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 domingo, 10 de junio de 2007  
El viaje del lector
Misiones: Por el Sendero Macuco

Isabel Sagarevich

Estando en Misiones decidimos hacer la excursión al Sendero Macuco, preguntándonos si estaba bien que lleváramos a la madre de Martita. Debimos caminar cuatro kilómetros de ida atravesando la selva misionera, agudizando el oído para escuchar los diversos sonidos de los animales, las aves, el agua, las plantas, las hormigas. Los monos caí que transitan en grupo de aproximadamente veinte individuos comunicándose con silbidos, los coatíes.

Emma, de ochenta años, estaba nerviosa ya que temía que algún “bicho” le hiciera algo. Su sombrerito bien encajado en la cabeza la hacía parecer un gnomo. A cada rato preguntaba: ¿Cuánto falta?, ¿Qué animal hace ese ruido? Seguro que es una víbora. Uy, ¿Qué me picó?, ¡Ah una mariposa!, ¡Qué bella!, ¡Cuánto hacía que no veía tantas mariposas de todos los colores!. Me recuerdan a mi niñez.

Mientras, continuábamos adentrándonos en la selva. De tanto en tanto al encontrar una liana nos colgábamos de ella (por supuesto, Martita y yo imitando el grito de Tarzán). Seguimos caminando y observando la naturaleza. Emma se fue tranquilizando pero como Martita, su hija, se alejaba de nosotras, comenzó a inquietarse nuevamente, entonces le dije: “vamos a rezar el Santo Rosario”. Esto la calmó. De repente el camino se bifurcó. Tomamos el sendero izquierdo, el camino se hizo más angosto, la vegetación más tupida, se escuchaba el rumor del agua, cada vez más fuerte hasta que de repente nos encontramos las tres frente al agua del arroyo Arrechez, que parecía que se terminaba, ya que comenzaba la caída del agua. Como el arroyo estaba muy crecido no podíamos ver qué pasaba abajo, así que después de observar el paisaje durante varios minutos decidimos regresar a la bifurcación para tomar el otro sendero.

Allí se nos apareció un macuco, que es como una perdiz bastante grande, de la familia del ñandú. Los machos se ocupan de cuidar y alimentar a la cría. Al tomar el sendero derecho las dificultades fueron creciendo, así que tuve que ayudar a la “abuelita” a bajar entre las piedras y tratando de usar todas las ramas o troncos que podía para agarrarnos y evitar caernos.

Cada vez oíamos más fuerte el ruido del agua, y las piedras se hicieron más grandes y mojadas ya que estábamos llegando al borde del Cañadón de Iguazú, donde hace milenios estaban las cataratas, las que fueron retrocediendo hasta su ubicación actual por la erosión del lecho del río, y nosotras estábamos asomándonos,

Un grupo que estaba en el agua nos hacía señas para que nos metiéramos, así que nos quedamos en mallas y nos metimos. Emma y Martita se quedaron con el agua hasta las rodillas y yo decidí llegar hasta la caída de la cascada para recordar mi juventud cuando iba a las Quebradas del Saladillo y me tiraba desde arriba de la cascada al pozo de la muerte.

El agua estaba helada debido a la cobertura de la selva en todo su recorrido, lo que hizo que al comenzar a nadar me quedara casi sin respiración, pero la alegría de gozar esta maravilla de la naturaleza me hizo seguir nadando un rato y ver a una pareja de españoles entrando en calor sobre las piedras, él completamente desnudo y ella sin corpiño. Luego llamé a Emma, la hice sentar en una piedra, fui a buscar el mate y el termo y seguimos charlando, mientras tomábamos los mates más ricos, disfrutando del contacto directo con la naturaleza.

Pero como todo lo bueno no dura eternamente, tuvimos que emprender el regreso desandando el camino y comentando lo que habría sentido Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en 1491 al encontrarse, mientras buscaba la ruta hacia el sur, con una de las maravillas de la antigüedad. Cansadas, especialmente Emma, pero contentas al ver la flecha que indicaba que debíamos doblar a la derecha para salir, comenzamos a reír y hacer piruetas por haber completado la hazaña.
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