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domingo,
20 de
mayo de
2007 |
Editorial
Los piquetes, sin consenso
Fue, en la ciudad, el tema de la semana. El piquete que se instaló en Circunvalación y Baigorria puso en escena una cuestión central: la modalidad que deben adoptar las protestas sociales. En esta columna ya se ha narrado el origen de los cortes. Bajo el rigor neoliberal de la década menemista, la desesperación de quienes quedaban afuera del sistema —los “sobrantes”, los llamó monseñor Bergoglio— desembocó en los primeros piquetes. La práctica se extendió con el delarruismo y se acentuó cuando el desplome de la convertibilidad se tradujo en la peor crisis de la historia argentina. En el presente, sin embargo, la recuperación es perceptible pese a la persistencia de bolsones de pobreza. Y si bien las causas de las protestas suelen ser legítimas, también resulta sencillo detectar la extemporaneidad que muchas veces las contamina. El método es saltear instancias: con velocidad se llega a la crispación, sin tener en cuenta los perjuicios que se crean. Cartas de lectores publicadas por este diario y también la opinión reflejada en el sondeo que se difunde en esta misma página sumaron contundencia a una verdad que no suele pronunciarse en voz alta: un gran porcentaje de la población ya no avala los piquetes. Sin dejar de reconocer la validez de los motivos que los impulsan, el reclamo de moderación y consideración hacia los demás se ha vuelto casi unánime. Parece ser, entonces, hora de cambiar. No de callar, sino de utilizar la imaginación y evitar desbordes. De lo contrario —he allí el peligro— la paciencia social podría terminarse, y ante lo desmedido de muchas protestas podrían producirse reacciones también desmedidas.
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