Lo primero que encontramos fue un cementerio inca, donde había muchos cuerpos, algo que hace pensar en que murieron por un accidente o una enfermedad durante una migración, porque de hecho en el lugar no hay vestigios de ningún pueblo asentado”, apuntan los expedicionarios.

En el camino se ven más lugares históricos cuyos restos todavía perduran, como casas semicirculares de piedra, ya sin techo (las hacían con tabaquillo que llevaban de zonas más bajas). Esas casas servían, se presume, de refugio para los caminantes. “Eran fundamentales para pernoctar, más si se tiene en cuenta que después del ceremonial ya los agarraba el invierno”, cuenta Vaglietti.

Los rosarinos encontraron refugios a los 4.900, a los 5.600, a los 6.500 metros de altura y en la cumbre, donde fueron hallados los niños momificados.

Hicieron el ascenso, teniendo que volver más de una vez sobre sus pasos, avistaron las estacas que marcan las minas todavía activadas desde el conflicto limítrofe con Chile; tomaron registro de la fauna que crece al pie del volcán, de la geografía volcánica y por tramos lunar del camino hacia el objetivo; sufrieron el frío y durmieron con 10 grados bajo cero adentro de las carpas; tomaron la ruta arqueológica que utilizaron los incas y que todavía está demarcada, observaron las últimas construcciones y la terraza del enterratorio inca, y siguieron.

El grupo alcanzó la cumbre, y llegó a la zona donde durante más de cinco siglos moraron los cuerpos congelados de los niños (que hoy descansan, no sin cuestionamientos a las autoridades, en el Museo Antropológico de Salta). El lugar sufrió con el tiempo sus acechanzas. Así como a los enterratorios los llamaban huacas, existieron los huaqueros: profanadores que supieron llevarse las ofrendas de oro y plata que los incas dejaban junto con los cuerpos de los niños.

La avalancha de sensaciones no se explica fácilmente. En palabras de Dominique, “uno se siente pequeño, primero por la inmensidad del lugar, la montaña, el desierto, pero también por la inmensidad del tiempo: 500 años más tarde uno hace el camino que hicieron ellos pero con teléfonos, equipos de última generación. Hay un abismo entre lo que pudo haberse hecho hace 500 años y lo que puede hacerse ahora. Y al mismo tiempo, uno se sabe más humano”. Según Vaglietti, “estas experiencias hacen madurar sentimientos a veces muy difíciles de explicar”.


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Panorámica. El volcán sagrado de los incas. En 1999 arqueólogos argentinos hallaron allí a tres niños momificados.

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