|
domingo,
22 de
abril de
2007 |
Interiores: sentido común
Joege Besso
Una vieja sentencia popular dice que el sentido común es el menos común de los sentidos. Semejante afirmación viene a proclamar que el valioso sentido común no es lo más frecuente entre los humanos que en muchas ocasiones no hacen lo más sensato, desorientando a los que lo rodean, aun al propio individuo, que no siempre puede dar cuenta de lo que hace o dice. La definición académica es muy interesante, fundamentalmente porque está impregnada (si se me permite) de “sentido común”: “Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas”. Es decir que el tan mentado sentido común está directamente ligado a dos cuestiones muy candentes:
Al modo de pensar.
Al modo de proceder.
No sólo se trata de que el modo de pensar debe estar en consonancia con el modo de proceder, sino que ambos han de estar en conjunción con lo que haría la generalidad de las personas frente a un hecho o una situación determinada. Visto de esta manera el sentido común se vincula con lo usual, y por esta vía con la normalidad, cuestión ésta de la mayor dificultad tratándose de humanos ya que, como se sabe, es más que difícil poder encontrar un estándar de la especie, lo que por el contrario es muy posible en el resto de la escala general de lo viviente.
El humano estándar ha de ser mesurado y por lo tanto alejado de cualquier exceso, ya sea en la riqueza o en la pobreza, sin dedicar demasiadas horas al trabajo, pero tampoco demasiado al ocio, sin deudas complicadas, con cierta capacidad de ahorro pero sin ser un miserable. Naturalmente tiene que ser razonablemente cariñoso, adecuadamente erótico y en lo posible bastante fiel.
Por lo que parece los humanos estándar por ahora no son tantos, pero bien pueden llegar a copar el planeta, en cuyo caso la humanidad correrá serio riesgo de extinción ante la epidemia de bostezos que se irán tragando a los humanos en su propio bostezo, o en el bostezo del otro. Hay quienes vinculan el origen del sentido común en Aristóteles, ya que el célebre filosofo griego le daba un lugar importante en el aparato psíquico. En todo caso dicho origen no es demasiado directo dado que el sentido común del que hablaba Aristóteles tiene un sentido y una función en principio distintas. Para el filósofo griego la psiquis es un aparato de conocimiento que comienza por los sentidos que vienen a ser la puerta de entrada de los estímulos. Por cada puerta entraban e impresionaban estímulos bien distintos, de acuerdo al sentido que los recepcionaba, de forma tal que entraban por los cinco sentidos realidades distintas que podrían sumir al viviente en un caos. Ahí entraba en juego el sentido común, es decir el sentido que es común a los demás sentidos, ejerciendo una suerte de coordinación que le permite al individuo saber que sigue siendo él mismo a pesar de la diversidad que le entra por los ojos, la nariz, la lengua, los oídos y el tacto. Es decir que frente al cúmulo de estímulos que nos rodean y nos impregnan, el sentido común opera como un amortiguador y operador interno que permite una de las primeras distinciones entre un interior y un exterior que nos acompañarán a lo largo de la vida. Pero los 2500 años que nos separan respecto del mundo en el que vivió Aristóteles nos muestran un contexto plagado de estímulos en una dimensión y en una magnitud que el filósofo jamás pudo imaginar. Con lo que la dependencia de los humanos con relación a los estímulos es cada vez mayor al punto en que nos vamos (y nos van) convirtiendo en seres cada vez más estimulados, y quizás cada vez menos estimulantes. Si es que el mundo nos entra por los sentidos, ellos por sí solos no pueden constituir nuestro mundo. Esto será una tarea de la psiquis que tendrá que encontrar el sentido de la vida a partir de los múltiples y variados sentidos que emanan y brotan de la sociedad. Las religiones y las muchas ideologías se proponen tener el monopolio del sentido de la vida para alcanzar una sociedad de fieles. Es decir una comunidad de seres obedientes encerrados entre los límites de un estándar, en definitiva envueltos en un dogma. O sea un tesoro que atesora todas las respuestas de forma de que no quede ningún resquicio para ninguna pregunta sin responder, pues las preguntas sin respuesta son un peligroso hueco por donde se puede filtrar un sentido nuevo.
En realidad las religiones, más las ideologías y las ciencias que se convierten en religiones, carecen de sentido común. Les interesa más un estándar de sentido, en suma un sentido único, que no es lo mismo que el sentido común que es el puente que tenemos con los otros para poder apreciar y disfrutar los sentidos que se comparten, y como mínimo vislumbrar los sentidos que son diversos.
enviar nota por e-mail
|
|
|