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domingo,
06 de
mayo de
2007 |
[Exploraciones]
Arte en el fin del mundo
La bienal de Ushuaia se convirtió en una gran sorpresa por la variedad y calidad de las propuestas presentadas. Un escenario inusual y la audacia como marca registrada
Por Fernando Farina / La Capital
La Argentina finalmente tuvo su bienal de arte, y no fue en Buenos Aires o en alguna de las grandes capitales provinciales que desde hace años vienen proyectando una gran exposición. La muestra se realizó en Ushuaia, la ciudad más austral del planeta, y los organizadores se vanagloriaron de lo que significó el cambio cartográfico.
Ushuaia es de por sí sinónimo de fin del mundo, una marca registrada que atrae a miles de visitantes extranjeros que anualmente llegan a este lugar donde confluyen diferentes historias vividas, recreadas o inventadas por una población que crece al ritmo del turismo.
Naturalmente bella, hace años que desde la ciudad se vienen planteando nuevas propuestas para no limitarse al público cautivo que pasa tras visitar el Perito Moreno o camino a la Antártida.
El lugar tiene mucho a favor a la hora de una exposición: es el termómetro del cambio climático, desde allí se puede mirar al mundo desde el revés (como lo imaginó Joaquín Torres García) y tiene una tradición de salvajismo de muchos europeos que se afincaron en esas tierras, con acciones aberrantes como el juego del tiro al indio, o del mismísimo Charles Darwin, que en uno de sus viajes creyó encontrar el eslabón perdido, ya que no le vio mucha humanidad a los indígenas. Y hasta el propio gobierno argentino instaló una famosa cárcel, con panóptico incluido, que permitió ir poblando el sitio y resguardarlo de cualquier reclamo.
Otra imagen Rara vez el arte se piensa como un bien en sí, y esta no parece haber sido la excepción. Organizar una gran muestra de arte contemporáneo internacional puede servir para diferentes cosas, y si bien los que proyectaron la Bienal en Ushuaia se propusieron cambiar la imagen de una ciudad comercial que creció vertiginosamente y a los “ponchazos”; el objetivo de las autoridades municipales fue ampliar la oferta para atraer a más visitantes durante la temporada baja.
Por eso la Bienal fue una pieza más de un programa que incluyó la tercera edición del Festival Internacional de Música Clásica y la apertura oficial del Año Polar Internacional, que cada 50 años reúne a científicos en una campaña mundial de investigaciones y observaciones polares. La iniciativa de la Bienal fue de la Fundación Patagonia Arte y Desafío, que contó con los fondos de la Intendencia y tuvo el apoyo de la Fundación Memorial del Parlamento Latinoamericano de San Pablo. Fueron justamente los brasileños quienes aportaron la mayor experiencia ganada con más de 50 años de bienales. La curadora general fue Leonor Amarante y la museografía estuvo a cargo del mismo equipo paulista.
Amarante fue secundada por la cubana Ibis Hernández, mientras que por Argentina y para los proyectos especiales se convocó a Corinne Sacca Abadi, quien tuvo como curadora adjunta a Florencia Battiti. Acorde a la marca del lugar, los principales temas elegidos fueron las urgencias ecológicas, “Pensar en el Fin del Mundo qué otros mundos son posibles” y la expectativa de conectar los polos Sur y Norte. En la exploración del imaginario del confín, se hizo eje en la relación entre arte, tecnología y medio ambiente para la selección de obras pertenecientes a 65 artistas de 17 países. La exposición se desarrolló en el Polideportivo y algunos espacios complementarios como la casa Beban y el ex presidio. Pero también en pequeñas sedes y en la calle a través de diferentes intervenciones, como la encargada a Clorindo Testa.
Y la muestra fue una sorpresa, mucho mejor de lo que se esperaba, con algunas obras significativas. Una de ellas fue la instalación del brasileño José Rufino, quien eligió las viejas celdas del ex presidio para instalar camas modificadas que magnificaron el encierro. A metros nomás, el argentino León Ferrari presentó su serie de collages “L’Osservatore Romano”, con un reiterado golpe al cristianismo, y el uruguayo Martín Sastre reveló a través de un video (en provocador inglés) la vida que lleva actualmente en Montevideo la princesa Diana, a casi diez años del “simulacro” de su muerte.
El cubano Kcho logró darle más vuelo a sus reiteradas obras sobre los balseros. En este lugar amenazado por el derretimiento de los hielos, utilizó remos como patas de todo el mobiliario de la casa Beban: mesas, sillas, camas, sillones. Todo alto, anticipando la inundación.
Esperar que pase el tren se convirtió en otro de los desafíos que propusieron a través de un video los brasileños Giselle Motta y Leandro Lima en el Polideportivo, pero valía la pena, ya que los vagones incluían una sorpresa poética.
La tecnología fue otro de los tópicos obligados y apareció con contundencia en algunos proyectos como el de Gustavo Romano, quien presentó una videoinstalación donde mostraba bocas pronunciando diferentes frases buscadas aleatoriamente en tiempo real en internet a partir de expresiones propuestas por el artista.
Joaquín Fargas fue más allá a través de “Centinela del cambio climático”, un girasol metálico de más de cinco metros, cuyos pétalos registran todos los cambios de temperatura y humedad, y los reportan a una central.
El viaje a la Antártida fue uno de los sueños concretados por el rosarino Jorge Orta y su mujer Lucy, quienes hicieron una acción compleja, que incluyó un partido de fútbol el 2 de abril con camisetas de un lado argentinas y del otro inglesas, la acción ritual de sacar sangre a los que quisieran como una especie de ofrenda a compartir, e imágenes y objetos de la instalación que hicieron cerca de la base Marambio, compuesta por carpas intervenidas con banderas e inscripciones de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Allí también viajó Andrea Juan a filmar un video de denuncia.
Mucho más poético, Charly Nijensohn mostró la otra cara del desastre: una videoinstalación hecha en Groenlandia, en un lugar donde debía supuestamente haber un glaciar y sólo quedan témpanos.
Y hubo más: artistas santacruceños y fueguinos pasearon por la ciudad una casa nómada, característica del sur; la cordobesa Dolores Cáceres incendió en la bahía la inscripción “el artista señala” y el grupo Aavra (Asociación Artistas Visuales Argentinos) implantó un millar de banderas inspiradas en la whipala, insignia de los pueblos originarios, que fueron intervenidas por artistas de todo el mundo para alertar, una vez más, sobre las urgencias ecológicas.
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Fotos
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"Centinela del cambio climático", de Joaquín Fargas.
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