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 domingo, 03 de junio de 2007  
Polémica.
El Vulgar y la Dama

Por Pablo Díaz de Brito
Me piden que lo vea, al nuevo programa del Vulgar. Y bueno, hago el esfuerzo, prendo la TV y, que Dios me perdone, miro hasta donde puedo.

   El Vulgar hace lo de siempre: grita envuelto en su melena grasienta. Es el dueño y presentador de un circo de provincias. Me lo habían anticipado, pero pensé que exageraban: ya no hace bromas violentas a la gente inocente, ahora reúne a parejas de pobres diablos y los hace bailar. Como micos amaestrados. El los dirige con sus aullidos de guasón criollo.

   Y es así nomás, nadie exageraba. La piquetera Nina Peloso improvisa como puede en el caño cabaretil; un travesti, al parecer muy conocido, llamado Florencia, baila en tanga negra y escala prodigiosamente el famoso tubo; una mujer, que todos a mi alrededor califican unánimemente como un felino experimentado, muestra su espléndido seno desnudo...frente a 100 niños en el estudio y quién sabe cuántos millones en casa. Todo viene aderezado con una música imposible y una iluminación tan berreta como el planteo mismo del caño y los bailarines precarios, propio de un tugurio de puerto mexicano.

   Pero se trata de un programa de televisión que bate récords de aquello que antes se llamaba rating y ahora, me aseguran, se designa “encendido”, “share”, o algo por el estilo. Por esto urge invocar a la Reacción. Ir por ella al desván, cepillarla y, en medio de un comprensible tufo a naftalina, ponerla nuevamente en acción. Esta vieja y sabia dama nos dirá, entre sorbitos de té, que el Pueblo, o sea, la sociedad de masas argenta, ha perdido el rumbo, ético y estético, y que necesita a gritos de modelos y de disciplina. Antaño, continuará la gran señora, estos modelos provenían de la clase alta, de una aristocracia, que dictaba, inapelable, cuál era el Gusto, y cuáles las normas de buen comportamiento. La sociedad de masas televisada terminó con esto, y al tiempo que enviaba a la vieja señora al retiro ignominioso del desván, quedaba a la deriva, huérfana, sin saber qué hacer con su libertad vacía y analfabeta. No habiendo ya Autoridad, ni tampoco ni mucho menos, Gusto, reina el Vulgar entre risotadas, rodeado de su obscena corte de los milagros.


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