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lunes,
16 de
julio de
2007 |
Funcionarias
sospechadas
En 1974 Nixon no tuvo más remedio que renunciar a la presidencia de Estados Unidos acosado por el escándalo de Watergate. Un acto escandaloso de corrupción hizo poner en funcionamiento un aceitado sistema institucional que impidió que la impunidad impusiera sus reglas. En nuestro país, lamentablemente, no sucede lo mismo. Siempre el gobernante de turno se encargó de ocultar lo que el pueblo no debía saber, de defender lo indefendible; de apañar la corrupción, en definitiva. En los últimos días, Néstor Kirchner se vio sacudido por dos hechos de una evidente gravedad institucional. Por un lado, el misterioso dinero encontrado en el despacho de la ministra de Economía; por el otro, la denuncia penal hecha por un periodista contra la secretaria de Medio Ambiente por presuntas irregularidades cometidas en el ejercicio de sus funciones. Ojalá que el presidente no siga el ejemplo de sus antecesores y haga lo imposible por permitir el esclarecimiento de ambos hechos. Si ello acontece estaremos un poco más cerca de funcionar como las democracias más desarrolladas del mundo.
Hernán Andrés Kruse.
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