|
domingo,
20 de
mayo de
2007 |
Reflexiones
Disparen contra la policía
Por Carlos Duclos Acaso sobre la realidad argentina, en un tema tan preocupante como el de la inseguridad, corresponda aquel pensamiento que un político británico, Thomas Macaulay, hizo público hace más de 100 años: “Los políticos tímidos e interesados se preocupan mucho más de la seguridad de sus puestos que de la seguridad de su país”.
No hace falta abundar en ejemplos ni en detalles de cómo la seguridad, en sus diversos aspectos, es una carencia alarmante que sumerge en la preocupación, cuando no en la desgracia, a la gran mayoría de los argentinos.
Hay inseguridad jurídica, inseguridad en las estaciones aéreas, inseguridad en el tránsito, inseguridad respecto de qué acontecerá en el futuro y, en fin, una suerte de cadena de inseguridades que afecta, claro está, la armonía social y personal.
Pareciera que lo único seguro para el hombre común en este país es la inseguridad.
La gran inseguridad, desde luego, la que alarma, es aquella vinculada a la delincuencia común cotidiana y sucesiva. A esa delincuencia, que hurta, roba, hiere, viola y mata, y a la cual la dirigencia argentina le presta poca atención y algunos magistrados la “garantizan” con actitudes descabelladas producto de una peligrosa obnubilación ideológica.
Dígase, además, que otros y por razones políticas, le asestan duros golpes a la policía a veces sin razones que los justifiquen. Esa delincuencia sigue en auge, sin que por el momento se encuentren al menos atisbos de ponerle límite o morigerar su accionar. La única seguridad que le interesa a ciertos señores argentinos, como dijera Macaulay, es la de la permanencia en sus puestos.
Aun a riesgo de que esta reflexión se tilde de un panegírico a favor del actual gobierno provincial o de la policía santafesina y puntualmente la rosarina, o que se califique el comentario de visión parcial de la cuestión, no es posible dejar de reconocer que en la provincia de Santa Fe, y muy especialmente en la ciudad de Rosario, la ferocidad y la sucesión de hechos graves son pocos si se compara la realidad local con la de otras ciudades y provincias de la República Argentina. Y lo cierto es que esta ausencia de hechos alarmantes, se debe a varias razones no siempre convenientemente divulgadas, entre las que merecen destacarse algunas medidas adoptadas por la administración de Jorge Obeid en los últimos tiempos y la preocupación y ocupación demostrada por la policía rosarina. Hay interés en evitar, hasta donde se puede con la estructura existente, males que en otra ciudades son cosas de todos los días.
Procedimientos. Con frecuencia suele adjudicarse a la fuerza de seguridad provincial una imagen oscura que bien puede ser una realidad en algunos hombres, es cierto, pero que no puede de ningún modo extenderse a todos los hombres y en consecuencia a la institución.
Poco se dice en el país (porque poco vende o por razones políticas o filosóficas que atentan contra la imparcialidad) de los hechos positivos que realiza la policía. Y esto no sólo es injusto, sino que con el tiempo se vuelve en contra de la propia población, porque como decía un pensador español hace algunos años: “El hombre al que no se le reconoce su tarea, es un hombre que se transforma en cosa indiferente, con el peligro que ello entraña”.
Dígase, de paso y a propósito, que durante los primeros 15 días de este mes de mayo, en diversos operativos especialmente preparados, la policía rosarina secuestró 32 armas de fuego listas para ser usadas en asaltos. En lo que va del año se han secuestrado 260 armas de diversos calibres. Entre el viernes 11 pasado y domingo 13, es decir en el lapso de 48 horas, se esclarecieron –según partes recibidos en los Tribunales- 32 hechos delictivos.
Vale señalar, además, que entre el Ministerio de Gobierno de la provincia y la Unidad Regional II se han desarrollado estrategias para atenuar el delito mediante la presencia de más efectivos en la calle. ¿Cómo se logra? El gobierno ha autorizado, en una medida plausible, que los agentes policiales puedan realizar horas extras y de tal modo se saturan diversas zonas de la ciudad con vigilancia, estableciéndose una eficaz medida de prevención.
Desde la implementación de este sistema, en algunos puntos de la ciudad el delito ha descendido sensiblemente. Estas nuevas medidas conllevan la necesidad de que los oficiales, especialmente los que están a cargo de comisarías, inspecciones de zonas y la plana mayor de la Unidad Regional II (y seguramente de muchas otras unidades provinciales) quiten horas a la familia y a otras actividades. Por otra parte, la policía argentina es una institución que a cada momento debe estar presente en hechos que en países más o menos organizados son aislados y que en consecuencia debe abstraerse de su misión específica.
El día del piquete en la avenida de Circunvalación, cuando lamentablemente perdió la vida un camionero, asombrosamente la policía provincial debió hasta realizar la tarea de organizar el tránsito.
Lo que se viene. Hay que decirlo con todas las letras: en poco tiempo más, no más de un año, la policía no estará en condiciones de brindar ni siquiera un regular servicio de prevención por más voluntad y empeño que pongan oficiales, suboficiales y agentes.
Lisa y llanamente no alcanzarán miles de efectivos para impedir crímenes de diversa índole, porque no se le puede pedir ni a la policía, ni a las fuerzas de seguridad, ni al Poder Judicial que resuelva el problema que debe resolver la dirigencia política nacional y el liderazgo privado. ¿Cómo es esto? Esto es que abunda la pobreza a pesar de los discursos, persiste una educación mal herida, campea una cultura borracha y la tan vituperada década del 90 sigue viviendo con otros atuendos.
En un país donde a un docente se le ofrece de básico en su salario, y para que terminen los conflictos, 500 pesos; en un país en donde aún hay chicos que van a la escuela a no aprender por falta de alimentación; en un país donde casi todos los días están por chocar aviones por falta de radares; en un país donde se dibujan primorosamente los índices oficiales de inflación; en un país donde la desocupación es un gran lastre a pesar de los discursos en contrario, es imposible pretender que no exista el grado superlativo de delincuencia que se advierte, es imposible que no haya chicos y jóvenes condenados (sí, condenados) a ser delincuentes. En un país tal, adornado con jueces parlanchines y mediáticos, no habrá Sérpico que pueda combatir el delito, que pueda cumplir con su tarea eficazmente. Pero de esto no se habla.
En este país pareciera que la responsabilidad del tema droga, por ejemplo, le corresponde sólo a las fuerzas de seguridad. En ocasiones, muchos y en todo el territorio nacional, responsabilizan de ello exclusivamente a las fuerzas de seguridad y a veces sin que medie equidad. ¿No hay también funcionarios, legisladores y jueces federales responsables de atender el caso del narcotráfico?
Finalmente, digamos que algunos gobernantes provinciales deberán reconocer, además, que muchos ataques contra la policía no persiguen sino el propósito de desprestigiar por vía indirecta a la gestión política y esto, en vísperas de elecciones, se incrementará en razón de que se está en la Argentina del papelón y la mezquindad y la cuestión seguridad sensibiliza a toda la ciudadanía.
Disparar contra la policía, a veces injustamente, puede servir a fines políticos, aunque la sociedad acabe desplomada.
enviar nota por e-mail
|
|
|