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miércoles,
11 de
julio de
2007 |
Reflexiones
Un mundo con mal pronóstico
Jorge Levit / La Capital
Las masacres cotidianas en Irak entre sunitas y shiítas, el genocidio de Darfur en Sudán, las cientos de células de Al Qaeda y sus aliados esperando órdenes para actuar en cualquier parte del mundo, los secuestros y asesinatos de la guerrilla colombiana y el crónico conflicto en Medio Oriente son señales claras, entras tantas otras, de que el siglo XXI no transita por un buen momento de la historia. Es imposible indicar un fenómeno unívoco que actúe como denominador común de tantas miserias en el planeta pero, sin dudas, las políticas de las potencias centrales tienen gran responsabilidad por sus liderazgos e influencias económicas y militares.
El mundo racional y civilizado, por ejemplo, está esperando que las elecciones del año próximo en los Estados Unidos terminen con la pesadilla de uno de los peores gobiernos en décadas. Los años de Bush en la Casa Blanca no sólo han traído penurias a los norteamericanos más pobres y beneficios a los más ricos, sino que retrotrajeron al mundo a tensiones y recelos que ya habían sido superados. El proyectado escudo de misiles y radares que Bush quiere establecer en Polonia y República Checa para frenar el avance del terrorismo encendió un alerta en Rusia, un país que ha virado hacia el capitalismo pero que no por eso permitirá que le instalen baterías de cohetes a pocos kilómetros de sus fronteras. Bush cree, ingenuamente, que una barrera en Europa oriental le dará más seguridad.
En Irak, el panorama es aún mucho peor. “The New York Times”, el diario más influyente de los Estados Unidos aunque no el de mayor circulación, publicó el domingo un editorial que tituló “The Road Home” (El camino a casa) para reclamar el inmediato retiro de las fuerzas norteamericanas del país árabe. También idéntico pedido se formuló desde el Congreso, pero Bush se niega a permitir que sus soldados hagan las valijas y ello, aparentemente, no ocurrirá hasta que prepare las propias y los demócratas, como todo lo indica, vuelvan al poder y una nueva brisa de distensión pueda soplar por el planeta. Irak pasó de la terrible y sangrienta dictadura de Saddam —que no escondía ningún arma de destrucción masiva simplemente porque no la pudo fabricar— a una guerra civil que causa cientos de muertos todos los días. El diario norteamericano argumentó que se invadió Irak sin una causa suficiente y que las tropas deben volver porque no pueden garantizar la estabilidad política del país, pese a que pronostica posibles limpiezas étnicas o represalias tras el retiro. Incluso, aconseja al Pentágono cómo y por dónde debería abandonarse Irak.
No sólo los Estados Unidos tienen que ver con este sombrío panorama. Su principal e histórico aliado, Gran Bretaña, perdió la brújula que ha caracterizado a los laboristas y de la mano del ex premier Tony Blair se lanzó también en Irak a una alocada cruzada y perdió de vista el frente de Afganistán, verdadero germen terrorista. Gran Bretaña ya tiene afincado en su suelo el peligro permanente de la actividad de grupos fundamentalistas, como quedó otra vez demostrado estos últimos días con los frustrados atentados en Londres y Glasgow.
Alemania y Francia, motores de la Unión Europea, tienen también políticas exteriores poco claras. Declaman por la paz mundial pero poseen vínculos e intereses económicos con Irán, un país que desde la revolución fundamentalista de Khomeini está acusado de financiar al terrorismo internacional.
En Medio Oriente, la lucha entre palestinos moderados que aceptan a su vecino Israel contra los fanáticos que quieren destruirlo inauguró un nuevo esquema geopolítico en la región: el grupo radicalizado Hamas controla Gaza y las facciones de Al Fatah del presidente Abbas, Cisjordania. Israel, único país democrático en el área, tiene la oportunidad histórica de acelerar el proceso de establecimiento de un Estado palestino en Cisjordania y aislar a los intransigentes de Gaza, con quienes es imposible dialogar. La liberación de prisioneros de Al Fatah que anunció esta semana Israel está orientada, aparentemente, hacia ese objetivo.
La división de los palestinos en Cisjordania y Gaza no sería un hecho inédito. En 1947, cuando se produjo la partición del subcontinente indio, Paquistán quedó dividida en dos con la inmensa India en el medio. Años más tarde, en 1971, el sector oriental paquistaní (Bangladesh) obtuvo su independencia.
La situación política, los actores, la vastedad del territorio y la complejidad de los enfrentamientos son muy diferentes en uno y otro caso, pero la fórmula ya se ha aplicado. Sin embargo, sería improbable que Gaza se independizara ahora sin generar antes otro conflicto armado, porque resultaría intolerable la constitución de un Estado que abiertamente declama la destrucción de otro en una zona tan pequeña. En Cisjordania es distinto. Su desarrollo económico y cultural como nación independiente podría imprimirle a la región el primer paso de solución al crónico conflicto. El cuarteto para el Medio Oriente, integrado por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas, ahora bajo la conducción del desgastado Blair, tiene la posibilidad de trabajar por la pacificación de la región aunque no habrá mayores esperanzas hasta que los republicanos abandonen la Casa Blanca.
El planeta tiene focos de conflicto por todas partes. Y las democracias no encuentran la fórmula para terminar con el fanatismo religioso, las matanzas tribales y el hambre.
El pronóstico no es bueno.
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