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 domingo, 06 de mayo de 2007  
[nota de tapa] - con todo derecho
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Luigi ferrajoli es una figura de la corriente garantista del derecho. Desde una postura humanista, cuestiona a Estados Unidos y cree que tanto el poder del mercado como el del Estado deben ser limitados

Jorge Salum / La Capital

El jurista y filósofo italiano Luigi Ferrajoli estuvo la semana pasada en Rosario invitado por el Departamento de Derecho Penal de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. Declarado visitante ilustre por el Concejo Municipal de la ciudad y doctor honoris causa por la UNR, dio conferencias y habló con La Capital sobre el garantismo, una corriente que aboga por la defensa de las garantías individuales en un contexto mundial adverso y hostil.

—¿De qué sirven el derecho y las garantías en un mundo en el que una potencia como Estados Unidos invade a otro país con argumentos falsos?

—El derecho es el instrumento de la razón para construir una sociedad pacífica y democrática. En el caso que usted plantea, el derecho ha fracasado y sin embargo sirve para interpretar ese mismo episodio como ilegítimo y criminal. El movimiento de crítica de la guerra la percibe como política y moralmente criminal, y desde el punto de vista del derecho ocurre lo mismo. El estatuto penal de la Corte Internacional de Justicia prevé la guerra como un crimen contra la humanidad y esta es una fuerza de deslegitimación muy fuerte de episodios como el de Irak. Creo que a largo plazo no se puede violar sistemáticamente el derecho sin que se produzca la deslegitimación política de quien lo hace, en el caso que usted ha planteado, los Estados Unidos.

—Hasta ahora se pensaba en el Estado como el principal enemigo de los derechos y garantías individuales, pero el terrorismo se ha convertido en una amenaza probablemente aún más grave para los ciudadanos del mundo. ¿Qué piensa del terrorismo como método?

—El Estado puede ser un enemigo de los derechos si es absoluto y totalitario, pero es el instrumento necesario para brindar garantías en una democracia constitucional. Sin esfera pública no existen garantías ni derechos. El terrorismo debe ser visto como un fenómeno político criminal, porque si se lo eleva a la categoría de Estado contra el cual se puede producir la guerra, no se deslegitima. Resulta paradójico que es la guerra la que legitima el terrorismo, porque elimina la asimetría entre criminalidad, los Estados y las instituciones. La guerra ha echado combustible sobre el fuego, ha producido una legitimación institucional del terrorismo casi como enemigo estatal. La guerra ha sido el mejor regalo para el terrorismo, su mejor excusa. Lo que ha producido el máximo de odio contra Estados Unidos en particular, y contra Occidente en general, su legitimación y promoción, ha sido una política no sólo inmoral y criminal sino totalmente contraproducente contra el propio terrorismo. En Italia, las Brigadas Rojas buscaban el reconocimiento del Estado como su enemigo porque eso los hubiese legitimado, pero el Estado italiano se negó a darles una categoría diferente a la de un mero hecho criminal. Insisto, las asimetrías son un crimen que ha producido la legitimación del terrorismo, que es un delito. La respuesta de la guerra sin garantías paradójicamente produce eso. Procedimientos como la tortura, la prisión de Guantánamo y la violación de los derechos y garantías de los detenidos ilegales le dan legitimidad al terrorismo porque el Estado se pone a la misma altura que él.

—¿Cómo afecta el fenómeno de la globalización a las garantías individuales?

—La globalización se puede caracterizar en su plano jurídico como un vacío de derecho, como la plenitud del derecho privado e individual y el vacío total del derecho público. Ahora hay muchas declaraciones y convenciones internacionales, por ejemplo sobre los derechos humanos, pero también hay falta total de garantías e instituciones que las brinden. Un derecho tiene efectividad si se basa en una legislación, si se establecen obligaciones para la esfera pública. Un ejemplo es la Corte Penal Internacional contra los crímenes de lesa humanidad, que no ha sido ratificada por países fundamentales como Estados Unidos, China e Israel. Esto descalifica derechos que son proclamados pero no garantizados. Es como si un Estado tuviese una Constitución pero careciera de un Código Penal. Este es un verdadero desafío para el derecho, porque en el plano jurídico nunca en la historia hubo tanta igualdad y en el plano práctico jamás hubo tanta desigualdad. Esta desigualdad no puede ser tolerada. La paz no es posible sin garantías de los derechos vitales, porque la violación de los derechos fundamentales produce violencia y la violencia produce guerras.

—¿Cuáles deberían ser las garantías esenciales en el comienzo del tercer milenio?

—Sobre todo la garantía de los derechos sociales. Es una condición esencial para la garantía de la paz. En el mundo actual, globalizado e interdependiente, la supervivencia es un derecho artificial y no natural. Esto significa que el pacto social de convivencia no puede prever sólo el derecho a la vida y la libertad sino también a la alimentación, la salud y la educación. Estos derechos no son un lujo y su realización no debe considerarse como un gasto, sino como una inversión. No son un hecho de caridad sino una necesidad y un principio de justicia. Son derechos que cuestan, pero cuesta mucho más la insatisfacción de esos derechos.

—Usted escribió que la guerra ha sido prohibida por el derecho. ¿Ha fracasado el derecho en su intento por evitarlas?

—El derecho casi siempre fracasa, porque está contra la realidad. El derecho es un deber ser de la realidad. Si no, no sería necesario. El crimen es un fracaso del derecho y, sin embargo, sin derecho la criminalidad sería legitimada. Así sólo se aplicaría la ley del más fuerte.

—¿Es utópico ser pacifistas en un mundo que vive al borde de la guerra?

—Sí, pero también es una utopía la idea contraria, la idea de que se puede gobernar el mundo con la guerra. Sobre esta premisa el mundo va a desaparecer. Hoy la posibilidad de destrucción planetaria está en la mente de todos, la consideramos como una cuestión de años. Y no pensemos sólo en la guerra sino incluso en la agresión al medio ambiente. Sin derecho, con la aplicación de la ley del más fuerte, es una utopía pensar en la supervivencia, incluso en las democracias avanzadas. Hobbes escribió que aun el más fuerte y el más rico deben dormir, lo que quiere decir que el pacto de convivencia es necesario también para ellos. El fuerte y el rico no pueden tener la ilusión de garantizar su supervivencia sin un pacto de convivencia con los que no lo son. Y esto es aplicable incluso a una superpotencia como Estados Unidos. Hoy esa superpotencia ha producido el fracaso más grande y más evidente, ha disipado su potencia y se ha transformado en el país más odiado, ha perdido su gran credibilidad. Los países no son siempre los mismos, Estados Unidos ha sido cuna de la democracia moderna y puede serlo todavía, pero su política hoy produce el rechazo de otras naciones.

—¿Cómo puede empezar a establecerse una cultura para la paz?

—La paz no es un hecho natural sino artificial. Lo natural es la guerra. Pero el principal instrumento para la paz es sobre todo la garantía de la igualdad y la convivencia. Yo diría que la gran garantía de la paz es la igualdad. De todos modos, no debemos confundir el pesimismo que todos tenemos con la imposibilidad de alcanzar la paz. Somos pesimistas porque en el corto plazo no vemos un futuro de paz, pero la paz se puede lograr. La clave es que este problema debe ser independiente de la política, que sólo piensa en el corto plazo y está ligada a la búsqueda de consenso en el electorado. Sin ir más lejos, la guerra de Bush en Irak se produjo en un momento en el que necesitaba consenso por razones internas. Ese es un problema para la paz, porque el objetivo de la política es la próxima elección, no el largo plazo, por ejemplo en materia de medio ambiente o de la supervivencia del planeta. Sus objetivos son siempre breves, centrados en las próximas elecciones. Es así, aunque esto puede ser superado.

—¿Cuál sería un modelo aceptable de democracia que respete las garantías de los ciudadanos?

—Uno que satisfaga sobre todo los derechos sociales. El problema más grave de la democracia hoy es de orden técnico-jurídico, la representación, y también la crisis de los partidos. Pero para el futuro hay que pensar en un garantismo para la esfera privada, para los derechos sociales y sobre todo para el derecho internacional.

—Usted dijo recién que el Estado totalitario es un enemigo de las garantías. ¿Y el mercado no lo es?

—El mercado tiene un poder que, como el del Estado, debe ser limitado. Sin límites, el poder arrasa y este es hoy un problema muy complejo. El poder ha sido siempre identificado con el Estado y nunca con el mercado. La ideología liberal confunde autonomía con libertad, equipara el derecho de la propiedad a la libertad. Obviamente que el de la propiedad es un derecho, aunque el poder del mercado debe tener límites. Libertad y autonomía son derechos fundamentales, pero sus ejercicios deben ser limitados.

—¿Cuál es su percepción sobre el garantismo en la Argentina?

—Históricamente se ha confundido el garantismo con ciertos procedimientos en el Derecho Penal, y ocurre así porque el garantismo surgió en ese ámbito. En la Argentina se confunde garantismo con el problema de la seguridad, igual que en Italia y otros países. El Derecho Penal se usa demagógicamente, lo cual es un síntoma de incapacidad para resolver los problemas de la criminalidad. Pero es fácil elevar las penas para alentar campañas sobre la inseguridad. En Italia pasa igual, pero se trata de una campaña claramente ideológica, porque la criminalidad va disminuyendo. Si vemos televisión parece que viviéramos en la jungla, pero la realidad es que la criminalidad tiende a bajar. La civilización de un país se mide por la baja de la medida de las penas. La pena elevada es un espectáculo de violencia, sobre todo la de muerte. Es el desprecio de la vida por parte del Estado, y resulta contagioso. Es una respuesta tan demagógica como inútil.



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