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 domingo, 20 de mayo de 2007  
Interiores: entendimiento

Jorge Besso

Con toda probabilidad uno de los sueños más chatos y a la vez más extendido entre los humanos es el de ser entendido. No tanto el de ser entendido en una materia determinada, es decir alguien experto, diestro, perito o especialista en un rubro o materia en la que es reconocido como tal. El sueño en cuestión es el de ser entendido por el otro, una suerte de reclamo que en algunos casos adquiere carácter crónico.

No cabe ninguna duda de que la demanda de ser entendido es característicamente humana, conformando una sensación bastante nítida que de una u otra manera flota a lo largo de la existencia de cada cual. Ciertamente en algunos casos resulta ser el centro de preocupaciones y cavilaciones donde el mencionado reclamo puede adquirir el ritmo de una letanía. Nuestros hermanos biológicos más cercanos, especialmente los domésticos más clásicos, también participan del entendimiento lo que les permite una comunicación fluida con sus amos, muy a menudo superior a la de los humanos.

En muchos casos dicho entendimiento se extiende hasta las plantas respecto de las cuales se dice que necesitan de la palabra, tanto como del agua y los cuidados. Más aún, en lo que quizás representa el ejemplo o el caso de máximo nivel de entendimiento entre especies diferentes, en algunos hogares se festeja el cumpleaños del perro con una torta como corresponde para la ocasión, aunque no tengo noticias si el festejo incluye que el can sople las velitas.

La relación entre el amor y el entendimiento es más que estrecha al punto que cabe la pregunta de que si los amantes se entienden como un efecto del amor, o en cambio son amantes porque se entienden. Se dirá que se trata de cuestiones inseparables; no así de las parejas que siempre pueden ser separables, ya sea por falta de amor o entendimiento. En cambio los enamorados son inseparables por definición y por descripción del fenómeno. Como se sabe, si se separan, ya no son ni están enamorados.

El enamoramiento es un estado de entendimiento top en tanto y en cuanto los enamorados cuando viajan por el cielo del amor o cuando transitan por la tierra del sexo lo hacen con un entendimiento siempre bien “aceitado”, sin preguntas incómodas o inquietantes y con respuestas las 24 horas. Con todo, el máximo entendimiento que representa el amor del enamoramiento es sabido que no está al alcance de todos, aunque alcance a casi todos en algún momento. Pero fundamentalmente el enamoramiento no es un buen ejemplo de entendimiento, ya que el vapuleado entendimiento requiere que sean dos y no uno: esos dos fundidos en la alquimia del amor fascinante. En un extremo, bien se podría decir que cuando son dos, ya son una multitud. En el sentido que dos son como mínimo tres, pues la aritmética no es muy útil a la hora de enumerar los fantasmas que flotan y nublan el entendimiento de esos dos que insisten en entenderse, y sin embargo cada vez se entienden menos, pues siempre llegan al callejón sin salida de que el otro no los entiende.

El otro gran terreno para evaluar la marcha del entendimiento entre los humanos puede ser el de la política. Un campo que nos concierne a todos, pero en el que circulan especialistas que vienen a ser los habitantes y los componentes de la llamada clase política, una suerte de casta universal que maneja buena parte de los hilos sociales y que nos hace hilachas, aquí o allá.

Es que la política representa y presenta la fiesta y el circo de la incomunicación organizada, realizada por entendidos que casi nunca se entienden. Curiosamente en política a nadie se le ocurre entender a los otros, sumidos como están en el sueño o en la pesadilla, según el caso y la ocasión de la acumulación del poder.



Realidades

El tercer campo más que importante para evaluar los límites y el alcance del entendimiento humano es uno mismo, es decir hasta qué punto realmente nos entendemos o más bien más de una vez evitamos las preguntas incómodas dirigidas a saber qué estamos haciendo con lo que estamos haciendo.

Lo mínimo a tener en cuenta es que el conocimiento de sí mismo no es obvio. Muy por el contrario requiere de un esfuerzo de reconocimiento, al que no se está demasiado dispuesto, sobre todo porque uno de los hábitos más extendidos es aquel producto de tanto tiempo de convivencia consigo mismo, que hace perder de vista algunos pliegues más ocultos del alma.

Es que cada uno se enfrenta con dos bosques muy tupidos e intrincados: el bosque externo de la realidad exterior y el interno de la realidad interior. Cuanto más tiempo consumimos demandando ser entendidos, tenemos menos espacio y menos tiempo para entender lo que pasa y nos pasa. Por lo demás, entre el bosque interno y el externo hay plantado un solo árbol que impide ver cualquiera de los dos: el ego.
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