|
lunes,
16 de
julio de
2007 |
El miedo y las quejas vigiladas siguen dominando las calles de La Habana
Los cubanos buscan expresarse a pesar de la censura y el hostigamiento
de las autoridades
Will Weissert
La Habana.— Miguel está en la mitad de la frase cuando su rostro se ensombrece y baja la mirada. Está hablando sobre lo que debe ser vivir en un país en donde el gobierno no controla toda la radio y la televisión. Lo que dice está lejos de ser incendiario, pero cuando pasa un policía se calla. “Eso es Cuba”, dice después que se va el agente. “Siempre oyen”, agrega. “Censura, censura”, musita un hombre musculoso sentado cerca. Miguel asiente y después rectifica. “Censura no”, dice en voz baja, “miedo”.
La conversación pasa al fútbol y al béisbol. Miguel se tranquiliza. En el Parque Central de La Habana, conocido como la Esquina Caliente, jóvenes y viejos, negros y blancos, algunos con cadenas de oro y zapatillas y otros con musculosas y sandalias, discuten sobre deporte todos los días.
Si uno lo visita con frecuencia, va escuchar también la discusión de otros temas: mujeres, tarjetas de racionamiento, conexiones ilegales de televisión, escasez de agua y la reunión del Partido Comunista la noche anterior. Pero quienes se desvían del tópico deportivo lo hacen con discreción. Miguel pidió que no se publicase su apellido por temor a repercusiones en el gobierno.
Decir lo que uno piensa en el momento y lugar inoportunos puede costar el empleo en Cuba. Insultar a Fidel Castro o a otros altos líderes en público puede significar la cárcel. No hay prensa libre, el acceso a Internet está restringido y muchos cubanos suponen que sus teléfonos están interceptados. Los agentes de seguridad estatal siguen a los críticos del gobierno y a los extranjeros, mientras los omnipresentes Comités de Defensa de la Revolución mantienen vigilados a los vecinos.
Se dice que la Esquina Caliente está llena de agentes del gobierno que se visten como los demás para pasar inadvertidos. Más evidentes son los policías uniformados. Una vez, durante la visita de un reportero, un oficial escuchó la conversación y anotó el número de documento de todos los cubanos que participaban. Otra vez, un policía con un perro ovejero alemán permaneció a corta distancia, mirando fijo sin decir palabra.
Válvula de escape. Aun así, la libertad de palabra en Cuba tiene más matices que lo que creen muchos extranjeros. El gobierno tolera las críticas en determinados contextos y mucha gente se expresa en público, algunos para quejarse amargamente.
La disidente Miriam Leiva cuenta que se estimula, a modo de válvula de escape, expresar las quejas en las reuniones del Partido Comunista, aunque los funcionarios les presten oídos sordos. “Esto logra aliviar la tensión y permite una salida para que la gente se distienda un poco”, dijo Leiva, una periodista independiente. “Pero ellos se manifiestan porque tienen que hacerlo, porque padecen. Y después nada cambia”, asegura.
En 1961, Castro sentó el precedente para la libertad de palabra diciendo: “Con la revolución todo, sin la revolución nada”. “No había otra opción. Era «estás con nosotros o estás en contra» y puedes imaginarte qué sucede si estás en contra”, dijo Leiva. “Así es como siguen las cosas”, señaló.
El marido de Leiva, Oscar Espinosa Chepe, es un economista que pasó a ser anticomunista, uno de 75 disidentes arrestados en una redada de críticos del gobierno en 2003. Aunque Espinosa Chepe fue puesto en libertad por motivos de salud, Leiva y otras mujeres familiares de prisioneros políticos, enteramente vestidas de blanco, marchan en silencio por la Quinta Avenida de La Habana todos los domingos después de misa.
Sus movimientos son observados por agentes de seguridad estatal y a veces son hostigadas abiertamente por partidarios del gobierno, aunque la marcha de las Damas de Blanco ha sido tolerada durante años. “Somos muy pacíficas. Además estamos en sus manos. Pueden hacernos lo que quieran”, dijo Leiva.
Sin Fidel. La periodista sostiene que los cubanos en general han tenido menos temor a hablar abiertamente en público desde que el presidente Castro, de 80 años, se sometió a una cirugía hace un año y cedió el poder a su hermano Raúl. El “máximo líder” no ha sido visto en público desde entonces, aunque escribe varios ensayos por semana que aparecen en los medios estatales.
“Pienso que la mayoría de la gente está perdiendo el temor”, comentó Leiva. “Ha habido un cambio después de la enfermedad de Fidel. El no está allí. Solía estar en todos lados. Era casi como si uno respirase y lo estuviese respirando a él”, afirmó.
enviar nota por e-mail
|
|
|