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 domingo, 10 de junio de 2007  
La otra Rosario. Entre los asentamientos también se registran migraciones internas
El sueño de la casa propia, aunque sea en tierra ajena
En las villas convive todo tipo de historias. Algunos ya construyen, otros no pueden ni soñar

Al interior de un asentamiento precario hay tantas historias distintas como en cualquier barrio. Están los que cuentan con algunos recursos y los que no cuentan con casi nada, los que ganan un sueldo y los que están desocupados, los que se levantan al amanecer y los que se acuestan a esa hora. Ni todos son delincuentes, ni todos son santos. Exactamente, como en cualquier lado.

Una de esas historias es la de Inocencio Acuña, padre de cuatro chicos de 10, 8, 6 y 4 años. Los dos menores viven con él y su pareja, Onelia, de 22, en un asentamiento que lleva pocos meses en Gutenberg y La Paz. "Yo agarré este terreno después de la pedrada, pero antes de las fiestas", se ubica.

Mientras mantiene un diálogo con LaCapital el hombre no deja de llevar y traer bloques de cemento, que primero moldea y después pone a secar al sol. Por fuera su casa aún es de chapa y madera, pero por dentro ya muestra un piso alisado y una divisoria de hormigón que separa dos cuartos de una cocina comedor.

En el centro yace la mezcladora, lo que se dice un capital. Y la pared de atrás tiene adosado un muro de bloques. Cuando termine de rodear toda la casilla podrá retirar los materiales precarios.

Inocencio nació en Pampa Bandera, Chaco, pero hace muchos años que vive en Rosario, siempre en asentamientos precarios. Del último se fue tras separarse de la madre de sus hijos. Al irse no contó con que la nena de 6 años querría partir con él ni con que después se le sumaría el más chiquito, de 4. Por eso, "por la tenencia (de los chicos), tengo que construir dos piezas", cuenta. Su nueva compañera cuida de los nenes.

En la villa donde vivía antes la inseguridad lo tocó de cerca: le robaron hasta la cortadora de césped con que trabajaba, pero el hombre no se rindió. "Me vine para acá y cada vez que tengo para comprar una bolsa de portland me voy haciendo más bloques", explica.

Inocencio confía en que sus vecinos respeten la condición que les puso la policía al recorrer la ocupación del terreno, que pertenece a un particular. "Parece que la dueña aceptó que lo ocupáramos nomás, así que los de la 13ª nos dijeron que lo teníamos que mantener muy prolijito: las casas de material, bien puestitas, y sin ocupar la calle, con los pasillos bien anchos para que ellos puedan entrar".


Los que no pueden
Pero la de Inocencio es sólo una de las historias Y apenas se empieza a dialogar con otra gente de los cuatro asentamientos que visitó este diario se advierte que no todos podrán como él mejorar mínimamente su situación en un plazo breve

En la recorrida también aparecen los clásicos testimonios desgarradores de cualquier villa: mamás adolescentes (embarazadas a los 13 ó 14 años) de nenes con bajo peso, padres detenidos, familias que tuvieron que dejar un alquiler por la suba inafrontable del pago, personas con discapacidad, sin trabajo, sin dientes, con pasados y presentes violentos. Una Rosario que lacera.
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