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 domingo, 05 de agosto de 2007  
¿Se acabó el acampe?

Por Carlos Duclos / La Capital
El ex presidente norteamericano John Kennedy fue famoso, entre otras cosas, por los pensamientos profundos que entregaba en sus discursos. En uno de ellos, y ante un grupo de señores de buena posición entre los que se encontraban algunos republicanos del sur, lanzó una estocada que dejó pensando a más de uno: “Señores, una sociedad libre que no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”. Recordado esto, digamos que ¡por fin!, y gracias a la mediación de la Iglesia Católica, los piqueteros pertenecientes a la Corriente Clasista y Combativa abandonaron la Plaza San Martín, que se había convertido no ya en el paseo público que evoca al justo y gran libertador, sino en un infierno para los vecinos, una molestia para otros tantos rosarinos y una imagen que revela la verdadera situación social en esta Argentina de ayer y de hoy y en la que, pese a sus inmensas riquezas y fantásticos recursos naturales, y al talento de mucho de sus líderes, estos episodios que muestran el rostro cruel de la miseria se suceden.

Una vez más debe decirse que esta moda de los piquetes —y especialmente su modo— no puede compartirse y, de hecho, la ciudadanía en general la rechaza como método. Y los repudia no porque no consienta ni acepte que a los protestantes sociales les asiste la razón de los reclamos, sino porque el medio usado en realidad no provoca molestias al poder político (salvo en casos puntuales, como en el advenimiento de una elección) sino que ocasiona complicaciones a otra parte del pueblo que no está exenta tampoco de las dificultades tan propias de un país rico, pero con mentes pobres en gran parte del liderazgo público y privado.

Se ha levantado el acampe. Pero, ¿por cuánto tiempo? En el arreglo, de lo principal, de lo que verdaderamente devolverá la dignidad a los pobres (en cuanto que el ser humano se eleva no por la dádiva que obtiene sino por su crecimiento intelectual y lo creado por sus manos), no se ha hablado. Al trabajo y la educación, a estar por las informaciones, le ha correspondido el “silencio de muerte”.



Causas del piquete. En derredor del fenómeno piquetero se aseguran muchas cosas. Se dice, por ejemplo, que es una suerte de clientelismo que fomentan los hombres del Estado porque con él pueden manipular personas y captar votos; que algunos dirigentes piqueteros también dirigen a los pobres para sus fines personales; que se incurren en actos extorsivos (“Si no nos dan lo que pedimos seguimos con el corte”) y que el poder político acepta la suerte de exacción, etcétera. Y algunos, en tren de decir sin pelos en la lengua, sostienen que el fenómeno se resuelve rápidamente con palos policiales (otros no lo dicen, pero lo piensan). Todo esto, y en relación fundamentalmente, con la causa del piquete, puede que sea cierto, pero no lo es todo. ¿Cómo es posible que no exista mendicidad de grupos en el país, cuando los mismos gobiernos argentinos se la han pasado mendigando al mundo y en lugar de construir bases sólidas para el crecimiento del pueblo han despilfarrado la plata y la han dirigido hacia fines nada nobles? ¿Cómo puede pensarse en la no mendicidad social argentina derivada en piquete, cuando la Nación depende de la ayuda de Venezuela para salvar una crisis? Una Venezuela, o, mejor dicho, un venezolano que viene a comprar bonos “no por ser filántropo —como dijo un empresario rosarino y conocedor de las finanzas del mundo hace unas horas atrás— sino porque comprará a precio vil y venderá a precio correspondiente haciendo una buena diferencia”.

¿Cómo es posible no pensar en piquetes, cuando a los operadores económicos no les importa la justa distribución de la riqueza y cuando para los gobiernos, con bastante frecuencia, el trabajo, la educación y la adecuada formación cultural son derechos, pero que complica la buena salud de ciertos intereses? ¿Qué importancia puede tener para cierto poder político la vida digna, cuando en realidad no se respeta ni la propia vida y hasta se proponen justificaciones para el exterminio de ella? ¿Cómo puede pensarse en la inexistencia del piquete (y para ser bien preciso en la cuestión cotidiana) cuando un kilogramo de zapallito cuesta 6,90 pesos? ¿Cómo puede no pensarse en el piquete cuando la inflación se pretende combatir dibujando los números del Indec (algo advertido en estas columnas cuando el escándalo aún no había salido a la luz), y cómo no aguardar piquetes cuando el presidente, ante un grupo de empresarios mexicanos, minimizó la crisis energética y en el mismo momento de sus dichos en tres provincias del centro y noroeste argentino se producían tremendos apagones que dejaron sin energía a más de la mitad de la población? Y sin ánimo de aburrir al lector, y para terminar con una lista que parece interminable: ¿cómo no esperar piquetes cuando Rosa Molina, una argentina de 54 años, pesa 24 kilogramos y está desnutrida? Y es apenas un caso.

En todo esto hay responsabilidades compartidas. Compartidas por lo que se conoce como derecha, muchas veces insensible, reaccionaria y violenta; por un centro a menudo indiferente y travieso; y por una izquierda con frecuencia hipócrita o perdida en el pasado. Responsabilidades compartidas por factores de poder económico privados, cuyos capitales, lejos de estar al servicio de la economía y del ser humano, lo están apenas de la patología conocida vulgarmente como angurria, que ni siquiera sirve a los fines de la felicidad del dueño del capital. Responsabilidad del Estado, o de sus hombres, que ha sido incapaz por falta de talento, corrupción, complicidad o simple indiferencia, de poner la cosas donde correspondían. Y no sería justo centrar la atención sólo en la actual estructura estatal. El pasado tiene lo suyo y mucho más también.



El otro acampe. El acampe, en apariencia, ha terminado, pero las causas que lo originaron siguen vivas. Y decimos que ha concluido en apariencia porque hay millones de argentinos que siguen acampando en la tristeza por ausencia de justicia social. Ese es el otro acampe. Y si esta carencia de justicia persiste, ¿cuánto tardará en producirse otra toma de una plaza, lugar o edificio público o una medida mucho más dramática?

Hace unas horas, en Rosario, se puso fin al efecto, pero no a la causa, que se desterrará cuando el trabajo dignifique a la persona humana. En este sentido, es oportuno recordar lo que ha dicho el Papa Benedicto XVI respecto del trabajo: "Es muy importante para la realización del hombre y para el desarrollo de la sociedad, y por eso, es necesario que se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que el hombre no se deje someter por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo hallar en él el sentido último y definitivo de la vida. La enseñanza bíblica sobre el trabajo halla su coronación en el mandamiento del descanso".

Y la verdad es que hoy muchos no tienen descanso porque no tienen trabajo. No hay descanso, ni paz interior, sólo una circunstancia con un sentimiento peligroso: el “ocio angustiante”.


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