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domingo,
20 de
mayo de
2007 |
Médicos sin fronteras
Experiencia humanitaria
de una joven argentina
Clarisa Ercolano / La Capital
Reconoce que siempre tuvo la vocación de meterse en lugares de los que cualquier otro ser humano saldría corriendo. Y también, que desde que se anotó en la Facultad de Medicina de La Plata sintió que su destino inmediato la aguardaba en la Organización Médicos sin Fronteras (MSF). Con la mirada serena y la voz que transmite una paz increíble, Verónica Nicola, esta médica argentina que trabaja desde los 26 años (ahora tiene 30) en este grupo humanitario, en diálogo con Mujer explica las razones de tamaña decisión. La semana pasada estuvo en Rosario y relató sus experiencias en el marco del encuentro “Mujer y Sociedad”. En sus inicios Nicola trabajó en la frontera con Irán, en Palestina, en Afganistán y en la República Democrática del Congo.
“Son experiencias y trabajos intensos”, recuerda Nicola, y con su mirada parece volver a esos lugares donde los conflictos armados son una constante, y además, donde la mayoría de las mujeres, sólo por su condición, tienen problemas. “Es terrible no saber con qué te vas a encontrar”, reconoce.
La primera “bajada a terreno”, como se dice en la jerga de MSF, fue en la frontera de Afganistán, en un campo de refugiados. Allí debió adaptarse primero a una cultura completamente distinta y otros lenguajes. “La comunicación no es fácil, ya vamos sabiendo eso. En muchos lugares se hablan dialectos, pero nos arreglamos aprendiendo palabras claves y apoyándonos en el equipo de médicos locales que trabajan codo a codo con nosotros”.
Entre Irán y Afganistán
La organización debe enfrentarse a presiones de grupos de poder locales y a internas entre el poder de turno y otras facciones. “Por eso siempre debemos contar con gente de confianza en cada uno de los puestos”, refiere Nicola.
La frontera entre Irán y Afganistán fue la primera experiencia “fuerte”. “Tuve que firmar que estaría cubierta con túnicas y velos todo el tiempo, pero tenía muchas ganas de trabajar y decidí que eso era sólo un detalle”, recuerda. “Sabía que había cosas que tenía que respetar porque aún es un país muy cerrado y MSF es la única ONG que puede entrar. Si nos echaban perjudicábamos a otra gente”.
La joven médica tiene en claro que ellos van a lugares como ése para darle un respiro a la gente que sufre. Y también, que más de una vez, deben ingeniárselas para levantar una suerte de hospital. “He llegado a trabajar adentro de una mezquita”, rememora con una sonrisa.
Nicola afirma que las mujeres le tienen más confianza. “Lamentablemente el trato se da mucho más entre mujeres que entre varones, porque ellas son siempre las principales víctimas”, dice. Como contrapartida, Nicola remarca que en los organismos de gobierno tienen un sesgo machista y no validan las decisiones o consejos que provienen de las médicas mujeres.
Esta mujer no vacila cuando toma su botiquín y sale a trabajar, aunque sin embargo reconoce que el lugar donde estuvo sometida a más riesgos fue en el Congo. “Allí llegué a sentir que me podía pasar algo malo”, dice, y señala que “había mucha violencia sexual y eso, como mujer, te toca más de cerca”. De hecho, tenía una norma de seguridad que no le permitía salir del campamento si no estaban acompañadas por un hombre. “El riesgo siempre existe, tratamos de reducirlo no exponiéndonos innecesariamente”.
Límites difusos
Las zonas de guerra y conflicto bélico adquirieron últimamente una característica preocupante. Tanto los médicos como los medios de prensa ya no son respetados ni resguardados como hace un tiempo. Nicola está preocupada por esta situación pero reconoce que hay motivos para la confusión. “Hay militares vestidos de civiles que confunden a la gente, incluso, hasta usan autos blancos como nosotros”, se queja. Y agrega que en este marco, “hay que mantener siempre el diálogo tanto como con los gobernantes como con los jefes populares”.
Cuando la misiones sanitarias se desarrollan en ciudades, la organización trabaja más tranquila porque cuenta con la posibilidad de derivar casos graves a otros hospitales. Pero en sitios inhóspitos , todo resulta más complicado. “Se siente la impotencia”, afirma. Por un momento los ojos de Nicola están en otro lado. “Había madres que venían con partos prolongados, con sus hijos que todavía estaban en su panzas pero que ya estaba muertos y yo pensaba, qué hubiese pasado si a esta mujer la atendía antes”. Enseguida recuerda que en el Congo no había cirujanos y los cuadros graves requerían de cuatro horas de traslado en barco hasta un hospital.
La misión más larga duró 9 meses y según sus palabras, en el cansancio surge la melancolía y allí “te acordas de tu familia, pero la vas piloteando. Extraño, pero también disfruto estando en el terreno de combate”, declara.
Más allá de su pasión por la medicina, piensa que esta es una etapa y que cuando tenga esposo e hijos todo será más difícil, sobre todo cuando haya alguien que dependa de ella.
Durante los momentos tensos, sobre todo antes de ingresar a los países, la médica reconoce que usa una estrategia para mantener la calma, que es saber que vamos a ayudar a la gente.
Finalmente Nicola sabe que deja parte de su corazón cada vez que participa de una misión porque comenta que “siempre conocés a alguien con quien uno se encariña”. Ahora, por ejemplo, quiere volver al continente africano, como también piensa en el futuro integrar una misión de la organización en Latinoamérica.
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