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domingo,
06 de
mayo de
2007 |
Interiores: laberinto
Jorge Besso
El laberinto es un juego que transcurre en un terreno preparado artificiosamente para que los humanos de todos los tamaños se entretengan jugando a que no encuentran la salida. Tanto el entretenimiento como la diversión son bastante módicos, los jugadores soportan más o menos gratamente unos cuantos minutos de una torpeza sin consecuencias, van y vienen sobre sus pasos repitiendo los intentos fallidos de encontrar la salida, pero es bien sabido que la “traumática” situación se resuelve rápidamente, y los jugadores salen experimentando un alivio moderado. Un divertimento, es decir encierro y liberación, con un costo también bastante módico. Se trata de un juego manifiestamente sin peligro alguno, abierto al público en general, con una convocatoria a la que acuden las familias, las parejas, los amigos y acaso algún visitante solitario que en la travesía, con riesgo calculado, hasta puede encontrar una compañía inesperada que en ocasiones, seguramente infrecuentes, hasta podría ocurrir que el laberinto pusiera fin a la soledad de dos solitarios.
El laberinto también se ha utilizado y se utiliza como título de películas, como “El laberinto del Fauno”, del mexicano Guillermo del Toro, o “Laberinto de pasiones” del español Pedro Almodóvar donde se representan las intrincadas relaciones humanas, siempre más cerca del laberinto que del camino recto. En 1930, Sigmund Freud concede un reportaje en el que también acude a la metáfora del laberinto para hablar de la vida y del psicoanálisis, precisamente en relación a la complejización de la vida. El periodista en un momento del reportaje habla de las complicaciones de la civilización moderna. Adviértase que se decía hace casi 80 años (es bueno recordar que todavía faltaban a esa altura los mayores desastres y gran parte de los grandes logros del siglo pasado).
La referencia del periodista a las complicaciones de la vida moderna eran para responsabilizar al propio psicoanálisis al respecto, por ser en parte culpable de que la vida se haya convertido en un rompecabezas. El fundador del psicoanálisis no se muestra para nada de acuerdo, y recurre a la figura del laberinto para responder: “El psicoanálisis proporciona el hilo que permite al hombre salir del laberinto de su propio inconsciente”. Freud, que era un pesimista clásico con respecto a la supuesta humanidad de los humanos, llegado a este punto de la entrevista se permite un desliz optimista con semejante respuesta, ya que no es tan fácil encontrar semejante “hilo” que nos lleve a la salida del laberinto del inconsciente. En tal caso alguien que ha pasado por un psicoanálisis exitoso se convertiría en un ser transparente, tanto para sí mismo como para los otros, además de tener siempre más que claro hacia dónde va por la vida.
Aun las vidas más rutinarias, donde las existencias circulan siempre por las mismas rutas y por los caminos más seguros, siempre a la luz del día y a la velocidad adecuada, no están exentas de sorpresas internas o externas que de pronto alteran el rumbo previsible de las cosas. Es justamente en este sentido que, tanto los humanos como la vida, son laberínticos como lo prueban las numerosas burocracias públicas y privadas que la sociedad crea para el padecimiento de sus propios habitantes. Esto es así porque cualquier sociedad se jacta de un saber irrefutable: los habitantes están de paso por el planeta, en cambio las burocracias permanecen más o menos inalterables. Si bien en muchas sociedades el número de nacimientos va descendiendo, el nacimiento y la reproducción de los burócratas sucede puntual e invariablemente, al punto que cada humano debe lidiar en su existencia con las burocracias externas y su propia burocracia interna.
Todo esto lleva a que el ser humano sea mucho más social que biológico, bastante incapaz de llevar una vida natural, y por el contrario, muchas veces con una existencia laberíntica. Para probar el carácter laberíntico de la existencia humana no hacen falta grandes investigaciones, basta una visita, por ejemplo, a cualquier edificio de tribunales. Este puede ser el caso de un recorrido por nuestro mamotreto marmóreo, lleno de largos pasillos con sus mesas de entradas donde entran expedientes que vaya a saber si encontraran alguna salida, con cantidad de juzgados comerciales, penales, administrativos y demás, todos numerados y con anaqueles atestados de los benditos expedientes aplastados o postergados por otros expedientes. Para colmo este gélido monumento al laberinto está frente a un parque maravilloso que se llama Independencia.
Quizás resultaría interesante que se organizaran visitas guiadas a esos hormigueros sociales y universales, llenos de corbatas tristes y sin ninguna planta. Eso sí la visita debiera culminar con un paseo por el parque, si fuera posible refrescándose con un jugo de naranja de aquellos puestos anaranjados que servían aquel delicioso jugo amarillento en un cono de papel, y del que están privadas las nuevas generaciones. Más que nada para no quedarse en esta vida, presumiblemente la única, presos en el encierro y mirando la independencia desde muy lejos.
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