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 domingo, 10 de junio de 2007  
[primera persona]
Horacio Tarcus: "La crisis política continúa"
El historiador sostiene que "la ciudadanía sigue sin sentirse representada por los partidos" aunque elogia a Kirchner. Críticas a Chávez y el modelo cubano

Eduardo Valverde / La Capital

Hace algo más de cinco años, los argentinos sacudían sus cacerolas para expresar su disconformidad ante un gobierno, el de Fernando de la Rúa, y su temor ante un futuro que no lograban vislumbrar. Entonces pareció que una crisis terminal invadía el sistema político argentino. Hoy, aquellos estallidos parecen lejanos, más aún si se observa el tablero político ante el próximo calendario electoral. En ese marco, el historiador Horacio Tarcus analiza el gobierno de Néstor Kirchner y los nacionalismos en el continente. “La crisis de los partidos políticos continúa”, asegura mientras advierte que la representación sigue siendo un dilema para la gente.

Tarcus, licenciado en Historia de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctor en la misma disciplina de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), dirige el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina (Cedinci) y concedió esta entrevista durante una visita al Museo de la Memoria de Rosario.

—Apelando a categorías del teórico italiano Antonio Gramsci, y situándonos a partir de la crisis de hegemonía que se produjo en diciembre de 2001, ¿cómo caracterizaría la actual etapa del capitalismo en la Argentina?

—Creo que hay claramente una recomposición o salida capitalista de la crisis. Porque como planteaba Portantiero, retomando a Gramsci, no toda crisis de hegemonía se resuelve en un proceso revolucionario. Una de las posibles salidas es un “retorno contrarrevolucionario” a la situación previa a la crisis. Puede haber una “resolución transformista”, en el sentido de una cooptación de los líderes del proceso contrahegemónico por parte de la clase dominante. Puede haber una “salida bonapartista” y también puede darse una “salida revolucionaria”.

—Podemos pensar en la “resolución transformista” si consideramos las entradas de los líderes piqueteros Jorge Ceballos (Barrios de Pie) y Luis D´Elía (Federación de Tierra y Vivienda) en el gobierno de Néstor Kirchner...

—Exactamente. Esta combinación de “salida bonapartista” —es decir con un liderazgo fuerte (Eduardo Duhalde y luego Kirchner), para seguir con la idea gramsciana— con cierto “modelo transformista” de cooptación, cobra mucha fuerza en 2001 y 2002. Es una recomposición que, sin resolver la contradicción de fondo del sistema, logra sortear transitoriamente esa crisis horizontal que se había abismado en ese período entre “representantes” y “representados”. No lo logra soldar en el terreno clásico de los partidos políticos. Creo que la crisis de los partidos políticos continúa. La ciudadanía sigue sin sentirse representada por ellos. Pero sí logra generar un liderazgo político reconocido, consigue de algún modo revalorizar otra vez la acción política, las alianzas, frente a una situación que se vivía en 2001-2002, en que si bien la gente sale a la calle haciendo política, creo que el sentido fuerte del 2001 es el de una sociedad que gana el espacio público precisamente para repudiar a la política.

—Expresando una crisis de legitimidad de los partidos políticos tradicionales y de la acción política clásica ante las masas...

—Así es; y de los líderes políticos, de la gestión de gobierno, de la corrupción y de la incapacidad. Todo eso que se venía acumulando en los 90, ese sentimiento que se venía expresando crecientemente a través de la falta de participación, del voto en blanco, del voto nulo y un repudio a una clase política cada vez más ajena a cualquier valor democrático o ciudadano, se incrementa con el delarruismo, estalla en diciembre de 2001, y creo que el duhaldismo, como un fenómeno de transición, y luego el kirchnerismo a partir de 2003 logran una recomposición de ciertos liderazgos políticos, una revalorización de un peronismo, que en el caso de Kirchner no es el modelo clásico, no tiene aquel folclore gestual y de imágenes de los 40. Pero es peronismo al fin, que renace. Todo lo que tiene, a mi juicio, de progresivo el kirchnerismo (la política de sostener alto el dólar, de control de precios, cierto “mercadointernismo”, que sin ser todavía claramente distributivista puso un freno al creciente deterioro salarial que venía en picada desde hace años, cierta política educativa, cultural y de salud, la política exterior) marca un vuelco muy claro respecto del menemismo y del delarruismo, e incluso del duhaldismo. Estas facetas positivas del kirchnerismo son efectos de la crisis del 2001. Kirchner es el dirigente más inteligente de la clase política argentina, que entiende el 2001 y dice: “No se puede seguir con las mismas reglas de juego”.

—¿A qué fracción de la burguesía expresa el modelo kirchnerista?

—Creo que el kirchnerismo, más que llegar al gobierno como representante de un sector de la burguesía, intenta plantear o articular desde el poder una alianza de clases típica del peronismo, apuntando a que la “pata burguesa” de esa alianza sea una burguesía nacional, que es la pata débil de esta alianza en la medida en que nuestro país, a diferencia de Brasil o de Chile, no cuenta con una política industrial potente, con un proyecto industrialista autónomo. Hay, sin duda, una burguesía emergente, nuevos grupos que evidencian una realidad distinta a la de los 90, pero creo que es un sector social precisamente acostumbrado a crecer al amparo del Estado, a regirse por una lógica cortoplacista, renuente a invertir. Encontrar una burguesía que apueste a la inversión productiva, al desarrollo industrial, al mercado interno, es parte de la apuesta política del gobierno.

—¿Cuál es el estado de situación de la clase obrera?

—Está en una mínima recomposición en relación con una situación muy dura que se vivió desde fines de los 70 en adelante. De todas maneras, hace muchos años que en el país la clase trabajadora como tal no cuenta con un proyecto político propio, ni tiene la autonomía que pueda convertirla en el actor social que históricamente hemos conocido.

—¿Cómo ve a la izquierda partidaria tradicional?

—La lección de diciembre del 2001 también va para la izquierda tradicional. Frente al kirchnerismo, la izquierda partidaria se ha quedado sin política.

—¿Qué caracterización hace de los procesos nacionalistas de izquierda gestados en Latinoamérica como son los casos de Venezuela, con Hugo Chávez; Ecuador, con Rafael Correa, y Bolivia, de la mano de Evo Morales?

—Me parece más interesante el caso boliviano, que ese otro modelo estatista-paternalista de Chávez. Los nacional-populismos o populismos de izquierda no apuntan a la construcción de un socialismo democrático, “desde abajo”, con una nueva cultura política. Abundan en la cultura paternalista estatista tradicional, tomando medidas progresistas en el terreno de la economía, con la nacionalización de empresas estratégicas y la redistribución del ingreso, y en ese sentido protegen a los sectores populares, pero me preocupa, sobre todo en el caso de Chávez, qué tipo de cultura política construyen. Creo que un modelo a la cubana no tiene futuro para el socialismo. Un modelo de partido único (a donde apunta el líder venezolano), estatista, sin libertad de prensa, donde se reemplaza la actividad creativa de las masas, ya mostró hace mucho tiempo sus limitaciones, su techo histórico. Hay que hacer una crítica por izquierda al modelo cubano, para que recupere lo mejor de sus tradiciones y de sus conquistas, pero para que al mismo tiempo se democratice y se ponga a la altura de los tiempos, porque luego puede ser demasiado tarde. La propia sociedad cubana está reclamando este cambio, más allá de la presión por derecha desde Miami.
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Horacio Tarcus. Reflexiones sobre política con Rosario Norte como trasfondo.


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