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domingo,
05 de
agosto de
2007 |
Interiores: movimiento
Jorge Besso
Una definición simple y escueta de la vida podría anunciar que es movimiento: un concepto tan abarcador que incluiría tanto a la vida en el sentido biológico como en lo concerniente a lo social.
Tal amplitud no se vería empañada si se piensa que la quietud también forma parte de la vida, pues no se puede olvidar que el reposo contiene movimientos mínimos, tanto sea en el sueño como en cualquiera de los variados asientos. También despliegan mínimos movimientos los que tienen el raro privilegio de vivir en reposeras existenciales que vendrían a ser todos aquellos que van circulando por los caminos del Señor, transpirando únicamente tranquilidad. Todo lo contrario de esa inmensa mayoría que circula como puede destilando preocupaciones e intranquilidad, además de los que tienen el estrés de no tener trabajo, muy superior al que está ligado al ritmo laboral pues al desocupado lo aplasta cualquier mirada.
El movimiento concierne a todos, aun a las estatuas vivientes que se posan en alguna calle y que se ocupan de no realizar el más ínfimo movimiento configurando una extraña y fina proeza: logran realizar un movimiento detenido, es decir un oxímoron (una figura de la retórica que combina los contrarios, por ejemplo los sonidos del silencio). Un movimiento detenido conforma una imagen congelada que detiene por unos instantes a paseantes y circulantes que se salen de su ritmo para apreciar, o quizás para despreciar, el milagro imposible de una estética, entre otras cosas, destinada a la detención del tiempo. El mensaje del movimiento detenido quizás nos dice que el único rival de fuste que tiene el tiempo es la paciencia, del mismo modo que la ansiedad es uno de los mayores peligros de una estatua viviente.
Fiel a su esencia, el movimiento anda por todos lados, desde una sinfonía hasta cualquier deporte. Desde cualquier trabajo a cualquier ocio. Desde los pensadores hasta los hacedores incluyendo en este punto a los seres integrales capaces de armonizar el pensamiento con la acción, supuestamente más sanos, al igual que los panes del mismo nombre.
La milenaria filosofía de Aristóteles, haciendo una lectura de esa obra tan impresionante, se podría decir que es una filosofía del movimiento, desde su idea de Dios como un motor inmóvil (otro oxímoron) hasta sus célebres conceptos de acto y potencia. Mínimamente cualquier árbol en acto es potencialmente un mueble, del mismo modo que cualquier humano que tenga un presente saludable, es decir que “ande al pelo”, alberga alguna enfermedad menor, mayor o final dado que todo ser vivo es potencialmente un fiambre que en un futuro se lo comerán los gusanos o se lo devorará el fuego. En caso de incineración, de alguna manera se trata de un movimiento del fuego capaz de borrar la muerte constituyendo un fuerte mensaje final que clama algo como decir “ni muerto me verán muerto”.
En cuanto a Dios como un motor inmóvil es una metáfora más que interesante porque es la idea de Dios como principio esencial de las cosas, ya que tampoco es cuestión de responsabilizarlo de cada circunstancia que se mueva por los universos y echarle en cara, por el ejemplo, el tsunami. Aunque no estaría demás que usara sus influencias para solucionar, o al menos mejorar la distribución de la riqueza que antes y ahora incurre en el pecado más habitual de propagar la pobreza.
En cierto momento de su obra, Sigmund Freud realiza un extraño paralelo al comparar al movimiento de nuestro planeta con el movimiento del hombre a lo largo de su milenaria existencia, movimiento que se repite en cada existencia en particular. Freud dice: “Así como el planeta al mismo tiempo que gira sobre su eje realiza su traslación alrededor del Sol, el hombre también al mismo tiempo que camina por su existencia recorre el camino de su especie”. Ahora, este doble movimiento de los planetas tiene como mínimo cierta estabilidad y armonía, de forma tal que no pueden existir abruptas variaciones ni en la rotación ni en la traslación de ninguno pues no quedarían en pie ni los tsunamis.
Algo parecido se puede decir de las especies que habitan nuestro planeta ya que las variaciones y el destino de una especie determina las variaciones y el destino de cada uno de los especímenes entre los cuales las diferencias no son esenciales. Basta conocer la cucaracha de cualquier especie para conocer a todas.
Como se sabe no se puede decir lo mismo del ser humano cuyas estructuras e historias contienen diferencias que nos hacen iguales y distintos al mismo tiempo, al punto que ni los supuestos normales son todos iguales, ni los clasificados y catalogados locos, de la clase que sea, son todos iguales entre sí. Muchos estudios señalan que las cucarachas podrían sobrevivir perfectamente cualquier “desaguisado” humano, incluyendo el atómico, en tanto que es imposible hacerlas desaparecer a pisotones. No se puede decir lo mismo de los humanos que en muchos de sus movimientos caminan pisoteando a los otros y a la naturaleza.
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