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miércoles,
27 de
junio de
2007 |
Un nene de tres años murió calcinado en un incendio
El fuego se desató en la zona de Pellegrini y Lavene donde cinco casillas terminaron destruidas
Andrés Abramowski / La Capital
Si no fuera porque ellos estaban sentados junto a los escombros, compartiendo un guiso con más bocas que platos, nadie pensaría que bajo esas chapas retorcidas y carbonizadas vivían cinco familias. “Perdimos todo, salvo lo puesto”, sintetizó Nelly, que hace ocho meses llegó a este barrio ubicado donde empieza la autopista Rosario-Córdoba y en el que el lunes por la noche cinco casillas fueron arrasadas por un incendio mortal para un niño de 3 años.
El desastre ocurrió el lunes, alrededor de las 21, en Pellegrini y Levene. Justo en esa esquina de un barrio que alterna casas modestas con diversos planes de viviendas se levanta desde hace cinco años este pequeño caserío de chapas y cartón del que ayer poco más de la mitad de las viviendas quedaba en pie.
“El fuego empezó en esa casilla, la del portón”, contó Analía, hija y vecina de Nelly. El “portón” era, en rigor, una vieja puerta trasplantada de alguna casa vieja. Curiosamente, esa puerta hacia los escombros carbonizados era lo único de la vivienda que quedaba en pie, al igual que parte del improvisado frente: una raída persiana de plástico que hacía las veces de tapial levantado un par de metros con la arpillera plástica de un viejo pasacalle en el que todavía podía leerse, al revés, “feliz cumple”.
Fue en esa casa, construida con chapas y grandes proporciones de plástico, lona y tela, donde comenzó el incendio. Las primeras versiones sobre el origen del fuego, que hablaban de una estufa eléctrica o la explosión de una garrafa, fueron desmentidas rotundamente por un familiar de los dueños de la casilla: “No tenían nada, ni estufa ni televisor, ni garrafa. Parece que lo que se prendió fue un fuelle”, fue todo lo que dijo en alusión a una precaria estufa de ladrillos y una resistencia.
Cuando el fuego comenzó, en esa vivienda dormía Agustín Segovia, un nene de 3 años. Ni familiares ni vecinos —tampoco la policía— pudieron precisar si estaba solo cuando el fuego lo dejó carbonizado en el colchón donde dormía, o si también estaban sus tres hermanitos. Según la versión policial, su madre Claudia y su padrastro Hugo no se encontraban cuando se desató el desastre.
Inexplicable. “No pudimos hacer más que salir”, dijo Lucía Romero, una joven de 29 años que, como la mayoría de sus vecinos, estaba cenando con su marido y sus cinco chicos cuando el fuego los sorprendió. La muchacha no escuchó ninguna explosión ni podía entender cómo el incendio se propagó tan rápidamente por el rancherío.
Al no poder explicarse lo sucedido, no faltaba entre los vecinos quien aventurara la hipótesis de que alguien podría haber quemado intencionalmente la casilla donde se originó el fuego. “Había mucho olor a nafta”, decían algunos, pero esa hipótesis no fue avalada por la policía y las pericias de los bomberos no estaban listas al cierre de esta edición.
Resignados y sin saber cómo seguir adelante, los vecinos apenas se quejaron de la demora de “dos horas” de los bomberos para arribar, tal vez a sabiendas de que no es fácil llegar a este barrio sin perderse. “Ayer estaba todo el mundo, hoy no vino nadie”, reclamaba una vecina pensando en “cortar la ruta”. Mientras tanto, vecinitos de la misma edad de Agustín corrían ajenos a la desgracia. Subir y bajar por el terraplén que eleva la autopista era —paradojas del progreso — parte de los juegos.
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