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 domingo, 18 de marzo de 2007  
Finlandia: blanca y moderna
Rovaniemi es el lugar donde la nieve convive con mitos y tradiciones. Recorrida por la iglesia de hielo

Daniel Molini

Llegar a Rovaniemi en invierno, 800 kilómetros al norte de Helsinki, es una bonita experiencia. El avión aterriza en una pista blanca, color que asalta el horizonte y los paisajes. Se mire donde se mire todo es blanco, y aunque cambien las formas o se adivinen los volúmenes el fondo permanece blanco invariable.

En la sala de llegadas del aeropuerto nos espera nuestra guía y lo primero que nos enseña es a saludar al estilo lapón, mediante una expresión que puede parecer redundante: “Hey: hola; hey-hey: adiós”.

Por fuera del edificio, a la sombra de un cartel donde se exhiben varios renos, aguarda el autobús que nos trasladará a la ciudad, erigida en la confluencia de los ríos Kemi —el más largo de Finlandia— y Ounsa, cuyos nombres figuran en los rótulos locales como Kemijoki y Ounsajoki.

Rovaniemi, con una historia larguísima y una población de 60.000 habitantes, es el centro administrativo de Laponia y el lugar donde reside la oferta turística y los servicios.

El primer contacto con el frío lo tenemos en una iglesia luterana de las afueras, donde a su vera los lugareños construyeron una capilla efímera, una maravilla de transparencias, con altar, cruces y ventanas hechas de hielo.

Desde allí hasta el museo ártico que será nuestra primera referencia cultural, hay un camino casi recto, que pasa frente a un cementerio que en Nochebuena se transforma gracias a fieles que se acercan a ofrecer velas encendidas, miles de ellas, a sus difuntos.

En el año 1944, tras la devastación provocada por los nazis en su huída, Rovaniemi comenzó a ser reconstruida íntegramente, por eso no es raro encontrar edificios con firma de arquitectos grandiosos, como Alvar Aalto, autor de la Biblioteca, la Casa Lappia y el Ayuntamiento.



Museo del Artico

El museo del Artico, llamado Artikum, fue edificado bajo tierra en el año 1992, conmemorando el 75 aniversario de la independencia de Finlandia. Consiste en varios edificios comunicados por un túnel de cristal que se continúa hasta la rivera del río Ounsa. La institución recibió un premio del Consejo de Europa por sus excelencias y un holograma a la entrada testimonia este hecho.

Dentro se pueden apreciar aspectos de la vida de los samis y lapones, así como regalos que ofrece la naturaleza, por ejemplo una amatista espectacular de 650 kilos que, según la tradición, protege a los nativos del demonio y al buen comportamiento de las tentaciones.

Una de las principales atracciones de Rovaniemi está a pocos kilómetros de su centro: la oficina de Papa Noel inaugurada inaugurada en 1985 “después de 480 años de vivir en lugares escondidos y remotos, donde unos gnomos le ayudaban en sus tareas de fabricar ilusiones”. Según la leyenda su nombre era Jauhebupki y cuando su trabajo comenzó a multiplicarse de manera exponencial contrataron una plantilla de ángeles.

Allí, en un rincón blanco y helado del Círculo Polar, atiende el atleta de la ilusión desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde, sin perder la alegría por exceso de trabajo. Recibe a más de 500.000 “clientes” cada año, que miran con ojos fascinados, desde sus bajas estaturas de niños, el destino de cartas y pedidos.

Cuando los ve próximos Papá Noel se muestra complacido, y luego de tomarles la mano comienza a exponer, con palabras cómplices, lo que los pequeños y grandes esperan escuchar.

Altísimo, con manos enormes y pies calzados con botas grises, donde podrían caber todos los caminos recorridos, ofrece guiños a los padres y fotos con nariz gorda, sombrero rojo y gafitas a sus hijos. Se sabe de memoria todos los juegos, y no escatima esfuerzos para ir describiéndolos uno a uno, incluso poniendo sustantivos de multinacionales, porque en épocas de globalización, incluso a Papa Noel le afectan las marcas comerciales.

La parafernalia comercial montada a su lado, con oficinas de correo para mandar saludos a todas partes del mundo, fotos, llaveros, recuerdos, campanitas, canciones, y máquinas registradoras, no consigue romper el momento de encanto, porque los turistas se marchan pletóricos de sonrisas, y mirando para atrás.

Otro lugar que merece una visita es la Isla de la Felicidad, aproximadamente a 11 kilómetros del centro de Rovaniemi, donde existe un comedor instalado en forma de choza lapona, con mesas en torno a un fuego central que ofrecen exquisiteces propias de la región.

En realidad es un pequeño trozo de tierra en mitad del río Kempoki, y se accede a través de un puente de madera muy curioso, adornado con luces tenues. De noche, desde ese lugar oscuro y retirado del poblado, se puede ver el cielo con toda su oscura magnificencia, y no es raro ver efectos lumínicos frecuentes en esa parte del globo.

Los japoneses, fanáticos de la aurora boreal, llegan en masa a ver el fenómeno, sintiéndose afortunados si lo consiguen porque anunciará momentos de felicidad, o hijos varones, o inteligencia en los descendientes.En la región, todo lo demás, es naturaleza. Nadie que llegue a Rovaniemi prescinde de los paseos en motos de nieve sobre ríos congelados, de las visitas a las granjas de perros huskies.

Allí, donde el mapa de Europa le cede el paso a los fríos perpetuos del ártico inclemente, existe un lugar que espera ser descubierto.


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Los paseos se pueden realizar en trineos tirados por perros o en motos de nieve rodeados d eun marco natural de extrema belleza.


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